Memorias de Felipe Martínez Soriano 11
INCIDENTES.
Tenía ya 7 años de edad e inquieto, una vez mi abuelo y padre acarreaban piedras en carreta, al llegar a casa las bajaban con dificultad y dijeron me colgara de la pértiga para facilitar el descenso de las piedras, pero les fue imposible avisarme a tiempo y la clavija de la pértiga cayó con fuerza sobre mi cabeza, perdí el conocimiento por varias horas, lo recobré en la madrugada del otro día. Mi cabeza tenía un gran chipote y envuelta en trapos con grasa y hierbas. Mientras la gente observaba el volver en si o el “despertar” y como eso se tardaba, esperaban el velorio, que no sucedió, la muerte no llegó.
Una segunda ocasión, cuando mi padre regresaba de Etla, montado en su yegua, acudí contento a encontrarlo, porque siempre traía algún dulce: hojaldritos, “nenguanitos, mamones, rosquitas”.Y sin precaución pasé por las patas traseras del animal y me dio tremenda patada en la ingle que me privó del conocimiento por un rato y sin mayores problemas.
Después, entrada la noche, mi abuela ordenó buscar a los guajolotes y los encontré en terrenos de tía Hilaria, empecé a arrearlos, sin darme cuenta de un perro, que silenciosamente me seguía y tenía la costumbre de morder a “escondidas” y me mordió en una pierna, causando fuerte dolor y sangrado, asustándose la abuela. La mordida “curó” con remedios caseros y la cicatriz es notable todavía. Luego un piquete de alacrán en el pene, cuando dormía en el petate igual de garrapatas. Y me salvé de ser mordido por coralillo cuando cortaba alfalfa.
Edad en que, pude darme cuenta del temblor que sacudió la casa que estuvo en peligro de caerse; del llanto de las gentes, el triste toque de las campanas de la iglesia; de los rezos; del olor a palma bendita quemada; de los ruegos a Dios y a la Virgen de la Soledad, por compasión y piedad. En el pueblo no hubo desgracias, en la ciudad de Oaxaca sì, porque se cayeron casas y hubo muertes.
Conforme me recuperaba, las actividades en el hogar y en el campo se ampliaron: con el corte de alfalfa y zacate en las mañanas, sin importar lluvias y el frío; cuidar una vaquita, el becerro, dos-tres burros, un yegua y sembradíos, que los perros no comieran los elotes, para ello, utilizaba ondas y tirarles piedras con la mano izquierda Por las tardes desgranaba maíz ayudado del “burro” un banco de olotes, sujeto con mecates.
Entonces el maíz el fríjol, alberja y haba era medidos con el almud, el medio y el cuarto; la arroba, la onza, el quintal, la fanega y contado en zapoteco “el gallo” igual a tres centavos, el real, el medio real, aunque no entendía el zapoteco.
La cosecha se acarreaba en canastos de carrizo y en la espalda con mecapal en pecho o en la cabeza, llevarlo hasta la carreta y en varias ocasiones sufrí caídas sin mayores problemas y cuando no era eso, entonces a levantar la milpa, desyerbarla y arrimarle más tierra. También sembrar trigo era bonito y admirar el Valle de Etla, de color verde esmeralda. En Semana se cultivaban plantas y cereales como el trigo porque en Semana Santa, las gentes llevaban macetas a la iglesia y los niños hacíamos con el tallo verde de la plana caracoles y peines para venderlos en el Quinto Viernes en Etla.
El trigo seco se trillaba con garrotes, burros o caballos, en lugares conocidos como eras, luego se limpiaba con palas contra el viento. En esos años existían muchos panaderos en la comunidad y quise aprender el oficio con los señores Ezequiel Ventura, un bohemio que cantaba con su guitarra y decía versos o con los señores. Bartolo Cruz, Manuel “Malàn” y Marcos López Sosa, jugador de pelota mixteca y con fuerzas en las manos para apostar a las “venciditas”.
Como mi vida era el campo y aparte de los relatos anteriores, veía que en la Semana Santa, eran las peregrinaciones al Señor de las Peñas, en Reyes, Etla, un montículo conocido como “El Mogote”, ruta de Monte Alban y como no asistía a ellas, me mandaban a cazar chapulines en calabazo largo, de boca estrecha y base amplia, “bule”, los atrapaba en milpas, en la alfalfa, en el zacate y cazaguate, ya en casa los depositan en agua hirviendo para limpiarlos, luego freírlos y agregarles limón para buen sabor.
