Un Corazón Indócil. Amor y Extranjería
José Félix Zavala
El exilio literario español de 1939
Luis Rius es uno de los poetas hispanomexicanos, llamados así por haber llegado exiliados a México siendo aún niños y haber desarrollado su labor poética en ese país.
Además de él, forman parte de este grupo Tomás Segovia, Nuria Parés, Manuel Durán, Carlos Blanco, Ramón Xirau, Enrique de Rivas, etcétera, todos ellos nacidos entre 1925 y 1937.
Luis Rius escribió cinco libros de poemas: Canciones de vela (1951), Canciones de ausencia (1954), Canciones de amor y sombra (1965), Canciones a Pilar Rioja (1970) y Cuestión de amor y otros poemas (1984). Este último libro apareció pocos meses después de su muerte.
Es una colección de poemas que el autor eligió entre los que habían aparecido anteriormente en libros y revistas y algunos que no había aún publicado. Constituye una especie de testamento poético del autor: un libro en el que, sabedor de su próxima muerte por cáncer, recopila los poemas que, en su opinión, constituían los mejores de su producción.
En este libro, Luis Rius nos indica de varias maneras que sus temas, sus preocupaciones, fueron fundamentalmente el exilio y el amor, o, como él mismo las llama: el «arte de extranjería» y la «cuestión de amor».
Desde el primer vistazo al índice del libro notamos que las dos secciones que ocupan más espacio llevan justamente estos nombres. Además, en la presentación del libro nos lo dice explícitamente:
En vez de presentarlos aquí al lector tal como originalmente aparecieron, libro a libro, he preferido reordenar los poemas, atendiendo a su tema y a su tono, en tres partes a las que respectivamente he titulado: Arte de extranjería, Cuestión de amor e Invención varia.
Las dos primeras incluyen los poemas de temática recurrente en mí; la última, los de temas y tonos que me son menos frecuentes y algunos tan sólo ocasionales.
El número de poemas que forman las dos primeras secciones es muy parecido: 44 poemas en el caso de la primera y 41 en la otra.
Esto es indicativo de que, al elegir Rius los poemas que habrían de publicarse en estas secciones del libro, consideraba que el peso que tienen las dos temáticas es parecido dentro del total de su obra poética.
La tercera sección del libro, Invención varia, recoge, bajo diferentes subtítulos («Cifra de danza», «Palabras de hombre a hombre», etcétera), poemas de temática variada, lo que muestra un menor interés en estos «temas y tonos».
En este ensayo me referiré principalmente a las dos primeras secciones: Arte de extranjería y Cuestión de amor.
En la comparación de algunos rasgos que se encuentran en estas dos secciones se puede descubrir que las dos vertientes principales de la poesía de Rius, el amor y la «extranjería», son complementarias y contrapuestas, y son, además, expresión de una tensión vital: la imposibilidad de auto reconocimiento y, consecuentemente, el deseo de lograr una difícil armonía con un mundo que tampoco es armónico.
La poesía de Luis Rius en estas dos secciones es la búsqueda de un camino, imagen, por cierto muy recurrente, hacia la solución de esta tensión.
Si bien en estas dos secciones es donde alcanza esta problemática su mejor expresión, no es sólo en ellas donde encuentra el poeta la vía de su solución: además de encontrarla en algunos poemas amorosos, también es en otros que se encuentran dentro de la sección Invención varia, y en especial en la parte titulada «Cifra de danza», donde el poeta logra acercarse a una reconciliación consigo y con el mundo.
Son poemas en los que, a través de un tono diferente, y sobre todo por la actitud que asume el yo lírico, el poeta logra por fin que esta tensión se relaje y encuentra un camino más propicio para enfrentarse con ese mundo que le es ajeno y en el que, al menos parcialmente, puede reconocerse.
Desde la presentación que Rius hace de su primer libro, Canciones de vela, notamos que existe en él la conciencia de que no hay nada nuevo en los temas que toca, pero que los sentimientos que se manifiestan a través de éstos son la parte medular de la expresión humana: «Los temas, los de siempre: amor, soledad, esperanza…, sentimientos que mejor que la razón definen al hombre».
En los poemas que Luis Rius incluyó en Cuestión de amor y otros poemas encontramos algunas características que son recurrentes. Además de los temas ya mencionados, Rius toca otros como la nostalgia, la distancia, la muerte, etcétera, y expresa algunas actitudes peculiares, tales como la preocupación por el tiempo, la incomunicación, y, en ocasiones, incluso la percepción de la vida como carente de sentido.
