CIUDAD DEL VATICANO, lunes 7 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- La Iglesia celebra este martes la fiesta de la Inmaculada Concepción. Como es tradición el Papa Benedicto XVI le rendirá un homenaje, con un cesto de rosas, ante la imagen que se encuentra la Plaza de España en Roma.El ministro general de la Orden de los Hermanos Menores Franciscanos, padre José Rodríguez Carballo, ante los micrófonos de Radio Vaticana, ha compartido reflexiones sobre el tercer dogma mariano, proclamado hace 155 años por el papa Pío IX, recogiendo así el «sentido de fe» (sensus fidei) del pueblo cristiano.
El padre Rodíguez señala cómo la fe cristiana, en su tradición, ha combinado siempre la religiosidad popular con la reflexión de los teólogos y del magisterio: «Todo ello bajo el soplo del Espíritu Santo que es el grande de fidelidad en la Iglesia a la palabra divina, revelada en las Sagradas Escrituras».
La fiesta que celebramos es un claro ejemplo de ello, asegura el sacerdote, quien indica que las Sagradas Escrituras no se refieren a la Inmaculada Concepción de María explícitamente. No obstante, desde el siglo II san Irineo de Lyón hacía alusión al contraste entre Eva y María.
Ambas mujeres, libres de pecado original: la primera, usando mal su libertad, pecó y se alejó del paraíso; la segunda, permaneció fiel a su naturaleza inmaculada y se convierte para todo ser humano en un modelo de cualquier virtud representada en grado sumo.
«De todos modos, la proclamación de María como pura, limpia y sin mancha como santuario de impecabilidad no se entendía desde el seno materno sino desde su nacimiento», explica el superior general de los franciscanos.
Recuerda el padre Rodríguez al teólogo de la segunda mitad del siglo XIII, Juan Duns Scotto, gran maestro de Oxford y de París, quien «defendió el misterio inmaculista en toda su plenitud, apelando a la redención preventiva de María por Cristo su hijo antes de venir al mundo».
«Luego de esta teoría, se dio una gran serie de estudios mariológicos sobre la ‘llena de gracia’ y ‘morada del Verbo Encarnado’, que implicarían a la orden franciscana como abanderada de la declaración dogmática de esta verdad de fe para la Iglesia Universal», explica el fraile.
Los estudios teológicos y el clamor del pueblo por aceptar a la Virgen como Inmaculada, concluyeron en la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854.
Para ello, el papa Papa Pío IX consultó a 603 obispos alrededor del mundo, de los cuales, 546 se declararon favorables a este dogma. «Al pueblo volvía de este modo lo que del pueblo salió: María, palacio en casa de Dios la pura y limpia, la purísima», señala el padre Rodíguez.
Y destaca el enorme significado que esto implica: «María es una mujer de nuestra propia pasta que colma en absoluto el ideal de pureza, belleza y santidad descrita en el Apocalipsis como la mujer vestida de sol coronada de estrellas con la luna por pedestal y pisando la cabeza de la serpiente».