Antes de seguir con el relato, siento gusto referir que, mi humilde choza era de adobe, techo de teja, un corredor y cocina cercada de carrizo, un patio ocupado en tiempos de cosecha y era agradable observar a las gentes que acudían a desgranar y limpiar trigo maíz y fríjol. Y mi abuela procuraba tener un espacio para sembrar flores y yerbitas de olor; un lugar para los animales y al fondo del patio, un árbol de toronjas, después se construyó un pequeño pesebre Y mis abuelos y padre constaban con buenos vecinos: las tías. Cenobia (Vita), Petra y Amalia. Pero las cercas de carrizo permitían la comunicación con ellos. Y al oriente se colindaba con terreros de la señora Salomé y sus hijos Andrés y Florentino, con el tiempo y dos partes fueron comprados por miss abuelos y padre. .
OTRAS INCLEMENCIAS-. Una vez con Ricardo y Tomas, sufrimos torrencial aguacero que inundó la planicie zauteca, los pequeños arroyos aumentaron el caudal de agua que lo observábamos como un brazo de mar, imposible de cruzarlo. Pero los animales que pastoreábamos por cañadas del “llutate” y el “Tecolote”, llegaron solos al pueblo Y nosotros nos fuimos a Mazaltepec y lograr protección y tuvimos suerte, porque llegamos con la Sra. Quirina, amiga de mi abuela y nos ofreció su choza y dormimos en el suelo, con enaguas y rebozo de la señora, nos dio café caliente, tortillas con queso y frijolitos negros, aunque sufrimos piquetes de pulgas, piojos y chinches.
Como no llegamos al pueblo, las familias pensaron en lo peor y nos buscaron entre ramas y troncos de árboles en el río y en terrenos inundados. En ello participó la policía, autoridades municipales y gentes del barrio toda la noche y al día siguiente la continuaron. Después que pasamos la noche y en la mañana siguiente, cuando los rayos del sol empezaron a alumbrar lomeríos, salimos de la choza y nos encaminamos a una vereda y apenas dimos unos pasos, cuando observé a mi padre con otras personas mostrando alegría al vernos y fuimos a encontrarlos, de regreso a Zautla encontramos a más personas,
Meses más tarde y en una madrugada, cuando acompañaba a mi padre en la carreta rumbo al “Palenque” y el “Lluluache” a traer zacate. Y para estar seguros nos amarrábamos con mecate en las estacas de la carreta. Y al pasar por pastizales, la yunta se rehusaba continuar caminando y “bufaban” Yo estaba despierto y logré observar que frente a la yunta, estaba parado un coyote. Y desperté a mi padre y se bajó de la carreta y con “la pulla” que traía en manos y echó a correr.
Eso conté al abuelo y empezó a reírse y dijo: que para asustar al coyote hay que ponerse la camisa al revés para ausentarlo, en lugar de tenerle miedo Luego, hizo una lumbrada, calentó tortillas con fríjol negro y hoja de aguacate, chile pasilla en vinagre y café caliente. El coyote infundía miedo con el “tufo” que despide y cuando se le perseguía, se sentían los pies pesados, la cara hinchada, sin poder gritar como que uno se paralizaba”. Por eso se decía que era un animal •”del diablo” que cuando el sol empieza a alumbrar, entraba a corrales a comerse: chivos, borregos y guajolotes. Por eso, cuando se lograba cazar a alguno, lo paseaban por las calles del pueblo y la gente cooperaba para el cazador.
Y ¡Bueno! En otra ocasión jugábamos Ricardo y yo en un lugar alfombrado y cerca estaba una poza con agua, y ya cansados de jugar, bajamos a tomar agua. Pero vimos que en el fondo de la poza había un montón de víboras de cascabel, sentimos miedo y emprendimos la fuga.
Siempre procurábamos divertirnos, ejemplo, en la fiesta del Patrón San Andrés, llegaban juegos mecánicos, caballitos de don Natalio y teníamos ganas de subirnos a ellos, pero no podíamos por falta de dinero y cuando lo lográbamos era a escondidas del dueño, más del hijo del señor que era grosero y. nos bajaba a empujones. Yo corrí el riesgo porque me empujó y caí entre piedras causándome una herida en el mentón, que duro bastante y aún se me nota la cicatriz.