Taibo I y Taibo II
con semana negra
Marco Antonio Campos
Conocí a Paco Ignacio Taibo II en San Ildefonso, en lo que se llamaba la preparatoria 1, en 1965. Recuerdo que desde entonces no hubo casi conversación por décadas en que no discutiéramos y no nos pusiéramos de acuerdo, pero eso, en vez de terminar en altercado o camorra, era un buen pretexto para seguir discutiendo la vez siguiente. Él suele recordar, de aquel 1965, con mucha gracia una anécdota de una reacción muy violenta mía mientras discutíamos alguna vez en la calle. Empezamos a tratarnos más cuando nos reuníamos en 1970 y 1971. Paco II, con otros amigos, había llegado al taller de Punto de Partida que dirigía Juan Bañuelos en el piso décimo de la rectoría de la unam . La idea, que nos ilusionaba, era hacer una antología de jóvenes poetas que saldría en Hawai (nunca supe si salió, ni si una revista de Hawai merecía que le diéramos tanta importancia) y otra para la revista Siempre! Las preparamos Paco y yo mientras él fumaba cigarrillo tras cigarrillo y tomaba una Coca-Cola tras otra en su departamento de la calle de Atlixco. Paco II escribía entonces poesía, la cual no sé por qué dejó, pero a sus veintiún años, por otro lado, escribía ya novelas maduras. Tenía –tiene– una enorme capacidad de lectura y escritura y es asombroso lo que conoce de narrativa y crónica. Ambos de izquierda, teníamos diferencias políticas, que fueron disminuyendo aritméticamente con los años, mientras crecía geométricamente el afecto. Como su padre, Taibo II no se ha cansado de dar la mano franca y noble a sus amigos, siendo un continuo beneficiario de su altruismo el que esto escribe.
A su padre, Paco Ignacio Taibo I, lo empecé a tratar en la década de los ochenta, cuando dirigía las páginas culturales de El Universal. Pese a la crisis económica, para mí esa década fue una de las más fecundas del siglo pasado en promoción literaria y artística del siglo, en revistas de calidad, en páginas y suplementos culturales. En los árboles de Taibo i sólo crecía el follaje verde de la generosidad y era de una vivacidad graciosísima. Tenía lo que llamaba Lorca el duende. Es uno de los hombres con más sentido de la gratitud que he conocido; igual que Edmundo Valadés, si les hacías algo que podía semejar lejanamente un servicio o un favor, lo agrandaban para agradecértelo, y si te lo hacían, llegaban aun a darte las gracias. En sus almas no cupieron ni el resentimiento ni la envidia. Taibo I murió el año pasado. Por eso cuando Paco hijo me invitó como único escritor mexicano a leer un breve y conmovedor texto de su padre en
Nunca había asistido a
A partir de las cinco de la tarde hay en los dos recintos conferencias, diálogos, mesas redondas, presentaciones de libros, pequeños conciertos, y después, cuando las actividades terminan en las dos carpas de la vasta feria, empieza la larga noche de escritores, periodistas y editores que se hunden a profundidad en la conversación y el alcohol. Y en el verano europeo de noches breves la luz del día se integra a la luz del día