Las trampas de la fe
FERNANDO SAVATER
El País
¿Son compatibles la ciencia y la religión?
¿Es compatible la poesía amorosa y la ginecología?
La respuesta es la misma: claro que sí, mientras cada una no pretenda enmendarle la plana a la otra. No es prudente acometer una cesárea tras documentarse en Juan Ramón Jiménez o Rilke, ni recordarle a quien cree que un beso apasionado lleva al éxtasis que después de todo se trata de un simple intercambio de microbios por vía oral. Las leyendas y mitos religiosos nos ayudan a buscar un significado simbólico al mundo y a la vida, mientras que la ciencia nos aclara su funcionamiento natural. Por mucho que conozcamos el mecanismo de los hechos, siempre nos queda la pregunta por su sentido para nosotros, que va más allá. Cuando Camoens llama al mar «inexplicable» no se refiere sólo al ritmo de las mareas…
A quien no crea que la verdad es una construcción recomiendo el ensayo ‘El miedo al conocimiento’
Lo malo es que ciertos clérigos se empeñan en corregir los datos científicos con dogmas y tradiciones piadosas.
El creacionismo no se conforma con ser un mito del origen, más o menos respetable como tantos otros, sino que intenta disfrazarse de ciencia como «diseño inteligente» para colarse en las escuelas americanas -que excluyen con buen criterio la enseñanza de doctrinas religiosas- y hasta en las universidades españolas, a poco que nos descuidemos. Ya se escuchan truenos episcopales contra la asignatura de Ciencias del mundo contemporáneo y no sólo contra Educación para
Los que quieran conocer la opinión de un creyente ilustrado que no confunde religión y ciencia, pueden leer La voluntad de creer, el clásico de William James que acaba de editar Marbot. Debo advertirles, empero, que la obra desazona por igual a fieles e infieles desde finales del siglo XIX… A quienes por otra parte se nieguen a aceptar que la verdad es una construcción política o cultural, lo que iguala a Darwin con Rouco Varela, les aconsejo El miedo al conocimiento, de Paul Boghossian (Alianza), donde aprenderán a distinguirla del capricho epistémico o teológico.
El laicismo es imprescindible para la democracia, entre otras cosas, porque los políticos no entienden ya la parte sublime de los símbolos religiosos. Aludiendo a la vieja fórmula de juramento de los lehendakaris («Ante Dios humillado…») a la que con buen juicio renunció Patxi López, proclama muy ufano ZP: «¡Patxi, eres lehendakari sin humillarte ante nadie!». Pero yo diría que el «humillado» no se refiere a quien asume el cargo -que bastantes inquietudes tiene ya- sino al Cristo que le mira desde el degradante tormento de la cruz. Un detalle tan solo aunque, si acierto, cambia un poco la cosa… En cuanto a la política teológica, basta recordar la escalofriante leyenda que campea según Dante sobre la puerta del infierno: «Son la primera sabiduría y el primer amor quienes me crearon». De esa proclama monoteísta nacieron todos los totalitarismos.