La vida secreta de Gabo.
Un Análisis crítico de Cien años de Soledad
Dice Gabriel García Márquez que los hombres tenemos tres vidas: la vida pública, la vida privada y la vida secreta.
Si hacemos caso de su libro de memorias Vivir para contarla, buena parte de la vida secreta de este escritor se encuentra cifrada en Cien años de soledad: los signos vitales de su escritura, sus rasgos de identidad, que se formaron durante los primeros ocho años de vida del novelista, están allí, en esa crónica del pueblo de Macondo, donde la desmesura es el santo y seña de las cosas, donde la desmesura es parte de la vida secreta del escritor.
Y no es para menos: en el mítico Macondo la realidad y los sueños se entrecruzan y nos es revelada, en cada página, la claridad del misterio que sostiene al mundo. Misterio que se repite en nombres y se acumula por generaciones.
¿Quién no ha conversado con el gitano Melquíades o se ha cruzado alguna vez, en la calle, con la belleza inhumana de Remedios? La vida secreta de García Márquez se encuentra en sus cuentos y novelas.
En el diálogo particular e inverosímil que establece, en silencio, con cada lector.
Este año se cumplen 40 de la aparición de Cien años de soledad, una de las novelas simbólicas del siglo XX.
Aunque su autor ha dicho que tardó 23 años en escribir las 590 cuartillas escritas a doble espacio en papel ordinario, el verdadero origen del libro se encuentra en la infancia del novelista, donde más que vivir una vida triste o feliz en Aracataca, el niño Gabriel García Márquez descubrió que disponía de un mundo propio y que podía contarlo.
En la página 103 de sus memorias, escribe García Márquez que a sus cuatro años no podría haber existido medio familiar más propicio para su vocación que »aquella casa lúnática» de su infancia por el carácter de las numerosas mujeres que lo criaron.
Sólo dos hombres habitaban la casa: su abuelo, que lo nutrió con historias de generales y batallas sangrientas, y él.
El pequeño Gabriel, pálido y ensimismado, ya contaba episodios de la vida diaria para llamar la atención de los adultos y, para tener mayor efectividad, los aderezaba con »detalles fantásticos».
Escribí que la vida secreta de García Márquez se encuentra en el diálogo que establecen sus libros con los lectores porque es la única manera en que logro explicarme el escándalo que provocó la publicación de Cien años de soledad.
Antes de 1967 los lectores de Gabo eran apenas un puñado que no pasaba de mil, si nos atenemos a los tirajes de sus primeros libros.
Pero a partir de la primera edición de Cien años de soledad, que fue de 8 mil ejemplares, la cosa cambió radicalmente. Cada mes se tiraron 10 mil ejemplares más, las filas en las librerías eran interminables y las traducciones se multiplicaron como los peces y los panes del evangelio.
¿Qué hilos tocó García Márquez con esa novela? ¿Qué le dijo al lector ucraniano y de Sudáfrica que los entusiasmó tanto como al judío neoyorquino, al árabe afincado en Londres, al sueco o al lector chino?
No es un pecado afirmar que ni Gabriel García Márquez lo sabe. Seguramente él fue el primer sorprendido con el éxito brutal de la novela.
En 1967 la industria del libro era casi artesanal. No por sus formas de producción, sino porque a los libros los sostenía sólo el ánimo de los lectores.
El marketing no fabricaba famas. O no, por lo menos, en las proporciones de ahora (hoy existen escritores cuya obra principal es el marketing).
Debemos agradecer a García Márquez que no haya escrito el tomo dos de Cien años de soledad, ni el tres ni el cuatro para ofrecernos una tetralogía, una saga por entregas. Pudo haberlo hecho y, seguramente, los libros se habrían vendido por miles.
Prefirió escribir cosas distintas, como El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada, El otoño del patriarca o Noticia de un secuestro que, aunque no convocaron a lectores en masa como el mítico Cien años de soledad, sí ensancharon los días de no escasos y agradecidos lectores.
Es cierto, Cien años de soledad no es hijo de la generación espontánea como nos repiten no pocos críticos o escritores. Forma parte de un coro, de toda una tradición literaria que en los años 60 sacudió a Hispanoamérica inicialmente y, muy poco después, al resto del mundo.
Pero Cien años de soledad también es, y sobre todo, una obra única, un clásico caribeño cuyo santo y seña será siempre la sorpresa que provoque en cada nuevo lector.
Javier Aranda Luna