Un regreso a Kapuscinski
Los conquistadores del siglo XXI
Maciek Wisniewski
La muerte de Ryszard Kapuscinski fue seguida por una ola de elogios y homenajes. Pero en lugar de acompañarla intentos serios de leer y estudiar su obra, siguió más bien una “Kapu-trofia”, que antepuso sus títulos menores o más recientes, y despojó su obra del incómodo mensaje crítico y libertario. Abundaban ediciones póstumas y compilaciones de diferente tipo y faltaban intentos serios de releer sus libros. Tras la caída del campo socialista y en sus últimos años, el escritor polaco se dejó llevar, en parte, por la ola intelectual dominante, desarrolló conceptos como “multiculturalismo”, o se desgastó en debatir a Samuel Huntington o Francis Fukuyama. Sin embargo, a la luz de la crisis capitalista cobra enorme actualidad un tema en su obra: el colonialismo.
Kapuscinski fue reportero y corresponsal de
El hecho de que Polonia no tuvo nunca tuvo colonias (aunque existieron proyectos de conseguir algunas en Madagascar o Liberia) y padeció las ambiciones coloniales de sus vecinos, hizo que Kapuscinski no fuera indiferente. Siguiendo los pasos de Joseph Conrad (Józef Teodor Konrad Korzeniowski), quien describió las aberraciones del colonialismo belga en el Congo en el siglo XIX, ‘Kapu’ se sumó a la denuncia del poder colonial. Bien le pudiera acompañar en este camino Malinowski a quien Aimé Césaire (poeta y político martiniqués) le concedió méritos por explicar el carácter del capitalismo colonizador, pese a las conocidas críticas a su quehacer antropológico. Malinowski se volvería el principal maestro de Kapuscinski mucho más tarde.
Después, trasladó su mirada a otras regiones y otros fenómenos sin abandonar su enfoque del “colonialismo”. A inicios del siglo XXI, habló de la “tercera ola de descolonización cultural” (según él las fases anteriores fueron la decolonización política y la económica), un proceso en curso ya desde hacía un tiempo, basado en la destronización del poder cultural europeo.
Pero al predominar los temas “culturales” se creó la impresión de que se vivía un post-conflicto y que junto con “el fin de la historia”, había llegado el fin del imperialismo y el colonialismo, y que la experiencia de la descolonización era “inútil”. Los llamados colonial studies acabaron en el campo de la crítica cultural. Se decía que en la globalización no había ya colonizadores ni colonizados, porque iba a beneficiar a todos. Quizás la única amenaza radicaba en “el choque de las civilizaciones”, que en parte fue un metódo para ocultar los conflictos e intereses coloniales presentes. En el caso de África, significó encerrar el continente en el estereotipo de “guerras étnicas” que lo sacudían “desde adentro”.
Pero el tema, tirado por la puerta, regresó por la ventana.
Ante la crisis política en Inglaterra, George Monbiot sugirió en The Guardian que no era la falta de liderazgo, ni el escándalo de excesivos salarios gubernamentales: que la política en Gran Bretaña entró en crisis debido a la crisis de su colonialismo. Su economía ya no podía alimentarse de otras naciones.
A lo largo de tres siglos, las periferias (como India) no sólo le servían como una fuente de acumulación, o el destino de sus exportaciones, sino también como una válvula de escape para externalizar tensiones sociales y hambrunas. Las rebeliones en las colonias permiteron mantener la calma en la metropolí y aunque allí también había pobreza, las catástrofes nunca han alcanzado los niveles que azotaron India. La supremacia financiera británica y
¿En qué consiste la actualidad de Kapuscinski, si según el mismo autor mucha parte de la descolonización se había consumado? Por lo menos tres razones.
Primero. El colonialismo sigue de pie (aunque en crisis). Boaventura de Sousa Santos apunta que el fin del colonialismo formal no significó el fin del colonialismo social, cultural y por lo tanto político: éste continúa hoy en vigor bajo nuevas formas y su articulación con el capitalismo global nunca fue tan intensa como ahora. La descripción de los “viejos” mecanismos coloniales de Francia, Bélgica, Portugal o Gran Bretaña, hechas por el cronista polaco, así como algunos logros y limitaciones de los procesos descoloniales, sigue siendo de utilidad para distinguir sus diferentes modalidades: colonialismo interno (prácticas de los Estados latinoamericanos hacia sus poblaciones indígenas), o cambiantes prácticas del capital y la privatización del colonialismo emprendida por las transnacionales.
Segundo. El principal tema de sus escritos cómo El Sha, o El Emperador, la centralidad del poder, no pierde relevancia en el momento de emprender el camino hacia la descolonización, aunque aquí también sería pertinente una actualización, con la ayuda del concepto de “colonialidad del poder”, propuesto por Aníbal Quijano (una forma de poder que continuó en las sociedades post-coloniales). Para el caso de África, ayuda a explicar la gran crisis, que dura hasta hoy, en que se hundieron los nuevos Estados donde una élite negra sustituyó a los colonialistas blancos.
En cambio los procesos políticos llevados a cabo por los gobiernos de Correa o Morales, apoyados por los movimientos sociales y lejos de pertenecer o formar una élite, se perfilan como verdaderas descolonizaciones. El nuevo gobierno de Ecuador decidió no pagar su injusta deuda externa y optó por una descolonización económica/financiera. En Bolivia, el gabinete encabezado por un indígena revirtió las relaciones de poderes, para combatir el colonialismo interno.
Tercero. Las historias del ‘Kapu’, al ser caracterizadas por su incansable afán de explicar la diversidad de los continentes colonizados y acompañadas por una nueva propuesta ética, constituyen una vía de salida del eurocentrismo. No son retratos, sino denuncias: Ébano no es una lectura exótica sino crítica; no una serie de cuadros, sino una lista de acusaciones.
Kapuscinski ya no presenció los últimos efectos del colonialismo alimentario (aunque lo sospechaba; en uno de sus Lapidarios anotó: “Ya sabemos como morirá la humanidad: de hambre”). Veía elementos del colonialismo dentro del proyecto neoliberal y en la hegemonía del libre mercado, pero no actualizó (salvo al hablar de la descolonización cultural) su mirada a la luz de las cambiantes prácticas de las potencias y el capital. No teorizaba sobre el colonialismo, lo registraba.