Sin embargo, más que por los temas, es a través de las actitudes asumidas por el yo poético, y por la forma peculiar con que se relaciona con el mundo, como se explican mejor las dos preocupaciones fundamentales de Luis Rius: el amor y la extranjería.
En 1967, en un artículo publicado en la Revista de la Universidad de México, Luis Rius explica lo que para él tiene mayor importancia en el desterrado: no se trata del exilio en su primera significación (destierro de España),
Sino en la segunda, o indirecta, que es la significación verdaderamente grave y universal para el hombre: la de sentir en su propia carne, a lo vivo, y merced a una contingencia histórica particular que
El hombre, todo hombre, tiene en su misma sustancia original el estigma del destierro. ¿Destierro de dónde? Del Ser, del tiempo, de los otros hombres, de sí mismo incluso.
En esta cita se ve que la «extranjería», el sentimiento de destierro, es mucho más que la separación violenta de la tierra a la que se estaba arraigado. Es una situación que tiene que ver con la existencia del hombre, con un sentimiento profundo de desarraigo y de no pertenencia, de extrañamiento con respecto a todo lo que le rodea.
A través de los diferentes libros que publicó, es notorio que Rius, pasado el tiempo, va dejando en segundo plano las alusiones concretas a la pérdida de España y su poesía se centra en ese sentimiento, más profundo, del desarraigo.
En Cuestión de amor y otros poemas las manifestaciones poéticas de ese sentimiento son muy variadas: quizá la forma más general de definirlo sea como una oposición o, al menos, una separación con respecto a todo lo que le rodea. Pero esto tiene matices muy interesantes y sugerentes.
Una de las características que subyace en toda la primera sección de su libro póstumo es la cuestión de la identidad. Tácita, pero constantemente, se pregunta acerca de sí mismo, de su lugar en el mundo, de su diferencia y distancia con respecto a los demás hombres y hacia su entorno:
Los coches y los hombres por las calles
no se detenían. Era,
entre los árboles del parque,
como un árbol enfermo deshojándose
en pleno estío radiante
Aquella pregunta de «quién soy yo», que él encontrara en la poesía de León Felipe, es también una de las características de su propia poesía. Luis Rius se pregunta «¿quién soy yo?» porque tiene la sensación de ser, valga la redundancia, un ser dividido.
Y no únicamente por la disyuntiva de sentirse tanto mexicano como español, sino porque se siente ajeno al tiempo, al mundo. Las manifestaciones que esta pregunta adopta y los intentos que hace por responderla son múltiples. Van desde la simple expresión de una vaga nostalgia, no sabe exactamente de qué, hasta la rotunda afirmación de que se encuentra «desterrado en el tiempo».
Otra característica que me interesa destacar aquí es la pasividad, casi podría decirse indolencia, que manifiesta el yo lírico en los poemas. Si bien es cierto que hay una búsqueda implícita en el mundo poético que crea, pareciera que no tiene los recursos para llevarla a cabo: más bien contempla, espera:
Otra vez frente al mar,
con mi frente abrasada
y mis ojos inmóviles,
lejanos, buscando sus espaldas;
con mi perfil de piedra
y mi sombra sonámbula.
Otra vez frente al mar
como aguardando, y sin esperar nada.
En el alma dolido
por herida de ausencia;
esa herida tan honda
sin sangre y sin lágrimas
Estos dos rasgos de su poesía, la cuestión de la identidad y la pasividad, están enlazados por un elemento que es característico de prácticamente toda su producción poética
La introspección y el impulso que lo lleva a salir de ella. Constantemente se pregunta, se dirige a sí mismo, pero es consciente de que la búsqueda que se plantea no tiene salida por ese camino y tiene que buscarla fuera de él: mientras se encierre en el círculo vicioso de hacerse preguntas cuyas respuestas no sabe y de comunicarse a sí mismo su angustia, no podrá salir de ésta.
Esto le lleva a crear interlocutores706, seres a los que pueda comunicar la sensación de aislamiento que lo embarga y que le permitan, al relacionarse con ellos, hacerle sentir que forma parte del mundo, que existe algún resto de armonía entre él y lo que le rodea.
Así, intenta buscar fuera de sí mismo a ese tú que le permita reconocerse. En los versos que se citan a continuación, son evidentes tanto la pasividad y el aislamiento del yo lírico, como la búsqueda que emprende fuera de sí mismo- en esta ocasión como súplica a la lluvia:
Llégate, lluvia, aquí,
a este rincón murado donde vivo
sin poderte tocar,
sólo viéndote, oyéndote, llamándote.
Llégate a derruir estas paredes
y esta techumbre estériles.
