El Pan de nuestra mesa
Luis Hernández Navarro
La Jornada
Los bolillos que los mexicanos comen subirán de precio. Lo mismo sucederá con el pan de dulce, las pastas, las galletas, las tortillas de trigo y el pan de caja. Así lo anunció Leopoldo González, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Panificadora (Canainpa). De hecho, ya se incrementó en 20 por ciento el costo de las harinas para elaborarlos. A mediados de agosto el valor del grano en el mercado internacional se había elevado en torno a 50 por ciento respecto de junio.
Detrás del aumento en los precios y la volatilidad que le precede hay una situación alarmante. Pero, fiel a su estilo, el gobierno federal ha desestimado la gravedad. Para ellos se trata de un “nuevo catarrito” sin demasiadas consecuencias. En un comunicado oficial, las autoridades del ramo aseguraron que en el mundo había suficientes inventarios del cereal. Olvidan que, 2008, fecha en que la crisis de los precios reventó, se tuvo una cosecha récord del grano a escala internacional.
Los organismos multilaterales piensan de otra manera. La alta volatilidad de los precios del trigo, pero también del maíz y el arroz, constituye, según el Banco Mundial, “un riesgo adicional” a la crisis prevaleciente. Las personas más pobres deben gastar más en alimentos. Para los pequeños productores es una carga extra, pues tienen menos mecanismos para enfrentar las fluctuaciones. Según el organismo, el promedio de variación de los precios para un grupo de 26 países de bajos ingresos ha sido mayor al que el que se observó en los años previos al estallido de la crisis alimentaria.
El trigo es el segundo cereal más importante en la alimentación de los mexicanos, después del maíz. Es un producto básicamente comercial. La cosecha que se dedica al autoconsumo es muy limitada. Se cultiva en 24 entidades federativas. Los principales estados productores son Sonora, Baja California y Guanajuato.
Como en otras ramas agrícolas, quienes lo siembran disfrutan de escasos beneficios en relación con quienes lo industrializan. Aunque los precios varían, el costo de un bolillo con un peso entre 60 y 65 gramos, es de 1.80 pesos. Un productor de trigo en México recibió 2.70 pesos por cada kilo de grano. Eso significa que obtuvo casi 17 veces menos de lo que pagó el consumidor final por esa pieza de pan. En el caso de la pasta, las galletas y el pan de dulce la diferencia entre el precio de la materia prima y el producto final suele ser aún mayor.
De acuerdo con el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera de Sagarpa, México produce 4.2 millones de toneladas de trigo al año pero importa 3.5 millones. Ironía trágica para un país que en 1951 era autosuficiente en el cultivo del cereal y que, a lo largo de varios años años exportó parte de sus excedentes. La apertura comercial que estimuló la entrada de alimentos del exterior, y la decisión gubernamental de renunciar a proteger los cultivos nacionales y desincentivar la producción nacional, provocaron una gran dependencia externa del alimento.
Para el consumo humano del grano se requiere de un proceso que, usualmente, comienza con la molienda. Su primer producto es la harina. Es por ello que la industria harinera es el eslabón central entre agricultores y consumidores finales del cereal. La industria harinera mexicana cuenta con casi 95 molinos operando. Cuatro empresas concentran –como ha analizado Ana de Ita– 53.6 por ciento de ese mercado. Ello facilita que éstas puedan incidir en los precios al consumidor si se produce un desabasto internacional.
El aumento en el precio internacional del trigo fue ocasionado por la acción de los especuladores, así como por la decisión del gobierno ruso de cerrar sus fronteras a la exportación de este grano del 15 de agosto al 31 de diciembre de 2010. Rusia tomó esa medida para garantizar el abasto interno del cereal, preocupada por la merma en la cosecha como resultado de la sequía y el fuego. Las condiciones climáticas afectaron también los cultivos en Ucrania, Canadá y Pakistán.
La subida de los precios se presenta en un contexto en que las expectativas de la producción mundial y los inventarios de este cereal son superiores a los registrados en 2008. Las cosechas de los últimos dos años fueron excelentes. El ratio global de reservas equivale –según la FAO– a 28 por ciento del consumo mundial del grano. Este ciclo se obtendrán 644 millones de toneladas del cereal, la tercera cosecha más grande registrada en la historia. Eso significa que el aumento del precio responde a la acción especulativa de los fondos de inversión en los mercados a futuro del trigo.
La inversión no comercial (en la que se incluye la operación de los fondos de inversión y los hedge funds) en los mercados de futuros de Chicago equivale a 31 por ciento de los contratos negociados. A comienzos de agosto, los indicadores técnicos apuntaban a que los futuros del trigo estaban muy cerca de niveles de sobrecompra. El anuncio de dificultades económicas en Estados Unidos propiciará que el dinero especulativo vuelva a fluir con rapidez a mercados de futuros de materias primas.
Esta especulación con los productos agrícolas no es nueva. Para los grandes inversores el hambre es un magnífico negocio. Frederick Kaufman publicó en la revista Harper’s (http://harpers.org/archive/2010/07/0083022) un magnífico reportaje titulado “How Wall Street starved millions and got away with it”, en el que detalla el papel desempeñado por Goldman Sachs y otros instrumentos financieros en la hambruna de 2008.
El actual incremento en los precios del trigo nos recuerda la insensatez de que el precio de los alimentos sea fijado por la Bolsa de valores. La comida debe estar fuera de los instrumentos mercantiles que sirven para especular y debe ser considerada un bien público. Las naciones deben tener el derecho a producir lo que sus pueblos requieren para alimentarse. La agricultura debe estar fuera de la Organización Mundial del Comercio. De no hacerlo el número de personas hambrientas en el mundo seguirá en aumento.