El Cerro del Tepeyac
Toda la historia guadalupana empezó en el cerrito del Tepeyac, último saliente y morro de la serranía, que llegaba hasta las playas del lago de Texcoco por el norte de la Gran Tenochtitlán; su altura sobre el nivel de la Basílica es de unos cuarenta y cinco metros, aunque parece más alto por el hundimiento de la ciudad. Por la forma de picacho eminente y el lugar que ocupa en el valle de Anáhuac, ya desde los tiempos remotos, los primeros habitantes de estos contornos edificaron en él un adoratorio dedicado a Tonantzin. (Diosa Madre).
Esta colina es llamada en lengua náhualt Tepeyacátl, por su forma de nariz.
No es muy alto, pero desde su alma, como desde un mirador, se contempla un ancho y pintoresco paisaje, en gran parte, ahora cubierto por la mancha urbana de la Ciudad de México.
Al sur se dibuja con toda claridad, no obstante la niebla del progreso, el Ajusco, la montaña más alta del Valle, después de los volcanes: el Popocatépetl y el Ixtacíhuatl, que se yerguen majestuosos, coronados de nieve perpetuas,
hacia el sureste; por el poniente se extienden la serranías de El Desierto de los Leones y la de Las Cruces hasta perderse de vista por el rumbo de Tlalnepantla.
A partir del milagro de las apariciones de la Virgen, ahí realizado, la gente piadosa erigió en ese un lugar una cruz para conmemorar el prodigio.
Tiempo después en 1666, fue cuando Cristóbal Aguirre, panadero de México, y de Teresa Peregrina, su esposa, se construyó una humilde capilla con un retablo en cuyo centro se colocó la Imagen de Nuestra Virgen de Guadalupe, pintada por buenos pinceles de México.
«Miércoles 2 de Febrero de 1667 día de la Purificación de Nuestra Señora se abrió y se dedicó la Ermita».
Era pequeña esta primera capilla pues tenía 10 varas de largo por 7 de ancho.
Aunque eran de adobe las paredes y el techo de madera duró al servicio del culto divino casi 90 años, hasta que en el año 1748 un fervoroso sacerdote, enamorado de la Virgen de Guadalupe, llamado José Mariano Montúfar, demolió la ermita y comenzó la obra de otra de mejor fabricación y de mayores dimensiones y en mayo de 1756 se celebró la primera misa en la capilla actual.
Como hecho notable, se narra que desde ese tiempo en adelante, el Cabildo de la Colegiata la tomó como propia del patrimonio de la Basílica.
Las medidas de la Capilla, construida por el padre Montúfar y que es la actual son: 25.5 m de largo y 6 de ancho; posteriormente sólo en los altares se han hecho modificaciones y se le han puesto algunos adornos; la cruz latina de la planta ha quedado intacta; la linternilla dorada le da esplendor en medio de los árboles que abundan en el contorno. La fachada barroca es obra de Francisco Guerrero y Torres, afamado arquitecto del siglo XVIII.
Toda la amplia extensión de la cumbre del Cerrito está ocupada por el Cementerio, fundado por el P. Montúfar. Este panteón, a finales del siglo XIX y principio del XX, fue escogido por muchas familias de abolengo, como última morada para sus seres queridos; a eso se debe que haya monumentos mortuorios dignos de admiración. «La Vela del Marino», las escalinatas: la del oriente, que es la que da acceso, cuando se sube desde la Capilla de El Pocito, y la del poniente, que sube desde el Atrio de la Basílica, forman un armonioso conjunto que da belleza a la Montaña del Tepeyac.
El fervor del P. Montúfar lo impulsó a edificar también una Casa de Ejercicios para personas piadosas que quisieran un lugar recogido solitario para la meditación y la unión con Dios, en un ambiente lleno de recuerdos ligados a las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Ahora ese lugar de oración lo tienen las Madres Carmelitas Descalzas, que desde 1892 en Adoración Perpetua elevan sus oraciones al Eterno Padre.
Finalmente, en el Atrio de la Capilla montan guardia cuatro Arcángeles esculpidos en mármol blanco, dándole al Tepeyac un aspecto de fortaleza que vigila la Ciudad a sus pies.