“A nuestro juicio los indios Jonaces, dice el historiador Esteban Arroyo, son dignos de admiración, porque con toda valentía habían sabido defender su libertad, su independencia y su patria”.
En 1686, los frailes dominicos encabezados por fray Felipe Galindo, mas tarde obispo de Nueva Galicia, cuya sede es Guadalajara, con la autorización del Rey Carlos ll de España, incursionan en la Sierra Gorda y las minas de Zimapán, para “la reducción y conquista espiritual” de los Jonaces, pueblo chichimeca, extinguido a finales del siglo XVlll y de la manera más cruel, en la batalla del cerro de La Media Luna, por el Conde de la Sierra Gorda, José de Escandón.
Las misiones que funda Fray Felipe Galindo, entre Los Jonaces, son: La Nopalera, Vizarrón, Soriano, Palmas, Ahuacatlán, Punguinguía, Zimapán y Xichú, además de los conventos de San Juan Del Río y Querétaro.
Señala Esteban Arroyo, que el fraile, último dominico en las tierras de los Jonaces, Luis Guzmán, es apóstol benemérito de Los Jonaces y que los verdaderos culpables de que no prosperaran las misiones dominicas en la Sierra Gorda, fueron los militares y los hacendados españoles, dando como resultado este fracaso y un etnocidio, la extinción de una raza humana, Los Jonaces.
“Si sus éxitos no se consolidaron, no fue culpa de ellos, sino de las autoridades civiles y militares que en todo tiempo buscaron anteponer sus conveniencias materiales a los bienes espirituales, morales y sociales de los indígenas”.
Organizadas las misiones dominicas de la Sierra Gorda, Fray Felipe Galindo, emprendió la fundación de los conventos de San Juan Del Río y Querétaro, donde sus misioneros pudieran atender sus enfermedades, aprender las lenguas indígenas y tener un apoyo económico y moral.
El 28 de junio de 1692, Fray Felipe Galindo recibió las licencias debidas para la fundación en Querétaro y para el 12 de mayo de 1693 en Capítulo Provincial, La Provincia de Santiago de México, acepta la erección de lo que sería “El Colegio – Convento de los Santos Apóstoles, Pedro y Pablo, de Querétaro”.
El terreno adquirido, para levantar el mencionado monasterio, ocupa las actuales calles de V. Guerrero, M. Ocampo, Pino Suárez y J. Ma. Arteaga, en aproximadamente 15 mil metros cuadrados.
Fueron los primeros conventuales, los frailes Andrés del Rosario, primer prior, Miguel Ortíz, Luis Flores, Antonio Prado, Manuel Mógica, y los legos, Antonio Guzmán y Fernando Herrera.
Se edificó el convento y la iglesia con todas sus dependencias y una gran huerta, el atrio quedó situado, en la ahora esquina de Guerrero y Pino Suárez, al poniente del atrio se admiran las fachadas del templo y de la capilla de la tercera orden y al sur los cinco portales, que dan acceso al monasterio o la llamada portería.
El claustro tiene cuatro arcos por lado y dos plantas, con amplios corredores, en la parte baja se ubica la sacristía y la ante sacristía.
La fachada de la iglesia es de tipo clásico, en su primer cuerpo está decorado con pilastras corintias y cornisamentos jónicos con grandes basamentos, el segundo cuerpo nos muestra dos hermes que cargan el escudo de la Orden Dominica y la cruz de tres brazos, en honor a los patronos del convento.
La fachada de la capilla de la tercera orden está compuesta por dos grandes interestípites que van del piso al remate, la base de donde arrancan es una ménsula con guardamalleta inferior, sobre ella un jarrón y a la espalda enmarcan róleos, terminando en un capitel corintio, rematando en una cornisa con alas pegadas, dando una hornacina cerrada, rematada por una venera.
En medio se encuentra un medallón enmarcado por rocallas y vegetales, cargando un marco almohadillado de la ventana del coro y rematado por un moldurón.
La iglesia en forma de cruz latina tiene 41.23 metros de longitud por 9 metros de ancho y en el crucero llega a 17 metros, la altura máxima es del piso a la cruz de la cúpula de 23.66 metros.