Con tu savia menuda en mis entrañas,
¡qué plenitud de vida granarían!
(…)
Llégate a mí, descúbreme
aquí adentro, encerrado
en esta clausurada morada solitaria,
y bátela con furia, sé diluvio
para su despiadada resistencia.
Destrúyela y fecúndame
Los interlocutores que crea (o que encuentra) en su búsqueda son muy peculiares: desde elementos de la naturaleza, como la lluvia, en el fragmento citado, o la noche, o la tarde, hasta seres que tienen que ver más con sus propias inquietudes: su soledad, su corazón, su angustia, incluso su muerte.
Esta necesidad de diálogo, de salir de sí, lo lleva incluso a utilizar el recurso del desdoblamiento y conversar con aquél que nunca fue:
«Aquél que nunca fui, viene a llamarme
al corazón y viene a entristecerme»
Sin embargo, esta búsqueda se revela infructuosa al constatar que, realmente, no puede salir de sí mismo a través de estos interlocutores: son sólo expresión de su propia angustia, proyección de sus preocupaciones: son él mismo.
Paradójicamente, el toparse consigo mismo es lo que le impide reconocerse: no puede concebirse como parte del mundo, en armonía con él. Se muestra como un ser ensimismado y agobiado por el sentimiento de desarraigo, de no pertenencia.
Si bien la angustia por el desarraigo y la soledad que experimenta se expresan crudamente en estos poemas, la búsqueda de sí mismo fracasa al no poder encontrar al otro.
El poema que concluye la primera sección de su libro se titula
«Acta de extranjería».
En los cuartetos de este soneto, aparte de mostrar su sentimiento de «extranjería» hacia todo lo que le rodea, Rius expresa su afán de encontrarse y reconocerse; afán que, finalmente, resulta infructuoso.
Al no reconocer su origen tampoco puede reclamar la propiedad de lo que le rodea. Su dificultad radica precisamente en que, al no encontrar al otro, no puede encontrarse a sí mismo:
Acta de extranjería
¿De qué tierra será?, ¿dónde su mar?
-dicen-, ¿cuál es su sol, su aire, su río?
Mi origen se hizo pronto algo sombrío
y cuando a él vuelvo no lo vuelvo a hallar.
Cada vez que me pongo a caminar
hacia mí pierdo el rumbo, me desvío.
No hay aire, río, mar, tierra, sol mío.
Con lo que no soy yo voy siempre a dar.
Sin embargo, en los tercetos de este poema Rius plantea una posible alternativa a la problemática planteada en toda la primera sección de su libro.
A través del ser amado, gracias a ese tú, a ese otro al que difícilmente accede, aspira a salir de sí mismo para reencontrarse y reconocerse.
El amor logra, «acaso alguna vez», que el yo lírico salga de su ensimismamiento y pueda proyectarse fuera de sí para poder reencontrarse:
Si acaso alguna vez logré mi encuentro
-fue camino el amor-, me hallé contigo
piel a piel, sombra a sombra, dentro a dentro,
El frágil y hondo espejo se rompió,
y ya de mí no queda más testigo
que ese otro extraño que también soy yo.
En el poema citado anteriormente, puede verse la contraposición y complementariedad que hay en los dos grandes temas que Rius aborda en su poesía.
Podría decirse que se trata, más que de temas, de dinámicas complementarias donde el amor -o cuando menos el asunto amoroso- parece suplir y, en ocasiones, subsanar las carencias y angustias que el poeta expresa en sus poemas de extranjería.
Sin embargo, esto no siempre es así. Por el contrario, muy pocas veces sus poemas de amor expresan esa plenitud ansiada, ese encuentro que el poeta busca consigo mismo y esa relación armoniosa con el mundo a la que aspira.
En estos poemas casi siempre hay un «pero»: el tiempo, la muerte, la fugacidad, también la ya mencionada pasividad del yo poético.
Aunque se considera al amor como un valor insustituible y trascendente, incluso con respecto a la muerte, el sentimiento que se expresa es casi siempre opacado: es posibilidad, algo momentáneo, fugaz, o bien algo ya muerto o inalcanzable.
También en estos poemas se crean interlocutores: aunque son diferentes a los que aparecen en los poemas de la primera parte del libro, juegan un papel parecido.
Si bien el tú, el otro, parece más cercano y asequible, como más dispuesto a servir de contraparte al yo, en muchos poemas sirve también para hacerle más profundo el sentimiento de pérdida y sumirlo aún más en su ensimismamiento:
A mi corazón llamas dulcemente.
