«Vivir por dos»

Roque Dalton
la fuerza literaria
del compromiso

Xabier F. Coronado

La Jornada Semanal

Hablar con Roque era como vivir más intensamente,
como vivir por dos

Julio Cortázar

A veces la poesía –el oficio de poeta, como diría Pavese– surge unida a un fuerte compromiso social. A menudo, ese compromiso se manifiesta en un trabajo diario donde literatura y activismo se sustentan mutuamente. En algunos casos, el poeta militante llega al extremo de dar su vida, o perderla, por consumar ese compromiso. Entonces trasciende definitivamente lo humano, se convierte en héroe o mártir y pasa a poblar un limbo mítico-social donde permanece inaccesible, aprehendido con cadenas de eslabones comunes y trabado por frases hechas e ideas preconcebidas. Normalmente quien queda ahí atrapado es el poeta, arrinconado por el estigma del héroe/mártir que a casi todos nos deslumbra.

Muchas de todas estas premisas concurren en Roque Dalton, un escritor que permanece desenfocado por un halo de misterio, originado en una existencia errante y clandestina que tuvo un desenlace que, después de treinta y cinco años, no se ha clarificado satisfactoriamente, hasta el punto de no existir la constancia material de esa muerte tan publicada. “No sé dónde lo pusieron/ a dormir el desamor,/ hoy debo mirar al cielo/ si quiero darle una flor.” (Silvio Rodríguez, “Una flor para Roque.”)

Esa muerte insolente, asesinado por sus propios camaradas, ha sido motivo de una polémica que se reaviva hoy en día cuando Jorge Meléndez, uno de sus supuestos verdugos, ocupa un cargo de confianza en el gobierno de Mauricio Funes, y el otro presunto ejecutor de Dalton, Joaquín Villalobos, en los últimos años ha asesorado en temas de seguridad a los gobiernos de Colombia y México. Según Mariela Loza Nieto, en el núm. 6 de la revista literaria Molino de Letras: “Para el año 2010, Villalobos funge como asesor de ‘seguridad’ en el derechista gobierno mexicano de Felipe Calderón.”

Afirma Eduardo Galeano: “Roque Dalton se salvó dos veces de morir fusilado. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo. No pudo salvarse de sus compañeros. Con pena de muerte castigaron su discrepancia, por ser la discrepancia delito de alta traición. De al lado tenía que venir esa bala, la única capaz de encontrarlo.” Juan Gelman, uno de los escritores que, junto a Eduardo Galeano, Julio Cortázar y Mario Benedetti, entre otros, exigieron el esclarecimiento de su desaparición, escribió sobre la muerte de su amigo estas palabras: “Cuando el asesino tiró, seguro te distrajo una mujer inapagable, un pliegue del verano, el misterio sin fin del pobrerío.”

Muchos al principio no se creyeron la noticia de su muerte; pensaban que era una nueva desaparición voluntaria del poeta guerrillero y que reaparecería una vez más en cualquier otro exilio… pero esta vez se dieron cuenta de que su ausencia era para siempre y todos sus colegas, cantantes o poetas, se lamentaron por lo injusto de esa muerte absurda y prematura. Después, con el paso de los años, constataron lo paradójico que resultaba comprobar que Roque Dalton estaba más vivo que nunca, ahora que ya se había muerto.

“El hecho es que llegaste/ temprano al buen humor/ al amor cantado/ al amor decantado/ al ron fraterno/ a las revoluciones/ pero sobre todo llegaste temprano/ demasiado temprano/ a una muerte que no era la tuya/ y que a esta altura no sabrá qué hacer/ con/ tanta/ vida.” (Mario Benedetti, “A Roque”).

“Ahora, en 1980, él está encarnado en muchas vidas, está resucitado en la insurrección de El Salvador. Está siempre riendo, a pesar de las masacres, a pesar del llanto. Está riendo porque está triunfante. Es como si hubiera triunfado ya. Roque Dalton será sus poemas escritos antes y muchos otros poemas por venir. Roque Dalton será un pueblo reidor y feliz de roque daltons.” (Ernesto Cardenal, “Roque estaba casado con la revolución.”)

“Yo lo vi,/ era el año 2000 ya él no vivía/ y yo lo vi,/ la muerte equivocada lo llevó/ y él anda aquí,/ yo lo vi…” (Daniel Viglietti, “Daltónica.”)

Pero Roque Dalton es, sobre todas las cosas, un creador literario. Un poeta fundamental de las letras latinoamericanas, con una obra publicada que tiene la magnitud e importancia suficientes como para prevalecer sobre cualquier otra faceta de su intensa y corta vida. Un escritor que siempre se planteó la literatura como compromiso, pero no como un compromiso ciego y partidista, sino como un compromiso consigo mismo y, por extensión, con el hombre y su realidad en ese trozo mínimo de tierra donde le tocó nacer, El Salvador: “Sigues brillando/ junto a mi corazón que no te ha traicionado nunca/ en las ciudades y los montes de mi país/ de mi país que se levanta/ desde la pequeñez y el olvido/ para finalizar su vieja prehistoria/ de dolor y de sangre.” (“A la poesía.”)

LA OBRA

Roque Dalton fue un forjador de palabras, un herrero de cuya fragua salían las frases amartilladas como crónicas periodísticas (en prensa, radio y televisión), ensayos, novelas y, sobre todo, en forma de versos que exaltaban y herían su propia conciencia –“siento unas ganas locas de reír o de matarme”. (“Hora de la ceniza.”)

