El último acto
¡¿Qué pasó?!
Silencio.
Debo ir…
Viajar a la muerte y escribir lo que duele.
Buenos días, estoy en el centro de Manzanillo, junto al pez vela, esperando la luz del día para ver el mar y soltar las amarras de Elvira.
Día gris, nublado, triste, pero lleno de vida, palabra; ya amanece y bulle la gente metida en sus cosas.
No me sabe a mar el mar de hoy, como el mar del año pasado con Juanelo en el alma.
Me gusta Manzanillo con todos sus contrastes, feos, horrorosos, miserables y de pronto hermosos, ricos y pobres, mar y tierra, trabajo y ocio, en perpetua construcción y destrucción, como todo el paisito, nunca lo acaban de hacer, siempre está a medio hacer y medio abandonado, con las delicias y la fetidez al lado.
Calle central de Cihuatlán. Por grande que sea el muerto, la vida no se detiene un momento y sigue, sigue su marcha, sigue adelante llena de vida. Rostros conocidos y rostros nuevos.
No encuentro a nadie del primer círculo familiar.
Féretro cerrado. Bocho me dice que si quiero ver a Elvira. Le digo que no.
Allí está la muerte: pesada, rotunda, inmóvil.
La foto de Elvira y Juanelo, al lado, llenos de vida. (Luego la vi en casa de tía Ofelia). Quiero esa foto.
Poco a poco veo a los familiares cercanos y los saludo a todos, igual que a los amigos y conocidos y nuevos amigos.
Nadie hace la pregunta que los que no sabemos tenemos en la boca: ¿qué pasó, cómo murió?
Desvían la conversación, cambian la voz, esconden la mirada.
Algo irreal flota en el ambiente. (¿La duda y el misterio, el extrañamiento, la desesperación, el desconcierto, el pasmo, tal vez el coraje y la culpa?).
Escribo sin gracia. Apenas ahora le digo mentalmente a Elvira lo que no le dije ante su féretro. Del comercio se sale con los pies por delante. Ya lo sabías, siempre lo supiste. No hay sorpresa en ello. Debo enterrarte bien y cerrar la duda. O al menos plantearla claramente. Tú sabes que ese es mi oficio. Decir las cosas limpiamente aunque duelan. “Escríbelo, sé veraz con la vida. Gracias por venir. Ya no pude más…” Amén.
Rumbo a la iglesia, medio pueblo detrás del féretro. Silencio, sol y arena. Callada expectación por todos lados.
Más de una hora duró la misa del padre Tino. Conocía bien y quería a Elvira, mujer generosa con las necesidades de la institución religiosa. Una joven hizo su semblanza piadosa. Llena la iglesia que es grande. Bonita la misa con sus cánticos y sus plegarias.
–No estamos hechos para la eternidad, estamos hechos para morir.
–No pregunten por qué, son las cosas de Dios.
–Elvira terminó su peregrinar en la tierra, y esperemos que le sean perdonados todos sus pecados, y que disfrute en la Gloria del Señor.
–Dichosos los muertos que mueren en el Señor.
–Elvira fue una mujer de batalla, una guerrera, buena para los negocios.
–Hay que morir para vivir.
La joven piadosa pidió un aplauso para Elvira y la ovación duró varios minutos.
Música, cantos, oraciones, flores, pensamientos y sentimientos encontrados, hay que morir para vivir…
Dijo el padre Tino en su sermón de despedida que Elvira siempre llegaba tarde a la misa, pero siempre iba. En realidad llegaba tarde a todas partes. Pero como todos, tarde o temprano, fue muy puntual a la hora de su muerte. Lunes 13 de diciembre, 2010, seguramente en la madrugada. ¿Qué sucedió?
Salimos de la iglesia rumbo al panteón que está del otro lado del pueblo. La gente no cabía en la calle. El último viaje hacia el cementerio, por la calle principal de Cihuatlán. Melancolía, nostalgia, tristeza, rabia, incredulidad.
Últimas palabras en el panteón. Relámpago la vida y la muerte eterna. Amén.
Busco sin encontrar, mar azul infinito, más solo que nunca. Vacío. Desolación.
Un balazo a deshoras. Depresión, presión y vacío. Pelas. Un día después de la Guadalupana.
Cuando la vida pierde su sabor, no hay sal en el mundo que haga gratas las cosas. Eso es todo. Sin la sal de la vida el mundo no sabe a nada.