Tu pasión lo requiere, lo convida;
mas ya mi corazón la suave herida,
endurecido, del amor no siente
Los interlocutores que aparecen con más frecuencia son la amada, la compañera, la noche, la tarde y el corazón. Todos ellos son, la mayoría de las veces, «alguien» a quien comunicarle la angustia de su aislamiento.
El yo poético, así, continúa dentro de su ensimismamiento y su introspección, aunque la incomunicación se reduzca. Se presenta imposibilitado de habitar y de poseer el mundo que ansía.
Aunque en el poema «Acta de extranjería» se ve al ser amado y, por extensión, al amor, como un camino de lograr el encuentro, también se ve como algo situado en el terreno de la posibilidad y, si ocurriese, como algo fugaz:
Si acaso alguna vez logré mi encuentro
-fue camino el amor- me hallé contigo
Al introducirse el tema de la fugacidad del encuentro entran también a jugar un papel muy importante dos elementos: el tiempo y la muerte.
Veíamos que una de las características que Rius encuentra en el exilio en su segunda significación es precisamente el sentirse exiliado en el tiempo.
Esta preocupación se expresa repetidamente en sus poemas de la sección Arte de extranjería. En los que se refiere al amor, va adquiriendo otros matices interesantes:
El tiempo es uno de los factores que más frecuentemente se oponen a la unión de los amantes; incluso más que la distancia:
Si la distancia solamente fuera
el mar extenso en medio de dos cuerpos,
un barco haría el amor para surcarla.
Pero no es sólo el mar, distancia es tiempo,
que es más grande que el mar, no permanece,
como el espacio, inmóvil, va creciendo,
distancia más distante cada día,
hasta que el mundo se hace gigantesco
para que nunca vuelvan a estar juntos
el hombre y la mujer que se quisieron
Pero también el tiempo se va convirtiendo, sobre todo en los poemas que provienen de su libro Canciones a Pilar Rioja, en una presencia molesta, aunque inevitable, porque lo va acercando a la muerte y haciendo aún más fugaz la unión con el ser amado:
No supo hacerlo el tiempo.
¿Cómo pude vivir sin que existieras?
Y viví, y tú no estabas,
y ya soy casi ausente cuando llegas
Así como el tiempo toma matices diferentes en los poemas amorosos, la muerte, cuya presencia es menos frecuente en los poemas de extranjería, se hace más constante en esta segunda parte.
Aunque la muerte se ve generalmente como un impedimento para la unión amorosa, también puede ser el elemento que la propicie: el amor, concebido a veces como imposible, sólo en la muerte puede realizarse.
Si bien la total posesión del ser amado es imposible, la muerte puede ser el punto de unión de los amantes:
Mensajera de amor, ¡ay, muerte mía!
Limpio céfiro tú, que en soplo amante
dos llamas juntarás, y a lo distante
mudarás en tocada cercanía
«El enamorado y la muerte»
Los poemas amorosos de Rius, en su mayoría, son de soledad, de ausencia, de tristeza. Son poemas en los que el amor es a veces ilusión; otras, recuerdo. El amor presente está casi siempre anulado.
Pero también se plantea como la única posibilidad de trascendencia: El amor permanece más allá de la muerte en las cosas, las habitaciones, la noche:
Y tú y yo moriremos,
pero esta noche quedará guardando,
eternamente viva
el lento golpear de nuestros pasos.
Tú y yo ya no estaremos.
Nuestras almas, vagando
sin sangre y sin camino.
Pero la noche quedará esperando
eternamente viva,
para poder a veces recordarnos
Incluso el sentimiento amoroso puede perdurar y sobrevivir a la muerte del cuerpo.
En un poema en el que glosa un poema de Quevedo, el yo lírico se duele de que ya no será testigo de este amor perdurable:
Pasión de mi alma, amor, qué duradero
serás en la nostalgia del sendero.
Yerto mi cuerpo ya, mi voz perdida,
tú quedarás y yo no podré verte:
amor más verdadero que la vida,
amor más poderoso que la muerte
En gran parte de los poemas amorosos de Luis Rius el amor aparece como algo que, si bien es poderoso con respecto a la muerte, también es demasiado frágil.
Tiene demasiados obstáculos e impedimentos y puede verse opacado por un sinfín de situaciones, incluso por la actitud pasiva del yo lírico, que si bien se muestra ansioso por lograr la unión amorosa, su intento fracasa debido a su indecisión:
con no acercarme, con temer mi suerte,
con no atreverme a tanta entrega y tanta,
yo solo fui el que se hirió de muerte
Para resumir con las propias palabras del poeta su visión del sentimiento amoroso, quizá sea conveniente recordar otro fragmento de un poema ya citado: «El enamorado y la muerte»:
Sólo un instante ha sido
en nada sustentado, leve aliento:
(…)
Un instante intangible, sustentado
en su propia crueldad, en su deseo;
y el templo del amor, de fuertes torres,
ya es ruinas, ya es tristeza, ya es recuerdo.
