No hay oficio de poeta
Mía es la voz antigua de la tierra
José Félix Zavala
La poesía de León Felipe es un alarido de protesta de principio a fin. Empezó en oración y terminó en blasfemia contra los dioses que se dejan manipular por los poderes terrenales. El poeta de Tábara es un místico rebelde.
“No hay oficio de poeta. Solo existe una labor oscura y persistente”.
¿Qué vale lo que hace un poeta?
“ Por que yo no tengo una cátedra, ni una clínica, ni un laboratorio; ni recojo, ni investigo. Y quiero preguntar: el dolor y la angustia de un poeta, ¿no valen nada?”
Recuerdo a ese hombre encendido de cólera, que grita todos los días en la prensa:
¿Quién es ése?
¿Por qué ha entrado ése?
¿Quién le ha abierto las fronteras?
Que muestre sus diplomas.
¿Dónde están sus diplomas?
Yo no tengo diplomas. Mis diplomas y mi equipaje se los ha llevado la guerra y no me quedan más que estas palabras que ahora vais a escuchar: Soy el Poeta del Éxodo y del llanto
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡Mudo!
¿Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
Un poema es un testamento sin compromisos con nadie y donde no hay disputas, ni con el canónigo, ni con el regidor, donde no hay política. En la hora de la muerte, no hay política, ni polémica tampoco.
Polémica, ¿contra quién? Como no sea contra Dios… Porque delante del poeta no están más que el misterio, la tragedia y Dios.
Detrás quedan los obispos y los comisarios y para tener polémica con ellos, tendrían que dar un paso hacia adelante y tirar la mitra y los galones. El poeta va descubierto y sin adjetivos.
Es el hombre desnudo que habla y pregunta en la montaña, sin que le espere ya nadie en la ciudad. Habla siempre dentro del círculo de la muerte y lo que dice, lo dice como si fuese la última palabra que tuviera que pronunciar.
La muerte está tumbada a sus pies cuando escribe, esperando a que concluya. Y cuando ya no tenga nada que decir, nada que confesar, la muerte se pondrá de pie y le dirá, cogiéndole del brazo: ¡Vámonos!
Cuando todas las demagogias han manchado de baba las grandes verdades del mundo y nadie se atreve ya a tocarlas, el poeta tiene que limpiarlas con su sangre para seguir diciendo: aquí todavía la verdad.
«Los grandes poetas no tienen biografía, tienen destino».
«Los poetas somos seres fronterizos como los lagartos.”
“ No podemos renunciar a lo que a un mismo tiempo, y por propio derecho, poseemos».
”He dormido en el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales,
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos
y me ha dado limosna
-Dios se lo pague-
una prostituta callejera…”.
Firme, erguido, sereno,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.
Soy un hombre
El León Felipe, oscuro y desconocido poeta menor, pasó a formar parte de la élite intelectual y artística, después de escribir su libro “Versos y Oraciones del Caminante”, pero siguió siendo un poeta desconocido, un poeta solitario, un poeta clandestino, pero con visión profética y señales del porvenir.
¿Por qué se calla su nombre?
¿Por qué se dicen en voz baja sus versos?
¿Por qué no se le ha dado el vuelo de sus compañeros de ruta, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Antonio Machado?
¿Por qué los historiadores no citan a León Felipe?
¿Por qué los filósofos, los pensadores no van a su fuente a desentrañar la raíz, su proyección universal, su misión redentora?
¿Pasó por méritos o por un golpe de suerte?
¿Cómo es su poesía?,
¿Qué rasgos hacen su poesía acreedora de la buena acogida que se le dispensa?
Sé que la historia es la misma,
La misma siempre,
Que pasa desde una tierra a otra tierra,
Desde una raza a otra raza,
Como pasan
Esas tormentas de estío
Desde ésta a aquella comarca.
Así lo explica el gran cineasta italiano Pasolini:
En cualquier caso, se guió por una media docena de principios, dictados quién sabe por qué instinto.
