Crisis económica y crisis social
Por Francisco Gil Hellín
BURGOS, –
Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, con motivo del 1 de mayo.
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El 1 de mayo va asociado al mundo del trabajo manual, intelectual y artístico. Sin embargo, la actual situación de crisis nos remite necesariamente al paro que afecta a tantas personas, de modo particular a los jóvenes. ¿Quien no conoce personas y familias que están pasando verdaderos apuros económicos y quizás, como consecuencia de ellos, el aumento de tensiones, conflictos y hasta separaciones? Como es lógico, nadie puede sentirse indiferente sino que todos hemos de ser sensibles a esta realidad, acompañar a las víctimas y dirigirles un mensaje de solidaridad y esperanza.
Los obispos de España, en la Asamblea Plenaria que termino el pasado viernes, hemos estudiado un documento de notable amplitud e importancia que se hará público en su momento y en el que se aborda el problema con profundidad y amplios horizontes, huyendo de todo reduccionismo simplista o parcial. Dicho documento me dará la oportunidad de reflexionarlo y darlo a conocer con la seriedad que merece. Mientras tanto, quiero invitaros a todos a reflexionar sobre algunas ideas que me parecen de especial importancia.
La más importante es esta: la crisis económica no es de carácter financiero sino moral. Si hemos llegado a esta situación es debido a que hemos organizado la sociedad de un modo incorrecto. Consiguientemente, la crisis no será superada solo o principalmente porque cambiemos la economía sino porque se produzca otro cambio mucho mas profundo: el cambio de mentalidad y hábitos de comportamiento de las personas que integramos la sociedad. En efecto, hemos sido las personas, no la fatalidad o las fuerzas ciegas, ni siquiera algunos agentes sociales especialmente corrompidos, quienes hemos dado origen a esta crisis mundial. De ahí que su superación llegara cuando las personas cambiemos de modo real y profundo. En caso contrario, quizás superemos la crisis actual, pero no habremos quitado las causas que la generan y, por ello, volverá a aparecer en el futuro, incluso de forma más aguda.
La segunda idea que me parece fundamental se puede formular así: la crisis que padecemos no es sectorial o nacional sino global. De tal modo que ningún Estado particular y, menos todavía, ninguna estructura social inferior es capaz por sí solo de resolverla. Se necesita el concurso de todos los Estados y, dentro de ellos, de todos los estamentos sociales: políticos, financieros, intelectuales, medios de comunicación social, empresarios, trabajadores de todo el espectro laboral. Nadie puede quedar excluido porque todos somos necesarios y todos estamos concernidos.
La tercera idea fundamental me parece que es ésta: el hombre es el centro de la creación, porque el Creador, además de hacerle a imagen y semejanza suya y dotarle de una dimensión trascendente, ha puesto a su servicio todos los bienes de disfrute y de producción. Al decir ‘hombre’ me refiero a todos los hombres y mujeres que viven actualmente en la tierra y a los que vendrán después de nosotros, porque Dios también ha creado los bienes para ellos. De ahí que cualquier modo de entender la política y la economía fuera de una perspectiva en la que priman las personas, el bien que las comunica y la justicia que determinan sus deberes y derechos, se convierten en realidades incapaces de afrontar y resolver el desarrollo humano integral.
Deseo expresar desde aquí mi cercanía hacia las familias y personas que se sienten afectadas por situaciones laborales de paro y precariedad. ¡Ojala me fuera posible remediar sus problemas o paliarlos de modo eficaz! Sabed que, al menos, sufro con vosotros y deseo de todo corazón que entre todos seamos capaces de resolver la dolorosa situación que nos aqueja. A lo largo de este mes de mayo que vamos a comenzar, se lo pediré a la Santísima Virgen y le rogare que nos ayude. Hacedlo también vosotros, implorándola como Madre y consuelo de los afligidos.
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Benedicto XVI: lustro lustroso
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm
OVIEDO, sábado, 1 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje escrito por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo, adeministrador apostólico de Huesca y Jaca, sobre los cinco años de pontificado de Benedicto XVI.
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Han pasado ya cinco años, un lustro lustroso desde que aquella tarde el Cardenal Ratzinger se asomó tímido al balcón de la fachada central de la Basílica de San Pedro del Vaticano y nos dijo aquello: los señores Cardenales han elegido como Sucesor de Pedro a un humilde trabajador de la viña del Señor. No era una humildad prestada y oportunista, sino la conciencia sincera y veraz de lo que había sido su trayectoria humana y cristiana.
Años atrás, superando su resistencia comprensible, terminó aceptando la invitación que le hiciera Juan Pablo II al nombrarle Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en aquel momento en que la confusión y el disenso teológico seguía oscureciendo la luminosa doctrina del Concilio Vaticano II. Durante el largo y fecundo pontificado del Papa Wojtyla, y como ayuda preciosa e inestimable a la Sede de Pedro, este teólogo y arzobispo alemán ya bien conocido por su pensamiento lúcido y profundo, fue recordando y proponiendo los senderos que hermanaban la fe y la razón, la verdad y la caridad, la bondad y la belleza.
No era filigrana retórica, ni literatura vacía, ni cantinela para encantar serpientes, sino una forma de anunciar a Jesucristo: el que por salvar la humanidad de la que estamos hechos, quiso despertar la fe que nos adhiere a Él y la inteligencia que sabe de razones; el que se nos presentó como la verdad y nos la narró en una caridad que llega a dar la vida por amor; el que con bondad pasó haciendo el bien, siendo el mejor reflejo de quien hizo todas las cosas con una belleza sin mancha ni ficción.
En estos cinco primeros años del pontificado de Benedicto XVI hemos seguido asistiendo al regalo que Dios nos está dando en este entrañable Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los muchos dones que él recibiera del buen Dios y que diligentemente ha ido cuidando y fructificando en sus muchos años, nos permite reconocer con gratitud y asombro la sabiduría de la Providencia divina que siempre confunde a quienes tienen una mirada mezquina y torcida. Era el Papa que tras el siervo de Dios Juan Pablo II necesitaba la Iglesia y la humanidad.
A propósito de esto he leído en estos días un interesante apunte sobre las tres encíclicas que ha publicado el Papa Ratzinger. El profesor Javier Prades (San Dámaso – Madrid) ha querido resumirlas bajo el epígrafe: aprender la mirada de Dios. Recuerda cómo al pintar la capilla Scrovegni, en Florencia, Giotto opuso a cada virtud su vicio correspondiente. Cuando llegó a la caritas, le contrapuso la invidia. A muchos les puede extrañar, pero el motivo es muy sencillo: invidia deriva de in-video, ver con malos ojos, estar ciego. La envidia corrompe la mirada original del hombre sobre el mundo, sobre los demás y sobre sí mismo. Ya no los ve como son: hechura de Dios. En vez de disfrutar de su presencia, la detesta. La caridad, en cambio, expresa la mirada original de Dios: «Vio que todo era muy bueno». La primera caridad es la que ha tenido el Señor al mirarnos así a cada uno y apiadarse de nuestra nada. El Verbo hecho carne nos ha traído, en forma humana, esa mirada llena de compasión. Con su iniciativa amorosa, sana nuestra humanidad deformada. Quien recibe el amor de Dios recupera la visión y contempla su propia vida y la de los demás por lo que son: un bien.
Sin duda que esto es lo que el Papa nos ha querido mostrar con su pluma llena de sabiduría y con su testimonio cristiano lleno de fortaleza. La mirada de Dios en los ojos de este anciano que canta la juventud de la Iglesia y es testigo de la fe y la razón, de la verdady caridad, y de la belleza y la bondad. Felicidades, Santo Padre.