«El enamorado y la muerte»
Los poemas amorosos hasta aquí citados podrían dar la impresión de que hay una contradicción entre lo que Rius plantea en el poema «Acta de extranjería» y el resto de su producción poética.
Pero no la hay. En varios de sus poemas amorosos logra expresar -«fue camino el amor»- esa armonía tan deseada. Armonía que proyecta hacia todo lo que le rodea y que condensa al ser en plenitud, en continuidad perfecta con el mundo, superando al tiempo y a la muerte:
Fugaz, eterno;
relámpago de amor;
todo ya es día sin deseo
de anochecer jamás;
la luz total; el mundo por fin cielo
También en los poemas que podrían calificarse más precisamente como eróticos se da esta situación, pero con características especiales:
El reconocimiento de sí mismo llega a través de la anulación del yo en el otro: no se encuentra propiamente descubriendo su lugar en el mundo ni superando la problemática del desconocimiento de su origen; tampoco supera el sentimiento de no pertenencia y extrañamiento, sino que olvida todo eso en favor de la entrega total y absoluta al ser amado, que tiene como condición, como en la mística, la propia anulación.
Este camino -que, como habíamos dicho, se manifiesta con la actitud diferente del yo lírico- lo lleva a encontrar en el ser amado ese camino largamente buscado: el que lo saca de su ensimismamiento y lo funde con el otro.
Ya no parece necesario el camino de regreso: el yo es por fin el otro.
Un ejemplo extremo se encuentra en un poema en el que el yo lírico, lejos de continuar ensimismado y encerrado en el círculo
Vicioso de su identidad, toma el papel de la mujer amada, su voz se vuelve femenina: él es el otro:
Árbol soy de una flor, de una flor sola,
y para ti es la flor, mi enamorado.
Nada es la vida ya,
nada el mañana, amor, nada el pasado.
Llega, ven, entra, rompe, gime, entrega…
Todo era ya silencio desmayado
En los poemas de Cifra de danza la anulación del yo se da por otro camino: a través del embeleso.
En varios de estos poemas el yo lírico prácticamente desaparece en aras de la contemplación: la danza contemplada permite que el yo poético se sienta fundido en el ritmo de un mundo en armonía:
Como si el aire pudiera
ser visto y ser invisibles
los cuerpos;
como si oyera
sólo el sonido
inaudibles
ritmos de un son sin sonido,
los sonoros no sonando;
y ya las flores, volando,
vieran el vuelo abatido
de las aves voladoras;
así mientras bailadoras
tus manos y tu cintura
vuelven aire tu figura,
el mundo real se desmiente
para hacerse a tu manera,
cual si en ti se descubriera
por fin verdaderamente
Como se ha visto, la problemática se plantea y se resuelve alrededor del papel que juega el yo lírico en los poemas: a veces sintiéndose imposibilitado de reconocerse a sí mismo y al mundo y en ocasiones integrándose por completo, en armonía, a su entorno.
La poesía, el trabajo poético, también toma parte de esta reconciliación, de la aspiración de armonía y de la ardua tarea de construir un mundo habitable.
Concluyamos con las palabras que Rius dice acerca de la búsqueda vital en que está implicada, para el poeta, la poesía:
La poesía es la posibilidad de expresión que el hombre tiene para revelarse a si mismo su propia esencia, y de este modo salvarse de su existir encadenado a una realidad que lo disminuye, ya que en su misma esencia está implícito el camino que, al revelársele, lo salvará.
Esencia humana que no puede definirse con palabras objetivas, puesto que éstas no alcanzan más que a designar lo genérico del hombre (…) y no lo individual, sino que ha de ser revelada sólo a través de la metáfora, pues pertenece a un ser esencialmente poético que, al vivir en un mundo que no lo es, aspira enardecidamente a destruirlo para rehacerlo infundiéndole una sustancia idéntica a la suya.
Colectivo Sinaia. (Juan Antonio Díaz Gutiérrez – Gonzalo Enguita González y Cristina Sánchez López). Toledo
Nace Luis Rius el lo de noviembre de 1930 en Tarancón, villa manchega situada en el extremo occidental de la provincia de Cuenca, muy cerca del límite con las de Madrid y Toledo, en una casona de estilo colonial situada junto a un convento
Su padre, Luis Rius Zunón, fue Alcalde de Tarancón (1933), Diputado Provincial y Presidente de la Diputación de Cuenca (1934) y Gobernador Civil de Soria y Jaén (1935-36). Militó en el Partido Radical Socialista de Marcelino Domingo.