El primero de estos principios fue el de resistir a literatura-acción o literatura-intervención: a través de la afirmación porfiada y casi solemne de la inutilidad de la poesía.
El segundo principio de esta persona fue el de no temer la actualidad, en nombre de cualquier otra cosa que la hace vana y en la que, por otra parte, esa persona cree.
El tercer principio fue el de concederse una cierta libertad lingüística que, a veces, roza la arbitrariedad y el juego, cosas que anteriormente nunca sucedieron, ya que sus mitificaciones siempre fueron ingenuas, apasionadas y solicitas.
El cuarto principio fue el de considerar fatal por su parte la resignación ante la persistencia del “oxymoron” o de la “sineciosis”.
El quinto principio consistió en el descubrimiento, casi imprevisto, de que la libertad es intolerable para el hombre, especialmente si es joven, que se inventa mil obligaciones y deberes para no vivirla.
El sexto principio, mucho menos importante, consistió en no querer hacer de todos los principios anteriores de una forma de fidelidad a sí mismo, necesaria para realizarse, una aportación a la restauración.
Sobre todo siempre prevaleció la idea, desesperada pero resignada, de que su propia vida se había empequeñecido: pero, en cualquier caso, ha aumentado el placer de vivir, en razón de la material disminución del futuro”.
¿Qué se ha hecho el fuego que esparció, el llanto que derramó, la ira que desató?
¿Qué han hecho con ella los mercaderes de hoy, los sepultureros, los curas y barberos de este tiempo?
Hay que buscar la razón en alguna parte. Desterrado de su España aún hoy no ha vuelto a ella, a pesar de su estirpe quijotesca.
Desterrado de las antologías de los poetas mayores nunca ingresó a ellas, a pesar de su ascendencia bíblica y profética.
Desterrado del sitial en que están los grandes nombres de este siglo fue borrado el suyo, a pesar de su estirpe universal y trascendente.
¿Es que acaso el infierno de Rimbaud no toca el infierno de León Felipe?
¿Acaso las hojas de hierba de Walt Whitman no se esparcen igual que las gotas de llanto del poeta caminante?
¿No es la misma guitarra quebrada a destiempo de Federico, la que vibra en el grito destemplado de León Felipe?
¿No es la pasión hortelana de Miguel Hernández, su olor a albahaca y a pena el mismo romero, la misma oración del poeta?
¿No es esa esencia castellana de Machado la que se despliega entre el poeta y el arcipreste, entre el poeta y rocinante, entre Sancho y El Quijote?
¿No está acaso la misma pasión españolísima de Unamuno, de Ortega?
¿No se bajó acaso del mismo rocín trescientos años más tarde para gritar la palabra justicia?
¿No es el relincho del Guernica de Picasso el mismo rucio rocín de León Felipe?
¿Y el llanto de Van Gogh, sus campos de trigo, sus noches estrelladas no son las raíces florecidas de los muertos que se van a crecer con la tierra, la quimera de sus sueños?
¿No son acaso sus sombras los mismos negros de Goya?
¿Y sus oraciones la misma estatura de El Greco?
¿Acaso León Felipe no es la prolongación, la continuación, la corrección de Velásquez?
¿No lo fue acaso de Walt Whitman?
¿No cubrió su palabra happiness con su llanto para preservarla de la herrumbre?
León Felipe es Las palabras del Eclesiastés que resuenan en
¿No es el tiempo que se hizo palabra en León Felipe?
¿No está presente en él la misma devastadora y aluvional celebración del hombre que hay en Neruda?
¿Y quién dirá que en su vieja flauta, su roto violín no resuena la quena de Vallejo, aquel sentimiento de amor de que hablara el Che?
¿Y quién dirá que en la estrella roja que dibujó en la frente de los hombres combatientes no había una para Martí, una para Sandino, una para Federico, una para Miguel?