Muy Ilustres señores Vicarios Generales Hermanos Presbíteros Hermanos Consagrados y Consagradas Miembros de los Consejos Parroquiales de Pastoral Hermanas y Hermanos en el Señor Jesús 1. Saludo a todos ustedes con afecto en el Señor y les doy la bienvenida a la Casa común, la ahora Basílica de Nuestra Madre Santísima, la Virgen de los Dolores de Soriano, Nuestra Patrona diocesana. 2. Hoy es día de fiesta, de celebración y de acción de gracias por los beneficios divinos recibidos, cuyos aniversarios recordamos con alegría: El 146 de la Fundación de nuestra Diócesis de Querétaro con la bula Deo Optimo Maximo del Papa Pío IX; el 48 aniversario de la Coronación Pontificia de la piadosa Imagen de Nuestra Señora de los Dolores; el 1° de la Erección canónica de la Basílica y el aniversario número 19 de los Consejos Parroquiales de Pastoral. 3. Acabamos, además, de publicar el Plan Diocesano de Pastoral, Tercera etapa 2010-2016, centrado en la Misión Permanente, y estamos celebrando el Año Sacerdotal que esperamos, bajo la protección de San Juan María Vianney, produzca abundantes frutos de santificación para nosotros los sacerdotes y de aumento de vocaciones sacerdotales y misioneras. En verdad, Hermanas y Hermanos, el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres (Ps 126, 3). Aquí hemos venido a mostrarle nuestra gratitud y nuestra alegría. 4. Quisiera ahora, en primer lugar, invitarlos a contemplar, como en un retablo, la imagen de la Iglesia que nos presenta san Juan en el pequeño trozo del Evangelio que acabamos de escuchar, y ver allí también reflejada nuestra iglesia diocesana. Aparece primero y en el centro, “la cruz de Jesús”, o sea, Jesús en la cruz. Ese es el centro, el corazón, el punto de referencia y de apoyo de la Iglesia: El Crucificado. Por eso, en nuestros templos e iglesias, siempre en el altar, en lugar principal y visible, debe estar el Crucifijo para que “miremos al Traspasado” y, fijos los ojos en Él, obtengamos la curación de nuestras llagas y de nuestros pecados. La soberbia humana, la lujuria y la prepotencia violenta, sólo se curan mirando con fe y de rodillas al Crucificado. El Crucifijo es un icono, una imagen litúrgica, que no debe faltar ni en altar ni en nuestro hogar. 5. Junto a la cruz de Jesús, “estaba presente su Madre”. La Virgen María no puede faltar junto a Jesús, pues por Ella nosotros recibimos al “autor de la vida, Jesucristo, Señor nuestro”. Junto a Jesús, su Madre está compartiendo sus dolores, asociándose a sus sufrimientos redentores e intercediendo por nosotros. Es una presencia fuerte y consoladora, martirial y maternal, una presencia llena de fortaleza y al mismo tiempo de dulzura y de compasión. Es la Virgen fiel que mantuvo el sí de la Anunciación hasta la Cruz, y que nos enseña a permanecer fieles a Cristo también en el sufrimiento y nos consuela al mismo tiempo que nos ayuda a llevar su cruz. Es la Madre de los Dolores, a la que ahora aquí veneramos en esta devota imagen como Madre y Patrona nuestra. 6. Estaban presentes también “la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena”. Es la primera, naciente y fiel, pequeña pero valiente comunidad de seguidores de su Hijo. Esas que nosotros llamamos “las santas mujeres”, serán testigos privilegiados de la resurrección de Cristo, y constituyen la presencia germinal de nuestra comunidad cristiana de testigos de Jesucristo. Serán las primeras en anunciar la resurrección a los discípulos y a nosotros. 7. En ese contexto “eclesial”, Jesús dirige su mirada desde la Cruz a dos personas del grupo: “a la madre y al discípulo al que él quería”. Con ellos tendrá lugar ese diálogo que es nuestro consuelo y esperanza: su madre recibe al discípulo como hijo y el discípulo recibe a la madre de Jesús como propia. María amplía la maternidad de su Hijo para asumir, junto con ella, la maternidad de todos nosotros. Será la madre de la nueva comunidad. Desde ahora somos hijos en el Hijo y Ella es madre nuestra porque es la Madre de Jesús. Quien la recibe “en su casa” es el apóstol Juan, es decir, es la Iglesia fundada por Cristo sobre los apóstoles, la que recibe y goza de la intimidad maternal de María. Allí, precisamente “en su casa”, en la comunidad apostólica, ella ejercerá su maternidad sobre toda la comunidad que allí se reúne: sobre toda la Iglesia. 