En octubre de 1936, como consecuencia de la guerra civil y después de un corto periodo en Jaén y Barcelona, es evacuado junto a su hermana Elisa y su madre a Normandía (Francia), donde permanece el resto de la contienda bélica, subsistiendo gracias al sueldo que tenía su padre como Tesorero de CAMPSA en París.
De niño no fue Luis Rius especialmente travieso. Le gustaba mucho leer, tenía buenas cualidades y sensibilidad y un gran apego a su madre. A los cuatro años ya leía de manera espontánea.
El 5 de abril de 1939, la familia Rius viajó rumbo a Nueva York a bordo del Queen Mary, trasladándose dos meses después a México.
A finales de los años cuarenta, y por sugerencia de su padre, marcha Luis Rius a Cuba para ingresar en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, pero su fuerte vocación por la literatura le hizo desistir del empeño sin concluir la carrera.
No queriendo contrariar a su padre, le envía una carta haciéndole saber su decisión, a la que éste, hombre culto, que también había escrito en su juventud poesía y recopilaciones de romances y canciones tradicionales, no se opone y ayuda más que nadie a que su hijo desarrolle su verdadera vocación.
Termina la carrera de Letras Españolas a los 21 años, obteniendo el grado de Maestro por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México en 1954 con la tesis sobre «El mundo amoroso de Cervantes y sus personajes».
En 1968 conseguiría el Doctorado con la tesis titulada «León Felipe, poeta de barro», que fue recibida con Mención Honorífica.
En 1948 dirigió la revista de literatura Clavileño y dos años más tarde participó en la edición de Segrel, donde fueron publicados sus primeros versos junto a una breve recensión crítica de su primer título Canciones de Vela, realizada por Arturo Souto Alabarce.
En torno a este inicio de obra, se cuenta que Juan José Domenchina, uno de los más conspicuos críticos de literatura y poeta excepcional, que realizó la mayor parte de su obra en el exilio, recibió cierto día en su casa a un audaz y casi imberbe Luis Rius con ese primer libro de poemas bajo el brazo.
Deseaba conocer la opinión de Domenchina y su esposa, la también poetisa Ernestina de Champourcin, quienes al preguntar al novel escritor sobre el contenido de su libro, recibieron la sorprendente respuesta de que estaba cargado de nostalgia; «¿nostalgia siendo Vd. tan joven?», fue la inmediata contestación de quien precisamente moriría tiempo después desesperado de nostalgia.
En 1950 fue miembro de la mesa directiva de la Sección de Literatura del Ateneo Español de México.
Entre 1952 y 1956 fue profesor jefe del Departamento de Letras y secretario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, profesor invitado de la de San Luis de Potosí, del México City College y de la Universidad Iberoamericana, becario del Centro Mexicano de Escritores de 1956 a 1957, maestro de tiempo completo (engrosando una larga lista de profesores de origen español que contribuyeron de manera decisiva al crecimiento intelectual de México) y, por fin, secretario académico y jefe de la División de Estudios de Postgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Colaborador habitual en diversas publicaciones literarias como Cuadernos Americanos, Revista Mexicana de Literatura, Anuario de Letras de la UNAM, Las Españas, Ínsula y suplementos culturales de los periódicos Excélsior, Novedades, El Nacional, Siempre y El Metropolitano de El Heraldo de México.
Poeta y crítico de Literatura Española, publicó cinco libros de poesía: Canciones de Vela (1951), Canciones de Ausencia (1954), Canciones de Amor y Sombra (1965), Canciones a Pilar Rioja (1968) y la antología Cuestión de amor y otros poemas (1984), en edición póstuma que había sido encargada al poeta Ángel González y que corrigió el propio Rius desde la cama del hospital.
Además de las tesis de maestría y doctorado ya citadas, escribió los ensayos «Los grandes textos de la Literatura Española hasta 1700» (1966) y «La Poesía», opúsculo del Programa Nacional de Formación del Profesorado.
Especialista en poesía española contemporánea en el destierro y los grandes textos de la Literatura Española en la Edad Media y en el Siglo de Oro, tuvo también a su cargo desde 1963 a 1970 un programa de radio con el título de «Literatura Española», transmitido por Radio Universidad, repitiendo posteriormente otro parecido para el Canal 13 de la televisión mexicana.
