En el campo, el tiempo transcurre tranquilamente, días largos y noches oscuras, silenciosas y estrelladas, luces intermitentes de luciérnagas o de luna que se reflejan en las praderas. Oscuridad y silencio que se interrumpe con el canto del búho y de la lechuza que aletea en el espacio y parece que con su pico corta una tela, la mortaja, dice la gente de mayor edad; aullidos de coyotes, denunciados por ladridos de los perros y el cacareo ruidoso de las aves en las madrugadas.
Vida sencilla y en contacto con la naturaleza, sin ruidos, sin agua entubada, esta se acarreaba de pozos pequeños situados en la periferia de San Andrés Zautla, del Valle Eteco, marginada socialmente. Una iglesia donde los niños acudían a aprender el catecismo, rosarios, salmos, ceremonias religiosas, también a servir como acólito, topil o de sacristán, entre trabajos de usos y costumbres, ordenados por el pueblo y la familia, como los domésticos; cuidado de animales en el campo, ribera de los ríos y arroyos. A mayor edad, se debía trabajar la tierra, el corte de leña, y la elaboración del carbón en la montaña.
En ese ámbito social precario, los niños se desenvuelven obedientes, respetuosos, tímidos y alegres. Así creció Rafael Chávez, huérfano de madre a temprana edad, padre campesino y peluquero. Diecinueve años contaba el muchacho cuando terminó la instrucción primaria en la vieja escuelita rural del pueblo y con escasos alumnos, él era responsable en el hogar, campo y escuela; valores humanos que apreciaron sus maestros y por eso lo llamaron cariñosamente “Garrón”, por lo del libro, Corazón Diario de un niño, de Edmundo de Amicis. Destacándose también en el básquetbol, jugando descalzo en cancha pedregosa.
En 1946, un contemporáneo de él , que dos años antes emigró del pueblo; estudiaba en
Jóvenes entusiastas rodeaban al estudiante para escucharlo platicar en el centro de la población, a ellas, asistía “El Garrón”, deseoso de estudiar en
A “Garrón”, se le vio alegre, porque platicó con su padre de la alternativa de estudiar, inmensos deseos abrigaba en su pensamiento el joven campesino, a esa inquietud recibió una respuesta halagadora por positiva del papá. Para ello, tendría que vender el “torito sardo” que con cariño cuidaba el “Garrón”, con ese dinero se iría a
Viéndolo así se le preguntó ¿En verdad quieres estudiar y te arriesgarías a salir del pueblo sin la voluntad de tu padre? Respondiendo afirmativamente. Entonces, desde ese momento, le dijo “Tata Chepe”, por separado y con discreción preparemos ¡
Se le preguntó si sabía donde guardó el papá los 30 pesos producto de la venta del animalito. Dijo que estaba en un tenatito pinto, dentro de un viejo baúl. Con esa cantidad alcanzaba para trasladarse al lugar deseado, pero “Garrón” nunca había salido del pueblo, ni a Etla, mucho menos a la ciudad de Oaxaca, nunca había abordado un camión de pasajeros ni el tren. Sin embargo,
Dejo su humilde choza un día viernes, transitó por ríos, veredas y caminos de herradura, llegó a la estación del ferrocarril de San Pedro Etla, esperó el tren que lo condujo a Oaxaca. Salió a enfrentarse como Don Quijote, contra los molinos de viento, pero sin Sancho Panza, a encontrarse con un mundo distinto.
En Oaxaca no tenía a donde ir y sintió hambre, que resolvió comiendo tortillas clayudas, frijoles y chile pasilla que preparó para el viaje. En la noche del sábado durmió en el piso de cemento de los pasillos de espera en
¡Bueno! Abordó el tren y en Etla, por las ventanillas observó a familiares de los compañeros que se despedían con abrazos y felicitaciones. Pero nadie se dio cuenta que ahí iba. “Tata Chepe es Capón”, recorrió los pasillos de los vagones, lo buscó entre bultos y gente. Después de un rato, cuando el tren anunciaba con silbidos roncos y prolongados, encontró a “Garrón”, con una cara de felicidad, porque al fin se sentía libre y firme en lograr objetivos trazados, ya juntos, celebramos con canciones románticas y cuentos la fuga planeada con éxito. Se llegó a la ciudad de los Palacios, después de dieciséis horas de camino, “Garrón” se mostraba impresionado del bullicio, de los voceadores de periódicos, organilleros y de los tranvías amarillos. Durmieron los ocho zautlecos en casa de un paisano amigo por
Por más de cuarenta años, ejerció la docencia en escuelas primarias del D.F., lo hizo con disciplina, respeto y amor a los niños , se interesó por los problemas económicos y sociales del magisterio, conformó una familia trabajadora y estudiosa. Sus hijos son profesionales egresados de
CUENTO ESCRITO EN AGOSTO DE 1997 EN EL CEFERESO DE ALMOLOYA DE JUAREZ, ESTADO DE MEXICO, POR FELIPE MARTINEZ SORIANO.