La Iglesia Católica y sus fisuras

Nueva crisis en el Vaticano  

Bernardo Barranco V.  

 

La Jornada  

El Papa no sólo está preocupado por recuperar la confianza y la credibilidad de la Iglesia en Irlanda. Benedicto XVI también está inquieto por el rumbo que ha tomado su desencuentro con Berlusconi. Para decirlo con una expresión: el Vaticano se ha covertido en un infierno. 

El martes 9 de febrero, la secretaría de Estado emitió un comunicado en el que afirma que existe “una campaña difamatoria contra el Vaticano que implica al mismo pontífice”. El texto desmiente las especulaciones en la prensa que sostienen que fue el director de L’Osservatore, Giovanni Maria Vian, y el secretario de Estado, Narciso Bertone, quienes conspiraron contra Dino Boffo, ex director del periódico católico Avvenire, pretextando su  homosexualidad. Este nuevo escándalo se viene gestando desde agosto pasado y ha crecido como una bola de nieve confusa: cartas anónimas, documentos y acusaciones falsas, rumores sobre presuntas guerras sin control entre los obispos, cardenales y miembros de alto rango de la jerarquía italiana enfrentados a la curia vaticana y provocaciones con el primer ministro italiano Silvio Berlusconi. Hay un entramado complejo que se ha desbordado hasta alcanzar una crisis de niveles internacionales que pone en evidencia que la autoridad del Papa y la gobernabilidad de la Iglesia están siendo vulneradas. 

El Vaticano parece transitar en una vertiginosa montaña rusa con escándalos y crisis cíclicas que ponen de manifiesto la disfuncionalidad de un modelo de conducción institucional demasiado centralizado. Aún están frescos los reproches y filtraciones en torno de la apertura de Benedicto XVI a los lefebristas en 2009, cuyo clímax de tensión giró en torno a Williamson, quien negó la existencia del Holocausto, dejando al pontífice en una posición muy delicada no sólo ante la comunidad judía, sino frente a poderosos episcopados como el alemán, austriaco y francés, que abiertamente desaprobaron dicha iniciativa. 

En marzo del año pasado, el Papa soportó doble metralla: por un lado le reprochaban que se alejara del espíritu del concilio y, por otro, los sectores más conservadores le apuraban para reincorporar a los retrógrados lefebristas. El episodio ameritó una carta personal particularmente fuerte e inusual de Joseph Ratzinger, quien evidenció tensiones y disputas dentro de la Iglesia, sin dejar de externar su pesar por  sentirse incomprendido no nada más por la sociedad moderna, sino por sectores del propio clero; lamentó “el odio sin reservas de algunos católicos” y llegó a reconocer que “en la propia Iglesia se muerde y devora”. Esa carta reflejó su sufrimiento en el cargo, así como su pesar ante posturas autodestructivas dentro del cuerpo eclesial. 

El origen de este nuevo trance radica en la postura crítica del Vaticano y sectores del episcopado italiano ante los excesos y escándalos sexuales de Berlusconi. Dino Boffo, director del diario católico Avvenire –fundado en 1968 y administrado por la conferencia episcopal italiana– había sido especialmente severo con el primer ministro por la conducta inapropiada y éticamente reprobable desde el punto de vista católico.

Il Giornale, diario de derecha fundado en 1974, propiedad de la familia Berlusconi, asesta un contundente golpe al director del Avvenire el 28 de agosto de 2009 al publicar un artículo de su director, Vittorio Feltri: “El supermoralista condenado por acoso”, se titula, y en él acusa a Boffo, director del periódico de los obispos, de haberse visto envuelto en 2004 en una pena por acoso telefónico a una mujer, cuyo novio de ésta era su amante. En septiembre Boffo renuncia negando las acusaciones que a la postre resultaron estar basadas en falsos documentos e inexistentes juicios. Il Giornale revira revelando en diciembre que “una alta personalidad de la Iglesia, de la que uno debe fiarse institucionalmente,” le había suministrado los documentos que avalaban la homosexualidad de Boffo. 

Un tercer periódico italiano, La Reppublica, entra a escena y apunta tanto al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, como a Vian, el director del L’Osservatore Romano, quienes habrían conspirado contra Boffo. El supuesto objetivo de dicha confabulación consistía en que, al derribar al director del periódico de los obispos, Bertone ajustaba cuentas con un episcopado italiano considerado demasiado independiente con respecto al Vaticano. Ante el prolongado silencio, un tsunami de especulaciones ha caído, sin exagerar, sobre Roma. “El Papa está más allá de la gracia de Dios”, anuncia en primera plana el periódico de Berlusconi (Il Giornale 09/2/10). Que “Benedicto necesita un Ratzinger”; un papa ausente, encerrado en su biblioteca; Bertone es tasado como un secretario de Estado de toda la confianza del pontífice, pero sólo en la curia, que aísla aún más al Papa. 

El comunicado de la secretaría de Estado desmiente el complot y la conspiración contra Boffo y señala: “El Santo Padre, que siempre estuvo informado, deplora estos ataques injustos e injuriosos, renueva su plena confianza a sus colaboradores y reza para que quienes realmente quieren el bien de la Iglesia operen con cualquier medio para que se afirmen la verdad y la justicia”. Para el vaticanista Giancarlo Zízola, “se trata de una revuelta de Camillo Ruini, ex presidente de los obispos italianos, y los partidarios del concubinato político con Berlusconi (…) aunque ello suponga hacer la vista gorda ante el despliegue de libertinaje sexual o moral del primer ministro y pactar con el poder para obtener leyes favorables y ventajas económicas o personales” (El País, 10/2/10). Otro vaticanista, Sandro Magíster, opina que en la confrontación Bertone-Ruini, existe la tentación de Roma por subordinar grandes episcopados como el italiano, brasileño y estadunidense (L’Expresso, 11/2/ 10). 

 

La Iglesia de Benedicto XVI tiene fisuras que presagian riesgos de naufragios no frente al relativismo de la cultura, sino por las fracturas del navío católico. 

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