Los amigos de los pobres
Marcos Roitman Rosenmann
¿Qué sería del capitalismo sin pobres?
Seguramente no abría ONG para el desarrollo, no existirían organizaciones sin fronteras apadrinando niños, ni campañas para paliar el hambre.
Tampoco disfrutaríamos de los análisis del Banco Mundial diferenciando entre pobreza, pobreza extrema, indigencia o pobres de solemnidad.
Por estas razones debemos estar agradecidos a los expertos que dedican su esfuerzo para crear tales categorías. Así, nos enteramos de las diferencias y como se articulan sus políticas internacionales.
Al fin y al cabo, señalan, a los pobres les gusta vivir en poblaciones sin agua potable, electricidad, centro médico, escuelas o transporte público. Prefieren la enfermedad a la salud, desprecian el trabajo, son ariscos, pendencieros, violentos y se dan a la bebida. Hay que enseñarles a vivir decentemente. No darles el pescado, deben aprender a pescar. Dedicarse a su cuidado es rentable. Forma parte del espíritu del capitalismo. Las carencias son rentables para bancos, financieras y empresarios crápulas. En este sentido distingo los actos humanitarios poco o nada altruistas de la actividad cotidiana desarrollada hacia la población marginal y los pobres. En el primer caso, paliar los efectos de terremotos, tsunamis, tifones o guerras bastardas supone una oportunidad de oro para hacer negocios. La reconstrucción atrae a cuanto bicho viviente quiere sacar tajada de la desgracia ajena, entre otras las empresas trasnacionales de construcción. Por el contrario, quiero subrayar las acciones destinadas a sacar rédito de la existencia de los pobres. Entre más haya mejor. Sólo deben mostrarse sumisos y ser agradecidos con sus amos. Estos últimos, son gente justa de acuerdo con sus creencias y valores. Desean lo mejor para ellos.
De esta manera, aliviar las penas de los pobres pasa a ser una actividad gratificante y la par que enriquece a sus hacedores. Sirva como ejemplo la tradicional teletón de fin de año. Durante esas fechas desfilan por la pantalla del televisor famosos de todos ámbitos. Futbolistas, actores, actrices, cantantes, políticos y empresarios. En un acto de altruismo y caridad cristiana donan prendas y objetos que serán subastados entre el público para comprar juguetes. En esta vorágine, los bancos abren cuentas especiales y de paso hacen publicidad de sus servicios. Asimismo, las fundaciones realizan donaciones y desgravan. Todo sea para que los niños pobres gocen de una navidad entrañable. Esto se repite en los países del primer mundo. La generosidad de los ricos es abrumadora. Ningún pobre sin su balón, muñecas, pistolas, tanques o coches de carrera.
En otro orden de cosas, los gobiernos del llamado primer mundo se sienten comprometidos y dedican 0.7 por ciento del PIB a financiar proyectos contra la pobreza. Sin embargo, no olvidemos que una parte importante de este porcentaje, cuando se cubre, se queda en casa. Sirve para hacer frente a los alquileres y los gastos corrientes, atender los sueldos de los funcionarios y las visitas a los países pobres. En España,
No cabe duda, primero roban, esquilman las riquezas naturales, deterioran el medio ambiente y posteriormente dan limosnas para paliar sus efectos. La ayuda al desarrollo, los créditos baratos, el canje de deuda externa por inversiones, son algunas de las acciones preferidas. Para ellos, sería una pena acabar con la pobreza de millones de personas que sufren explotación. Es mejor brindarles protección y hacer un uso rentable de su existencia. Mientras los pobres reciben caridad, los ricos se llenan los bolsillos a su costa.
Sin embargo, hoy en día, emerge un nuevo tipo de mecenazgo. Son personas y gobiernos que desean lo mejor para sus pobres y los guardan de caer en tentaciones tales como tener trabajo estable, gozar de una educación pública, servicios mínimos de calidad y vivienda digna. Es entrañable constatar como en Río de Janeiro se yergue una muralla destinada a garantizar los valores y las tradiciones de los pobres. Hay que trasmitirles el mensaje en positivo. El muro se ha levantado por su bien. Al ser pobres, y muchos analfabetos, no entienden el significado. No es un muro sin ton ni son. ¿Que sería de Río sin las favelas y sin sus pobres? Asistiríamos a una perdida de identidad. Es necesario preservar sus costumbres, su cultura e idiosincrasia. El muro es una opción democrática. No debe hacerse caso a los radicales antisistema y antiglobalización. Estos buscan desprestigiar a un gobierno dizque de izquierdas. El muro no está concebido para controlar militar y policialmente a sus habitantes. Por el contrario, se busca amparar el tan preciado derecho a la propiedad privada de los pobres ante los desalmados ricos que intentan a toda costa apropiarse de sus terrenos y destruir las favelas que tanto les ha costado edificar. En definitiva, no hay mejor opción que levantar el muro. Así se evitan malos entendidos.
Otros muros semejantes existen en Ceuta y Melilla. Tienen otra función, buscan evitar el acceso de los inmigrantes de las naciones africanas a España. Es un muro de la libertad. Evita que los pobres caigan en el consumo y el despilfarro, actos impropios de gente menesterosa. Así, deben ser conscientes del alto precio que pagan las sociedades occidentales por su construcción. Igualmente sucede en la frontera estadunidense con México. ¿Cómo criticar un acto lleno de solidaridad hacia los pobres? Ya se darán cuenta que es por su propio bien. Por ende, demos la bienvenida a los amigos de los pobres, sujetos deseosos de luchar por su mantenimiento en aras de chuparles toda la sangre. ¡Vivan los pobres y la madre que los parió!