Medio pueblo lo sabe y lo cuchichea en voz baja. La otra mitad prefiere no saber. La Madre Iglesia Católica finge no saberlo y cierra los ojos a la realidad humana. Las opiniones están divididas (entre el coraje, el desencanto y el remordimiento).
La mujer de las cinco cabezas perdió la cabeza un minuto y con ella perdió la cabeza la familia de la mujer de las cinco cabezas. Ya nada será como antes. Las cosas cambian con las cosas que suceden.
El último acto. Unos de un modo, otros de otro. Es el último acto en la tierra. ¿Estás preparado? No.
Tras la pena, puro amor a la vida. Voy por la calle central de Cihua mastique y mastique puro amor a la vida, el movimiento, las voces, los cuerpos, el colorido de la vida.
Ya lo he dicho otras veces: la cosecha de mujeres y de muertos, nunca se acaba. Ya anuncian por el perifoneo que están velando a otro muerto, un profesor. Y las muchachas de 15-20 años en Cihua son una chulada.
El año pasado fue Juanelo, este año Elvira, ¿quién sigue? Bocho dice que él no. No le gusta ninguna caja de muerto. Bromeo con él.
Los hechos son los hechos y tienen la cabeza dura.
Muy poco creyente, el último acto del Juanelo fue un acto de amor: quiso correr (y voló hasta romperse la madre y el padre, el cuerpo y el alma) para impresionar a su amada Elvira: “Hueles a galleta; no me dejes; es que quería correr”. Absolutamente creyente, el último acto de Elvira fue un acto de muerte. ¿No le alcanzó su fe? No lo sé. Fue un acto de libertad. Amor y muerte, dos actos de libertad en la vida de cada quien.
Los deudos más cercanos de Elvira no han enterrado bien a su muerta. Su herida gotea silencio. Falta luz en la herida. Cerrar su duelo abriéndolo.
Había olvidado la terrible enseñanza de mi hermano José, muerto hace un año a unas horas del Juanelo: Tratar de hacer el bien y sin embargo sembrar y cosechar el mal.
Ando por el pueblo para arriba y para abajo, viendo a los amigos y masticando el puro amor a la vida.
En el centro de la vida, me siento fuera de la vida.
Aquí no es mi lugar, allá tampoco, ¿dónde está mi sitio sobre la tierra?
Me paran en la calle para saludarme tras las palabras de ayer en el panteón. Repartí más de cien hojitas. Gracias.
La cremosita sigue igual de cremosita y apetitosa, rica y discreta, la saludo y me sonríe con dulzura y tristeza, y menciona los nombres de Juanito y Elvira.
Tres amigos me hablan y me dan razón de Isa…
Camina como una pantera en el desierto y va inmaculada.
Los ojos y la mirada de Dalila, otra pantera.
De pronto por la banqueta vi pasar a la mujer más maravillosa de Cihua, y lo sabía, y me miró y la miré hasta el fondo. Fue una aparición que duró 5 segundos. ¿Fue real o la imaginé?
Adiós, Cihua, hoy no la pasé muy bien contigo, pero gracias.
Barra y Melaque me dieron pura tristeza.
Me llegan noticias del IEQ y me duele el IEQ, palabra. Confiemos en el Trife. No en Calzada.
Manzanillo, voy de retache… Pero antes… Mediodía frente al mar… camine y camine… cheleando… mirando y palabreando… En el mar la vida es más cachonda, palabra, qué mujeres, el mirón palabrero baboso, solo y doliente…
Piedra de sol, el poema que siempre cargo en mi mochila:
“busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo con el instante, caigo a fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra,
piso mi sombra en busca de un instante”
Ser de donde eres, del aire, de estas basuritas, bagatelas. Y nada más hacer lo que te toca hacer. En el centro de uno y en la periferia de los demás.
Una gente de Cihua me reconoce y me toca el claxon en Manzanillo. Qué bonito. Adiós palabrero chilango de Querétaro. Chaaale, jajajajaj.
Escribir con la desfachatez y la frescura de una puta pura purísima putísima. Yo la vi desnuda frente a mí y 30 cabrones más a las 6 de la tarde en un bar de Manzanillo. No tenía más de 20 años.
Funeraria en Manzanillo. Cafetería. Sándwiches. Aire acondicionado. Edecanes. Pase usted…
En la soledad del palabrero / sin comunión con lo sagrado. Religado a nada. Ay.
Julio Figueroa
Manzanillo, Col.,