“La torre es alta y sencilla, esta formada por tres cuerpos cuadrangulares, adelgazados con vano y remata con cúpula y linternilla”
Adjunta a la iglesia se encuentra la capilla a la Virgen del Rosario, en el lado del crucero derecho o de la epístola, muy pequeña, de 6.72 por 7.50, inaugurada en 1742 y tiene una “capacísima” talla de la patrona de los frailes dominicos.
La capilla de la Tercera Orden dominica, adjunta a la iglesia del convento fue fundada en 1740, teniendo como patrona a Santa Rosa de Lima, el diseño parece ser de Mariano de las Casas y la participación posterior de Francisco Gudiño.
Durante sus primeros 124 años de existencia, este convento tuvo una vida regular y su esplendor llegó junto con la ciudad a finales del siglo XVlll y para mediados del siglo XlX comenzó su decadencia, lo mismo que la ciudad entera debido a las leyes de reforma y las guerras contra los franceses y los norteamericanos.
El convento dominico de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Querétaro, durante su época más próspera, tuvo conventuales de gran talento intelectual, tanto predicadores, como lectores y examinadores, además de haber tenido en su interior “un colegio de artes”, donde experimentaban los Lectores, que después fueran catedráticos, en los grandes conventos dominicos de la Provincia de Santiago de México.
Después de grandes vicisitudes a partir de la exclaustración y venta de convento e iglesia de los dominicos en 1860, el franciscano Fray José de Jesús Rico, lo adquirió, por medio de una compraventa en 1879 y para 1904, fue recuperado por los frailes dominicos viviendo una pequeña época de apogeo hasta 1914.
Los terrenos donde se encontraban las instalaciones del convento se fueron fraccionando, durante ésta época aciaga en la vida nacional. La familia encabezada por Evaristo Juaristi, cuidó del convento y templo durante 11 años, hasta la llegada del fraile dominico, Vicente Escalante y de 1938 al 49, la Diócesis se hizo cargo de la capellanía por medio del P. Ezequiel de la Isla, del P. Cirilo Conejo, entre otros sacerdotes, hasta que volvieron los dominicos en 1949.
En el atrio del templo se encuentra una preciosa cruz atrial, con motivo de la Misión emprendida al regreso de los frailes a su antiguo convento, colocada en ese lugar en 1950, anteriormente estuvo en el panteón del Espíritu Santo, desde el año de 1739.
Entre las aportaciones de los dominicos en Querétaro, existe la honra de que de entre ellos, saliera un fraile queretano, Antonio de Monroy e Hijar, hijo del Corregidor Antonio de Monroy Figueroa y María de Hijar.
Dominico muy ilustrado, graduado en teología, artes y cánones, nombrado por sus compañeros, el 5 de junio de 1677, General de la Orden de los Dominicos y posteriormente, Arzobispo de Santiago de Compostela, por decisión del Papa Clemente Xl, un 11 de julio de 1685.
Santiago de Compostela es el lugar donde la tradición dice, que fueron enterrados los restos del apóstol Santiago, evangelizador de España y uno de los lugares obligados de peregrinación para la catolicidad, por tanto sucesor del Apóstol Santiago Patrono de Querétaro.
De 1949 a 1987 la presencia de los frailes dominicos en Querétaro, fue aparentemente discreta, se pueden decir que sirvió de estudio al gran historiador Fray Esteban Arroyo, quién produjo en 19 años obras históricas de valor incalculable.
Al fraile Secundino Martín, para escribir entre otros libros, la biografía del Arzobispo dominico y queretano, Antonio de Monroy e Hijar, sin que estos dejaran de prestar la asistencia litúrgica y moral, a quienes acudían a este templo y convento.
El 30 de septiembre de 1988, el fraile Esteban Arroyo, logró del capítulo provincial, que se creara el Instituto de Estudios Históricos dominicanos, que tiene como sede el convento de los dominicos en Querétaro, culminando así su valiosa obra de historiador y dominico.