Víctor Flores Olea
Y es que no existe realmente una revolución concluida, terminada en el sentido de que se cumplan por entero sus finalidades. Porque la historia, en su esencia, es un proceso, un continuo esfuerzo por cambiar, por avanzar, por vencer los retrasos, las traiciones y las negaciones, una perpetua lucha por ampliar sus mañanas y extender sus finalidades. Pasos adelante, frenos, pasos atrás. Lucha entonces siempre inacabada y siempre llena de promesas y esperanzas, que son la forma misma de vivir de las sociedades humanas. De ahí sus grandezas y miserias.
Debemos entonces concluir que la historia, en cierta forma se despliega por ciclos, que por definición es una historia cíclica. Pero, ¿cuál es el elemento determinante de tales ciclos? La respuesta más rigurosa es la de Karl Marx, en el sentido de que son las clases sociales y sus luchas las que definen, al final de cuentas, el ser y el modo de los enfrentamientos que están en la raíz de los cambios, de los ciclos, de los movimientos de la historia. Por supuesto, quienes se niegan a ver la historia de este modo, quienes se identifican con el status quo y con los dominadores, y desprecian las fuerzas que los refutan, negando la permanente lucha de clases (aunque sean nítidas hasta el capitalismo), viven los grandes cambios sociales como terremotos inexplicables, a veces hasta cuando ellos mismos son los beneficiarios de las contradicciones.
Lo anterior porque hoy vivimos el centenario oficial de nuestra Revolución de 1910 como se vive el aniversario de un jolgorio o de una fiesta frívola. Imagínense, ¡el PAN en el poder festejando un movimiento social que estuvo siempre en sus antípodas, en sus aspectos popular e institucional, contra el que siempre luchó y quiso frenar y desviar! ¡Pero no, no se alarmen demasiado!
También los herederos del movimiento revolucionario hecho partido político, el PRI actual y de muchos años, se encuentran en situación semejante: separados y eventualmente opuestos al núcleo de medidas realmente revolucionarias de 1910, como sus congéneres de Acción Nacional, adversarios en la práctica de la matriz realmente revolucionaria y popular del movimiento centenario.
Unos y otros, al proclamar la santidad de las instituciones actuales, simplemente sostienen el carácter perpetuo de la dominación presente, la estructura inamovible de las actuales relaciones sociales. Tal es en conjunto el propósito central de sus políticas y de sus celebraciones de aniversario.
Sin reparar en que la matriz de la revolución en 1910 no fue la abstracta construcción de instituciones sino la concreta reivindicación y satisfacción de necesidades presentes: injusticias, desigualdad, violencia de los opresores, sometimiento, despojos, pérdida de libertades.
Como bien sostuvo en su ensayo de hace dos días en este mismo diario Adolfo Gilly, “El águila y el sol (Genealogía la rebelión y la política de la revolución)”
: “Una fue la rebelión de las comunidades y los campesinos del norte y del sur que se hizo revolución del pueblo en los ejércitos de Emiliano Zapata y de Pancho Villa. Otra fue la revolución política de los jefes y dirigentes liberales que culminó en la Constitución de 1917 y en los sucesivos gobiernos mexicanos desde 1920, una vez derrotados los campesinos en armas y absorbidas sus rebeldías radicales en reformas agrarias y democráticas legales”
. O, entre otras menciones que hace Gilly, la de Walter Benjamin para quien “la historia de los oprimidos es un discontinuum..., y la de los opresores un continuum”. La primera llevando a la nivelación y la segunda a una radical ruptura. O todavía, mencionando a León Trotsky: “Las masas no van a una revolución con un plan preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja”
.
Pero por debajo de los festejos centenarios organizados por el continuum de las elites, más allá de sus diferencias a cien años de distancia, no tan profundas como intentan hacernos creer, se gesta sin duda ya el discontinuum de quienes buscan una ruptura, un corte radical o importante con la situación dominante: escandalosas desigualdades económicas, marginalismo, abandonos indecibles, explotación sin miramientos.
¡Por supuesto que un número creciente de mexicanos claman por la satisfacción de sus necesidades! ¡Claro que también exigen la ruptura profunda con el orden establecido! Tal cosa no significa que la ruta sea necesariamente la de la lucha armada, al menos por hoy, pero recordemos que en la historia de pronto la cantidad modifica la calidad y sus vías de desarrollo resultan inesperadas. En todo caso, pareciera que estamos en el proceso de cerrar un ciclo y de abrir otro distinto, en que nuevamente se realizará un esfuerzo para que las necesidades de las mayorías se cumplan, “ahora sí”
(en otro intento serio), para que sus demandas se cumplan con rigor.
Parece, pues, que en Nuestra Historia estamos en el proceso de cerrar un ciclo y abrir otro nuevo, en la historia cuyo significado más profundo es el de la perpetua movilidad (la historia no tiene fin), el de la permanente búsqueda para trascender los enfrentamientos, sus injusticias. Por mi parte pienso que este esfuerzo de ruptura es la verdadera celebración que esperamos, tan ajena a las conmemoraciones del mismo injustificable y repudiable.
A la memoria de Antonio Delhumeau