Su «Viaje alrededor de una mesa» logró congregar, cada martes durante media hora y a lo largo de más de cien capítulos, a una fiel audiencia que gustaba de escuchar a un hombre que sólo hablaba de poesía y a veces, muchas también, de su pueblo de nacimiento.
Con un tono de voz entrañable y un castellano perfecto dictaba lecciones de literatura española, descifrando a Góngora, doliéndose de España con León Felipe, sintiendo a Machado o haciendo de Quevedo un personaje de nuestros días.
No es exagerado decir que, pese a la temprana hora en que se emitía, el programa paralizaba hasta los mercados callejeros.
Luis Rius murió en la Ciudad de México el 10 de enero de 1984, víctima de un cáncer que le fue diagnosticado un año antes y en medio del silencio de sus amigos, estremecidos ante su lucidez, convertida por culpa de la enfermedad en sólo una mente clara sobre unos huesos sin carne, reflejo de su verso hondo y sin adornos.
Fumador y bebedor empedernido y con un enfisema pulmonar padecido desde muy joven, a Luis Rius le dieron entre uno y cuatro años de vida, pese a lo cual estaba convencido de que duraría el máximo tiempo pronosticado, mas el cáncer, en avanzado proceso metastático, no se lo permitió.
Se barajó incluso la posibilidad de que le fuera amputado un brazo, cosa que Luis aceptó con gran sentido del humor diciendo que así se reencarnaría en un nuevo Cervantes.
Extremadamente tímido y poco amigo de fanfarrias y homenajes, no pudo evitar tras su desaparición física, dos emotivos actos que tuvieron lugar en tiempos diferentes, pero en lugares tan entrañablemente cercanos para él, como México y Tarancón.
El primero de ellos tuvo lugar apenas dos meses después de su muerte, en el legendario Ateneo Español de México de la calle Morelos y con él se iban a cerrar definitivamente sus puertas, dando por finalizadas las actividades de tan histórico lugar.
Se recordó al maestro tanto por su extraordinaria calidad humana como por su magnífica dimensión de literato. Palabras llenas de cariño, de añoranza y de dolor, con lectura de algunos de sus poemas a cargo de dos actrices amigas y presencia espiritual, seguro que sí, de Luis Rius y su sempiterno cigarrillo Filtron.
Una curiosa anécdota animaría a la concurrencia: decía Enrique Loubet, uno de sus amigos, que siendo jóvenes acompañó a Luis a casa de Alberto Gironella, quien en aquel entonces tenía pretensiones de escritor.
Y ahí se sentaban a escuchar las páginas de una novela que nunca se imprimió: Tiburcio Esquirla (de la que aparecieron primeros bosquejos en Segrel). Un día de tantos, Loubet le dijo a Luis en la calle:
-Oye Luis, fíjate que no escribe mal Alberto… sobre todo esa parte de los versos.
Y Luis, con su voz suave, le dijo:
-Enrique… son de Machado.
El otro homenaje al que hacíamos referencia tuvo lugar diez años más tarde en Tarancón, su lugar de nacimiento, el pueblo del que tanto presumía y que siempre permaneció vivo en su recuerdo.
Jamás decía «soy de Cuenca», sino que con la mayor naturalidad se aprestaba a decir: «soy de Tarancón».
Este pueblo le tributó un sencillo homenaje, extensivo a toda la familia Rius, en el que se quería destacar sobre todo a un hombre que no llegó a ser Rector de una de las Universidades más gigantescas de la lengua castellana en el mundo, como es la de México, porque no quiso nunca dejar de ser taranconero.
Hoy la Biblioteca Pública de Tarancón luce orgullosa en su fachada el nombre de Luis Rius.
Ay, mi corazón tan triste,
tan dulce tu desvarío.
Corazón desarraigado, sol a la tarde nacido
para correr horizontes
largos de ausencia y olvido.
Ay, mi corazón doliente,
¡qué hermoso tu desvarío!
Oro y fuego, ciego lanzas
-de tu pasión desprendidos-
rayos como de la aurora
y eres ya sol consumido.
Ay, mi corazón indócil,
sol de la tarde prendido,
¿qué lumbre, qué resplandores
crea, inmenso, tu delirio,
si va la tarde cansada
arrastrándote consigo?
Ay, mi corazón, sol viejo
de pasión estremecido;
en muerte tan lenta y tenue,
qué morir tan encendido
-aurora rota de luz-
tu largo ocaso cautivo.
