Una de las expresiones más características de la Navidad es la música, y especialmente los villancicos, que desde la Edad Media se interpretan en los festejos de esta temporada. Desde antes de esa época, los banquetes eran el punto central de las celebraciones, con cantos que agradecían los dones de los dioses. Así como la cena y los villancicos, muchas costumbres navideñas se repiten alrededor del mundo, ya que éstas son antiquísimas.
Como sabemos, no es seguro que Jesús naciera el 25 de diciembre, ya que los evangelios no mencionan fechas, incluso el día de Navidad no existió oficialmente hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno se proclamó la fecha que conocemos como el día de la Natividad. Esta fue una excelente forma para que la Iglesia primitiva pudiera seguir absorbiendo los «ritos paganos» existentes en lugar de suprimirlos, es decir, convertir nuevos adeptos y no exterminarlos. Desde los primeros tiempos, el ser humano ha celebrado el solsticio de invierno y la llegada de la primavera. De tal forma, la fiesta pagana mayormente asociada con la nueva Navidad era el Saturnal romano, celebrado el 19 de diciembre en honor de Saturno, dios de la agricultura, que se celebraba durante siete días de diversión, cantos y banquetes.
En el Norte de Europa se realizaba una fiesta de invierno similar: Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses para conseguir que el Sol brillara con más fuerza y apaciguara el frío.
Así encontramos una serie de profundas semejanzas entre las fiestas invernales con las de marzo (primavera), dado que ambos meses, enero y marzo, han sido considerados por diversas culturas como inicio del año.
Muchos Santos Padres condenaron estas fiestas paganas, sin embargo, celebraciones posteriores subsistieron incluyéndose al calendario de la Iglesia. Según referencias históricas, en la Edad Media había grandes libertades en los templos, una de las probables razones para que los Papas eligieran el 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús, con el fin de que los fieles cristianos se apartaran de las celebraciones paganas del solsticio de invierno, coincidiendo el nacimiento del Salvador con la celebración romana del Sol Invictus.
Sin embargo, todo esto tuvo un abrupto final en Gran Bretaña en 1552, cuando los puritanos prohibieron la Navidad. Entró así en una pausa durante más de un siglo hasta que la celebración volvió a Inglaterra en 1660 con la corona de Carlos II. Los rituales desaparecieron hasta la época victoriana, los antiguos villancicos fueron recuperados y se compusieron muchos nuevos.
San Nicolás de Bari
Otro de los iconos navideños es Papá Noel, Santa Claus, Sinterklaas, entre muchos otros nombres. Todos se refieren a la misma persona (al menos en su origen): San Nicolás de Bari.
La leyenda está inspirada en la vida del obispo de Mira (la actual Turquía), conocido hoy como San Nicolás, quien fue muy popular por su bondad y por su generosidad con los pobres.
Nicolás de Bari vivió en el siglo IV y su aspecto distaba bastante del que hoy se le atribuye: un hombre de complexión delgada y gran estatura que vestía como sacerdote.
La historia que dio origen a la tradición que hoy vivimos es la siguiente:
En la diócesis de Mira, un vecino de San Nicolás se encontraba en tal pobreza que decidió exponer a sus tres hijas vírgenes a la prostitución para sacar de ese mercado el sustento para él y para ellas. Además, sin dinero no podía pagar la dote requerida para que alguna se pudiera casar.
Para evitar aquella situación, San Nicolás tomó una bolsa con monedas de oro y, al amparo de la oscuridad de la noche, la arrojó por la chimenea de la casa de aquel hombre. Con el dinero se casó la hija mayor.
San Nicolás hizo lo mismo para favorecer a las otras dos hermanas, pero en la segunda ocasión, tras ser tirada la bolsa sobre la pared del patio de la casa del hombre, ésta se enredó en la ropa que se encontraba tendida para secar.
El padre, asomándose por la ventana, descubrió a su bienhechor y le agradeció su caridad.
También se narra que Nicolás de Bari resucitó a tres niños que habían sido asesinados y desechados en un barril de salmuera. Esta leyenda y la de los regalos por la chimenea y calcetines dieron lugar en Alemania, Suiza y los Países Bajos a la espera de aquel Santo que otorga secretamente regalos para los niños, sólo que esta tradición estableció su fecha para el 6 de diciembre, día en que la Iglesia celebra su fiesta, no la noche del 24, como en la actualidad.
En el año 1087 los restos de San Nicolás fueron llevados a Bari (Italia), donde se construyó una iglesia en su nombre; pero curiosamente, en Italia no es San Nicolás quien deja regalos de Navidad sino una bruja buena.
En el Mediterranéo, San Nicolás sustituyó en las fiestas y creencias populares a Poseidón, rey de los mares y dios de los terremotos de la mitología clásica. Se le representa con ornamentos episcopales y sus atributos son las tres bolsas de oro con las que libró de la prostitución a las tres doncellas, los tres niños resucitados y un ancla, como protector de los hombres de mar, pues estando en Palestina dicen que calmó una enorme tempestad (quizá enviada por Poseidón).
La historia llegó a Estados Unidos en el siglo XVII por medio de los protestantes holandeses de Nueva Ámsterdam, quienes le convirtieron en un mago nórdico. Su nombre fue abreviado como San Nic, Sint Klaes y Santa Claus. La imagen de «Santa» con trineo, renos y bolsas con juguetes llegó por el escritor inglés Clement Moore, quien salvó al personaje de repartir regalos a pie o caballo; la prominente panza y las mejillas rosadas son una invención del caricaturista estadounidense Thomas Nast en el siglo XIX, favorecida por el diseñador Haddon Sundblom en 1931, durante una campaña comercial navideña para refrescos.
