La intoxicación de Los Medios daña el…

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 8 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI constató la intoxicación a la que exponen los medios de comunicación, acostumbrando a los espíritus «a las cosas más horribles», y rindió homenaje a los hombres y mujeres anónimos que humanizan las ciudades con el amor.Así lo proclamó ante la estatua de la Virgen, que se encuentra en la plaza de España, en pleno centro de Roma, adonde acudió, siguiendo la tradición, en la tarde de este martes, solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Benedicto XVI colocó un gran cesto de rosas ante la imagen coronada de María y afirmó que María repite a los hombres de nuestro tiempo: «no tengáis miedo, Jesús ha vencido al mal».
En su meditación, el papa comenzó constatando cómo «Cada día, de hecho, a través de los periódicos, la televisión, la radio, el mal es narrado, repetido, amplificado, acostumbrándonos a las cosas más horribles, haciéndonos insensibles y, en cierto sentido, intoxicándonos, pues lo negativo no se digiere plenamente y día tras día se acumula. El corazón se endurece y los pensamientos de hacen sombríos».

Por este motivo, añadió, «la ciudad tiene necesidad de María, que con su presencia nos habla de Dios, nos recuerda la victoria de la Gracia sobre el pecado, y nos lleva a esperar incluso en las situaciones humanamente más difíciles».

«En la ciudad viven –o sobreviven– personas invisibles, que de vez en cuando saltan a las primeras páginas o a las pantallas de televisión, y son aprovechadas hasta el final, mientras la noticia y su imagen llaman la atención. Es un mecanismo perverso, ante el cual por desgracia es difícil oponer resistencia. La ciudad primero esconde y luego expone al público. Sin piedad o con una falsa piedad».

«Sin embargo, en todo hombre se da el deseo de ser acogido como persona y considerado como una realidad sagrada, pues cada historia humana es una historia sagrada y exige el mayor respeto», afirmó.

«Los medios de comunicación tienden a hacer que siempre nos sintamos «espectadores», como si el mal sólo afectara a los demás, a ciertos eventos que a nosotros no podrían sucedernos nunca. Sin embargo, todos somos «actores» y, tanto en el mal como en el bien, nuestro comportamiento tiene una influencia sobre los demás».

En momentos en los que tiene lugar la cumbre mundial sobre el cambio climático en Copenhague, el pontífice explicó que «con frecuencia nos quejamos por la contaminación del aire, que en ciertos lugares de la ciudad es irrespirable».

«Es verdad –constató–: se requiere el compromiso de todos para hacer más limpia la ciudad. Y, sin embargo, hay otra contaminación, menos perceptible por los sentidos, pero igualmente peligrosa. Es la contaminación del espíritu, que hace que nuestros rostros sonrían menos, sean más tristes, que nos lleva a no saludarnos, a no mirarnos a la cara».

«La ciudad está hecha de rostros, pero por desgracia las dinámicas colectivas pueden hacernos perder la percepción de su profundidad. Todo lo vemos superficialmente. Las personas se convierten en cuerpos y estos cuerpos pierden el alma, se convierten en cosas, objetos sin rostros, intercambiables, objetos de consumo», afirmó.

Por este motivo, explicó que «María Inmaculada nos ayuda a redescubrir y defender la profundidad de las personas, pues en ella se da una perfecta transparencia del alma en el cuerpo. Es la pureza en persona, en el sentido de que espíritu, alma y cuerpo son en ella plenamente coherentes entre sí y con la voluntad de Dios».

El Papa concluyó rindiendo «homenaje públicamente a todos aquellos que, en silencio, sin palabras pero con hechos, se esfuerzan por practicar esta ley evangélica del amor, que saca adelante al mundo. Son tantos, incluso aquí, en Roma, y pocas veces hacen noticia».

«Hombres y mujeres de todas las edades, que han comprendido que no sirve de nada condenar, quejarse, echar la culpa, sino que es mejor responder al mal con el bien. Esto es lo que cambia la realidad; o mejor dicho, cambia a las personas, por consiguiente, mejora la sociedad», dijo por último.

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