8. Esta es la imagen de la Iglesia que nos sugiere este pequeño trozo del Evangelio de san Juan, que reproduce este nuestro encuentro diocesano y que debemos prolongar en cada una de nuestras parroquias, especialmente en nuestras celebraciones litúrgicas. Cada comunidad parroquial debe actualizar este misterio con todos sus elementos y con toda su gracia salvadora. Es el misterio de la fe, el sacramento de nuestra salvación, el sacrificio del calvario presente entre nosotros. 9. Haremos también, en esta ocasión, la bendición de la capilla que, asumiendo un nombre tomado de los hermanos Otomíes -ahora reconocidos por la UNESCO como generadores de cultura católica por sus ritos, fiestas y tradiciones-, hemos llamado “Capilla de ánimas”, porque queremos dedicarla especialmente a orar por nuestros difuntos, como es piadosa y fiel tradición católica. En la Capilla del Apocalipsis celebramos a la Iglesia triunfante; en ésta, llamada “de Animas” tenemos presente a la Iglesia que aún necesita de purificación y de nuestra oración; y en nuestra Basílica nos hacemos presentes los que aún peregrinamos en este mundo hacia la casa del Padre. Aquí, pues, descansarán, esperando la resurrección, los restos de un querido Sacerdote, insigne bienhechor del pueblo y gloria de la Iglesia diocesana, Don Florencio Rosas, en cuya persona queremos honrar, en este Año Sacerdotal, a todos los sacerdotes de nuestra Diócesis que han entregado su vida al servicio de la Iglesia. 10. Descansan también aquí los restos mortales de las últimas Hermanas Religiosas que pertenecieron a la Comunidad de Santa Rosa de Viterbo, en nuestra Ciudad episcopal, y que fueron violenta e injustamente arrojadas de su convento, pero recibidas con piedad y amor cristianos por sus familias y por la comunidad católica de este hospitalario pueblo de Colón. Nosotros recogimos sus restos mortales, les rendimos el honor que merecen y oramos por ellas. En memoria, pues, de este venerable Sacerdote y de estas Hermanas Religiosas, hemos construido esta capilla en la cual se orará constantemente por todos los hermanos y hermanas “que nos han precedido en el signo de la fe y descansan el sueño de la paz”. Los católicos creemos en la vida eterna, en la vida futura, en la resurrección de los muertos y en la comunión con ellos mediante la oración y los sufragios; por eso, nos acordamos con cariño y respeto de nuestros difuntos, para que ellos nos tengan presentes ante el Señor. Es la “comunión de los santos” junto con la esperanza de la “vida eterna” la que nos anima y sostiene en nuestra luchas. 11. Hermanas y Hermanos: Nuestra fe es regalo espléndido de Dios; nuestra Iglesia católica es hermosa; la cruz de Cristo es poderosa; sus sacramentos, su gracia, su vida son dones que no merecemos, pero que disfrutamos; su Madre santísima no nos abandona nunca y nos consuela siempre. Tampoco somos ilusos: sabemos que la lucha es ardua y continua, que el nombre de Cristo es objeto de contradicción y que los cristianos no podemos menos que sufrirla también: “Si buscáramos agradar a los hombres, no seríamos discípulos de Jesucristo”, decía san Pablo. Pero el Espíritu de Jesús, el Espíritu de la Verdad, está siempre con su Iglesia, con todos y cada uno de nosotros. Nuestra Iglesia ha pasado por momentos difíciles, ciertamente más que los que ahora está pasando; pero el grito de Cristo se sigue resonando en nuestros oídos: “No tengan miedo: Yo he vencido al mundo”. Con Cristo y su Madre santísima tenemos asegurada la victoria. Al Señor Jesús, triunfador del pecado y de la muerte, sea en la Iglesia el honor y la gloria por siempre Amén. † Mario De Gasperín Gasperín VIII Obispo de Querétaro