Canciones de ausencia
Ese corazón cautivo, abandonado, vacío, desierto, calificativos todos ellos de la lírica tradicional, aparece tan sólo en este poema como un «corazón indócil», síntoma de rebeldía quizás por el desarraigo, la tristeza, un camino inacabable e inabarcable, sin principio ni fin, recorrido de su propia existencia sobre el que el poeta deja escapar su tiempo y sus espacios.
Y este corazón suyo, nunca dejó tras de sí un atisbo de cambio posible, siempre el desarraigo mantenido como una bandera representativa de sí mismo, un eterno errante convencido de que su destino es una fuente que brota de su empequeñecido corazón:
Desterrado por siempre, desterrado
seguiré mi camino…
Canciones de Vela
Este desarraigo es común a toda una generación, esos «cachorros» del exilio se aglutinaron en torno a una misma actitud: «España como idea».
Sin embargo, Rius fue considerado por Marra-López como el más tradicional de todos, el más afecto a los viejos sueños.
Viejos sueños que se hacen más evidentes en la tradición literaria que Rius conocía tan bien y, asimismo, en esa España idealizada a la que nunca traicionó.
Sólo tres poemas en su obra reflejan el destierro, su destierro desconectado de la realidad como una actitud vital. Una realidad tangible que todos supieron aceptar menos él:
Es una sierpe herida
que se arrastra en la noche congelada
de un invierno sin tierra.
Ondula por los montes
su cuerpo ensangrentado, lento pasa
por los llanos abiertos,
por los estrechos puentes se adelgaza.
Andrajos y silencio. Ya no tienen
los corazones llanto ni palabras.
Nada hiere a la muerte. Sólo el filo
del crudo invierno rasga
la carne y la estremece. Apaga el viento
el sordo martillar de las pisadas.
Un tenue resplandor se enciende largo
en las tinieblas de la noche helada;
yerta aurora fingida
la roja luz que lame las miradas
del hijo y de la esposa; el hombre lleva
una antorcha en sus manos apretada.
La noche sin estrellas.
El silencio sin lágrimas.
Enorme y silenciosa,
por los parajes últimos de España
en la oscura serpiente del destierro
que en la noche se arrastra.
Canciones de amor y sombra
Sus referencias al amor, al igual que ocurre con el destierro, no son excesivas, sobre todo si se trata de un amor feliz, positivo, mas lo que sí sabemos con certeza es que el amor es para él un valor absoluto.
El amor que Luis Rius profesó a las mujeres no se corresponde con esa expresión absoluta de tan definitivo sentimiento.
El libro dedicado a Pilar Rioja lo pone de manifiesto, su amor es admiración, veneración, como quien contempla una estatua perfecta y es incapaz de abandonarla.
Yo te sigo,
humo de amor blanquísimo y callado
para nunca llegar a ti.
Canciones a Pilar Rioja
El poeta se olvida de lo etéreo, de la frialdad de estatua, para materializar su lírica en un cuerpo de mujer que se dibuja corpórea palmo a palmo, de sus pies a sus senos.
Rius nos regala una sensualidad de alto riesgo en la poesía:
Quiero sembrarme en ti. No me conformo con
tu piel, con tu risa, con tu aliento.
No me bastan tus ojos ni tus labios.
Tu sangre quiero.
Tenderte junto a mí,
desmadejar tu pelo,
sobre el césped sentirlo embravecido
como un torrente negro.
Deslizar mi silencio por tu lengua.
Beber de ti en tus pechos.
Surcarte libre, único, infinito,
como el barco en el mar y el pájaro en el cielo.
Enamorar tu entraña con mi entraña.
Herir de paz tu cuerpo.
Yo callo triste, tú besas mis manos,
mientras gime de amor mi pensamiento.
Canciones de amor y sombra
El paso inevitable del tiempo, siempre tan ajeno, tan externo al poeta.
Su corazón indócil se abandona en los silencios no obligados, las nostalgias desesperan entre recuerdos y olvidos confundidos.
Ya ningún sentimiento le pertenece.
La soledad es extrañeza que se hace compañera, sombra alargada que cubre sus pensamientos.
La muerte fluye de sus manos, ya transformadas en versos definitivos:
Ahora es, no al morir, cuando te pago
a ti, muerte, tributo de zozobras
y miedos y lamentos.
Ahora cobras,
cuando eres sólo de ti misma amago.
Toma las donaciones que te hago;
la prisión que me diste y que recobras,
las ausencias del bien, del mal las sobras;
para tu hacienda tómalo y tu halago.
Así te compro el tiempo que me vendes,
tan mezquino, soborno tu violencia.
De ti misma, amagando, me defiendes;
y ni eso tendrás cuando mi ausencia
definitiva dictes y no enmiendes,
que sólo te es vasalla mi existencia.