Sus ensayos publicados tratan sobre su origen, Monografía de El Salvador (1963), sus influencias, César Vallejo (1963), sus destinos, México (1964) y sus ideales, ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha (1970).

Publicó una novela testimonial, Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 (1972), donde relata la represión desatada en El Salvador por el general Maximiliano Hernández, que dejó miles de fusilados. Uno de los sobrevivientes de esa masacre, el obrero Miguel Mármol, se encontró con Dalton en Checoslovaquia, en 1966. Este libro es producto de las entrevistas que tuvieron lugar durante ese encuentro.

Dalton también es autor de una novela póstuma, Pobrecito poeta que era yo… (1976), que es un relato sobre la llamada Generación comprometida de las letras salvadoreñas. Los distintos personajes son retratos de sus compañeros del Círculo Literario Universitario –Álvaro Menéndez Leal, Manlio Argueta, Roberto Arturo Menéndez y Roberto Armijo, entre otros–, y de sí mismo a través de diarios personales en los que rememora el clima intelectual de El Salvador en 1956. Un capítulo del manuscrito de esta novela fue considerado por sus verdugos, compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la prueba de su “confesa culpabilidad” de ser un infiltrado de la CIA.

La obra poética de Dalton editada a lo largo de su vida es extensa. Después de Dos puños por la tierra (1955) escrito junto al poeta guatemalteco Otto René Castillo –otro poeta comprometido asesinado por el gobierno de su país–, publicó en años sucesivos, y en diferentes países, más de una docena de libros que se completaron con otros tres de carácter póstumo.

Dalton es un poeta que se erige como testigo, que constata y denuncia lo que ve, a través de numerosos personajes, hilando versos que se enlazan sobre sí mismos. Se consideraba más heredero de César Vallejo que de Neruda. “Yo quisiera ser uno de los nietos de Vallejo. Con la familia Neruda no tengo nada que ver”, y entre los poetas latinoamericanos influenciados por “el clima de Vallejo, descarnado y humano”, Dalton se sentía cercano a Juan Gelman, Enrique Lihn, Fernández Retamar y Ernesto Cardenal. Además, declaraba que la poesía de himnos y loas había sido superada por una poesía de ideas, “una poesía que, en lugar de cantar, plantee los problemas, los conflictos, las ideas, que son muchísimo más eficaces que los himnos, para hacer que el hombre cobre conciencia de sus problemas”.

Gran parte de su poesía es de condición narrativa, una poesía de personajes, que se basa en la utilización de la anécdota como medio para expresar ideas y criticar situaciones. A partir de su poemario Taberna y otros lugares, premiado en el certamen literario Casa de las Américas de 1969, en la poesía de Dalton, amorosa y comprometida, se plantea una manera nueva: la expresión política, que lo lleva a conflictos ideológicos que terminan por hacerle romper con estructuras caducas del movimiento revolucionario. “Llegué a la revolución por la vía de la poesía.”

Entre sus libros destacan El turno del ofendido (1963), poemario con influencia de novelistas como Faulkner y Hemingway, en donde Dalton se va decantando por una poesía de las ideas; Los testimonios (1964); Los hongos (1973) que, “enfoca la pugna que existió en mi juventud entre la conciencia revolucionaria y la conciencia cristiana”; y Poemas clandestinos (1975), escrito durante los días previos a su desaparición. Dalton fue considerado por Mario Benedetti, “no sólo uno de los poetas más vitales y removedores de América Latina, sino también uno de los que mejor han sabido conjugar el compromiso político con el rigor artístico”. Y Galeano opina que Dalton era un “poeta hondo y jodón, que prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana”.

Roque Dalton es un poeta lleno de vitalidad y su poesía, que según él mismo, “no está sólo hecha de palabras”, nos llega clara y obedece a una visión del mundo totalmente asumida. “Todo lo que escribo está comprometido con una manera de ver la literatura y la vida a partir de nuestra más importante labor como hombres: la lucha por la liberación de nuestros pueblos.” Consecuencia de ese compromiso fue su discrepancia con escritores que, según su punto de vista, no tomaban claramente partido; así surgieron sus textos críticos sobre Miguel Ángel Asturias, Neruda, García Márquez o Borges: “Es que para nuestro Código de Honor,/ usted también, señor,/ fue de los tantos lúcidos que agotaron la infamia./ Y en nuestro Código de Honor/ el decir: ‘¡qué escritor!’/ es bien pobre atenuante;/ es, quizás, otra infamia…” (“De un revolucionario a J. L. Borges.”)

El carácter de la poesía de Dalton queda totalmente delineado en la entrevista que Mario Benedetti le hace en 1969, “Una Hora con Roque Dalton”, incluida en el volumen Cuaderno cubano, de lectura obligada para quienes se interesen por la obra del poeta salvadoreño.

En el más popular de sus poemas, “Poema de amor”, Dalton nos deja una tipología completa de sus coterráneos que se ha convertido en el himno de los salvadoreños, sobre todo para los que viven fuera de su país, y de todos los inmigrantes centroamericanos.

Roque Dalton dedicó su vida a luchar en contra de la desigualdad, en defensa de los oprimidos, por la libertad, y ese compromiso, que fructificó en una obra literaria valiente y profunda, lo cumplió hasta morir: “cuando uno toma una decisión sobre lo que va a hacer de su vida, ni la muerte es capaz de hacerlo dar marcha atrás”

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