Las grandezas de Querétaro
La muy noble y la muy leal ciudad de Querétaro, ha sido siempre entre todas las que pueblan esta septentrional América, una de las más hermosas, grandes, opulentas, floridas y agradables; por eso ha sido en todos tiempos reputada por la tercera de este continente.
Cuenta su primer población en la gentilidad, por los años de 1446 en el que el tlatoani de México, Moctezuma Ilhuicamina, primero de este nombre, juntamente con las provincias de Jilotepec y Huichapan, la redujo a la comarca mexicana, fortaleciéndola como frontera y término de su imperio, con guarniciones militares de sus Aculhuas, contra los insultos de los michoacanos y chichimecas.
Fue conquistada por el insigne cacique Don Fernando de Tapia, de nación otomí, el 25 de julio de 1531, por intersección del apóstol Santiago, a quién según tradición antigua, vieron firme y constante, en el aire, los combatientes; con una cruz roja y resplandeciente a su lado, con cuya visión respiraron los ánimos de los españoles, que ya casi desfallecían en la batalla.
Del mismo color y singular hermosura de aquella cruz hallaron los nuestros, cuatro piedras en la loma que vulgarmente se llama de Sangremal, y de ella formaron, el año de 1531, una cruz con su peana, que hasta hoy esta colocada con todo culto y veneración en el altar mayor del Colegio Apostólico de Misioneros Franciscanos de esta ciudad.
De aquí le viene el grande y honroso título de la ciudad de Santiago de Querétaro, que tiene por escudo de armas y timbre de sus grandezas, una cruz a quién el sol sirve de pedestal, con dos estrellas a los lados, abajo la imagen del Apóstol Santiago, con otros jeroglíficos de la antigüedad y sobre este el escudo de armas reales, abrasado todo con el insigne toisón de oro, con que la han querido distinguir nuestros católicos monarcas.