Pastorelas en México
Originalmente, las pastorelas son recreaciones de las peripecias que enfrentan los pastores para llegar a adorar al Niño Dios en Belén. En el camino tienen que luchar con los demonios que los persuaden con los siete pecados capitales, provocándoles tropiezos con todo tipo de trampas, obstáculos y tentaciones. El arcángel Miguel libra una intensa batalla con Lucifer y finalmente triunfa sobre él. Se trata de una confrontación entre el bien y el mal de la que se desprenden algunas lecciones, que cuales son cercanas al público gracias al lenguaje coloquial (propio de pastores) y situaciones humorísticas.
Durante la Colonia, los misioneros jesuitas aprovecharon la fuerte tradición teatral de la cultura náhuatl, las máscaras y disfraces, para evangelizar de una forma didáctica, es decir, nuevamente tomando como base una arraigada costumbre nativa. Los jesuitas ejercieron una amplia influencia en la educación del pueblo, siendo los principales impulsores de las pastorelas.
La primera representación documentada se ubica en Zapotitlán, Jalisco, donde se presenció la primera batalla entre San Miguel Arcángel y Lucifer en lengua indígena. Las pastorelas se convirtieron en elementos importantes de comunicación y participación social, saliendo de los atrios de las iglesias para escenificarse en las plazas y calles de los distintos pueblos con fuerte influencia de las costumbres y tradiciones de cada región. A finales del siglo XVI se documentan ya referencias de pastorelas propiamente mexicanas.
Hoy, las pastorelas conservan su contenido y estructura más o menos esencial, con personajes y situaciones que reflejen la actualidad del lugar donde se representen.
El Nacimiento o Belén
La tradición de colocar el nacimiento, pesebre o belén se atribuye a San Francisco de Asís, quien en la víspera de Navidad de 1223 montó en el bosque de Greccio el primer nacimiento, utilizando hombres y animales vivos. Su deseo era celebrar una hermosa Nochebuena de Navidad para vivir el recuerdo del Niño Dios que nació en un establo de Belén. Una vez montada la escena, reunidos los habitantes de la aldea, se celebró la Eucaristía con algunos cánticos de la Natividad del Señor. Los asistentes llevaban antorchas y velas con el fin de «iluminar aquella noche que debería de alumbrar a los siglos como una estrella refulgente».
Al año siguiente repitió la representación con éxito y desde entonces la costumbre se extendió a todos los pueblos cercanos. Con el paso del tiempo la falta de espacio obligó a sustituir a las personas y animales por figuras de madera o de barro.
Los nacimientos mexicanos hicieron su aparición en Acolman en el siglo XVI, como producto de las representaciones que se hacían de la Navidad. Hasta la fecha, la mayoría de los hogares católicos mexicanos montan un nacimiento durante el tiempo de Adviento y las fiestas de Navidad. Este nacimiento no debe integrar al Niño Jesús desde el inicio, sino hasta el 25 de diciembre, después de haberlo arrullado y besado a manera de bienvenida al mundo y a cada uno de los hogares.
El árbol
La tradición del árbol de Navidad tuvo su origen en los pueblos germánicos. Se cree que fue San Bonifacio (Winfrid), inglés de nacimiento y apóstol de Alemania, quien adecuó otra de las costumbres «no cristianas» como herramienta para catolizar, talando la encina sagrada de los paganos para plantar en su lugar el abeto que ahora es tradicional.
Una leyenda cuenta que un pequeño abeto recorrió muchos kilómetros para llegar la noche de Navidad a Belén, donde habían sido convocadas todas las criaturas del mundo, incluidos los árboles. El abeto llegó exhausto porque tuvo que atravesar tantos países como dificultades, y además era tan pequeño que apenas podía asomarse a admirar al Niño entre las frondas más esbeltas. De pronto, una lluvia de estrellas cayó sobre sus ramas, dejando una impresionante estrella en su punta. Entonces el Niño Dios le miró y le dedicó una sonrisa eterna, bendiciéndole. Las luces y la estrella fugaz en la punta de los árboles recuerdan tanto la bendición como la lluvia estelar (la punta también representa la estrella de Belén).
La costumbre de adornar árboles o ramas en los últimos días de diciembre tuvo su origen en el norte de Europa, muchos siglos antes de Cristo. El follaje verde y las luces que los adornaban estaban asociados con el solsticio de invierno, cuando la naturaleza parece muerta. Se pedía entonces al dios-sol que volviera revistiendo de luz y color los campos.
En tradiciones paganas, los escandinavos consideraban al árbol un símbolo de duración y renovación de vida; los egipcios usaban hojas de palma con 12 brotes como expresión sagrada de la terminación del año y del triunfo sobre la muerte; los romanos celebraban sus fiestas decorando las casas con follaje verde, signo de fertilidad; los judíos celebraban en invierno la Fiesta de las Luces, encendiendo durante ocho días velas que ardían constantemente.
El cristianismo, al ser conformado en su mayoría por paganos convertidos, conocía todas estas tradiciones y comprendieron que era imposible arrancarlas de sus nuevos adeptos, así que prefirieron darles un sentido cristiano, convirtiendo al árbol de encino en la Luz de Cristo, el Árbol de la Vida y la Luz del Mundo.
Los regalos que se colocan debajo de él simbolizan los dones que Dios trajo al mundo cuando se hizo hombre, los cuales, cada persona debe compartir con su familia, amistades y desconocidos.
En la actualidad nos encontramos con muchas personas que prefieren no celebrar la Navidad, considerando estas fechas más que de sentido religioso o pacifista, en una época de consumo desmedido. Quizá, como alguna vez las celebraciones paganas fueron aprovechadas por el cristianismo, el consumismo (para muchos, una nueva «religión») aprovechó las tradiciones cristianas y católicas para obtener nuevos adeptos. Lo dejamos a su consideración.