JEP, Garrido, PAZ:
la prosa y la pólvora
Julio Figueroa
¿Podré hacer lo que estoy pensando? ¿Poner en palabras lo que estoy sintiendo? ¿Cruzar el mar de los contrarios?
Con qué gratitud vuelvo a leer los Inventarios (iniciados en el Diorama de Excélsior, años 60) de JEP en Proceso: “El retorno de Juan de Dios Peza” (Núm. 1782, 26-XII-2010), “La crítica y la paradoja del comediante” (Núm. 1783, 2-I-2011) y “El cuento, el canto y la muerte de la prosa” (Núm. 1784, 9-I-2011). Son verdaderas clases universitarias de periodismo cultural. Breves e intensas, informativas y formativas, reflexivas y críticas. La prosa de José Emilio es una síntesis enciclopédica que invita a la reflexión y el examen, una luz sobre el pasado y una crítica del presente. Un saber acumulado expuesto con sabiduría y una leve ironía.
Luis Javier Garrido publica todos los viernes en La Jornada. Lo sigue una legión de lectores de izquierda. Duros como el articulista. En su último artículo, “La sumisión” (7-I-2011), se apoya en Pacheco para demoler a Octavio Paz. Su prosa dura aplasta, descalabra, pontifica, divide, degüella, califica al mundo. Escribe sin dudas. Escribe con certezas, absolutos y prejuicios. Todo lo que toca es mierda.
La mirada crítica de Octavio Paz irritó y sigue irritando a izquierdas y derechas. Fue un pensador sin consignas, que varias veces se equivocó y varias veces acertó. Creyó en la modernidad de Carlos Salinas de Gortari y expuso públicamente sus ideas y creencias en sus ensayos de Pequeña crónica de grandes días (FCE, 1990), que además aparecieron en el Excélsior espurio de Regino Díaz Redondo, y en su segunda entrevista con Julio Scherer: “Paz: lo que creo, pienso y quiero” (Proceso 885, 18-X-93). Sólo al final de su vida el poeta y ensayista advirtió que se había equivocado y que persistía el terrible patrimonialismo del poder, y así lo dijo, poco antes de morir, en una nota de sus Obras Completas en 1997 (Tomo 15, FCE, México, 2003, p. 574). Creer que Octavio ganó el Nobel por Televisa y Salinas es ningunear a uno de los talentos más grandes que ha dado México al mundo. Diferencias, prejuicios, gustos y porras aparte.
Escribe Garrido en “La sumisión”:
–Olvidándose de lo que había escrito sobre la necesidad de que el escritor se mantuviese alejado del poder, Paz se convirtió en el consejero del Príncipe en los años del salinismo y, prevaliéndose de su asociación con Televisa, se autoimpuso como el zar de la cultura mexicana en las dos últimas décadas del siglo, alcanzando un poder del que no soñó Sierra, pues dictó las políticas culturales del Estado y como él decidió las becas gubernamentales para los artistas por conducto del CNCA e influyó en que se le diesen cargos diplomáticos a escritores, pero sobre todo contribuyó a legitimar un poder espurio.
–Tras de que convalidó el fraude de 1988, y pontificó que el programa de Carlos Salinas de Gortari era el mejor para México, el papel de Octavio Paz no dejó de ser significativo, pues a cambio de que el Estado –es decir, el gobierno y Televisa– le diesen una preponderancia política, le encumbrasen por medio de la propaganda y de ediciones lujosas del Fondo de Cultura Económica –la editorial oficial–, y lo promovieran al Premio Nobel, él se dedicó a justificar todas las exacciones y crímenes de Salinas de Gortari y a defender las acciones ilegales del poder, como más tarde lo haría también con Ernesto Zedillo, dando al grupo de artistas e intelectuales que encabezaba un rol del todo diferente.
Allí está el juicio sumario del hipercrítico puro. La prosa de Garrido es la prosa del poder literario: fusila al enemigo porque Garrido dicta la verdad absoluta. Pero ¿en realidad mata a sus adversarios (Paz, Salinas, Calderón, Krauze, Aguilar Camín, etc.) o sólo encanta y complace a sus fieles lectores con los mismos prejuicios y absolutos que él? Son los puros. Los incendiarios. Todos estamos alineados. Menos ellos. Son los radicales con la pólvora mojada. ¿Qué revolución real han hecho, hacen o harán? ¿Su crítica genera conocimiento?
JEP:
–La prosa es el dominio del poder y del padre. Con ella no se juega: se piensa y se aspira al sometimiento de los demás, cuando menos en el terreno de las ideas. Escribo para convencerte, para imponer lo que creo, así sea en los asuntos más inofensivos. La retórica en su sentido original no es sino el arte de la persuasión. (Proceso 1784, p. 60).
JEP piensa y escribe sin mandar. No juega, pero tampoco impone. Expone y se expone. Parte de su condición humana y asume la misma condición humana del otro. Allí reside su principal virtud. Garrido escribe y dicta su decálogo, semana tras semana, viernes tras viernes, como un Dios. El Dios de la Palabra Absoluta e Inapelable.
Garrido usa a Pacheco para demoler a Paz. ¿Yo uso a JEP para golpear a Garrido? ¿Qué diría José Emilio Pacheco?
La mirada crítica de Julio Scherer sobre Carlos Salinas fue y ha sido más acerada, implacable y certera que la de Octavio Paz. Vale la pena volver a ella. A sus libros Estos años (Océano, 1995) y Salinas y su imperio (Océano, 1997). Scherer no sólo hace la radiografía del poderoso sino que traza el cuadro corrupto del poder. Y todavía nos debe su larga e íntima entrevista con Carlos Salinas de Gortari en Dublín. Esperemos… esperemos que no estiremos la pata antes.
Agradezco a mi amiga Rosa Alicia Tarín la lectura de Luis Javier Garrido, al enviarme su artículo. Gracias. Querida Rosa Alicia: tu percepción de Octavio no es dura, sino tal vez equivocada y llena de prejuicios. Yo pienso que aun difiriendo de todo lo que dice Paz, su lectura es más enriquecedora que la lectura de Garrido asintiendo a todo lo que escribe. El brujo Luis Cardoza y Aragón escribió este aforismo deslumbrante:
–Si estuviera de acuerdo con Paz, ¿para qué lo leería?
Jóvenes: lean a Octavio Paz Lozano (1914-1998) aunque no estén de acuerdo con él. No se pierdan esa riqueza. Es nuestra y es de la literatura universal.
–Las diferencias que no hacen enemistad, enriquecen la relación.
“Carta sobre la mesa” de Octavio a Julio Scherer:
–Sé que muchas de mis opiniones irritarán a más de uno. Ya estoy acostumbrado. Desde que comencé a escribir provoqué antipatías y malquerencias que no pocas veces se convirtieron en anatemas y excomuniones. Mis opiniones literarias y estéticas extrañaron a algunos e incomodaron a otros; mis opiniones políticas exasperaron e indignaron a muchos. Tengo el raro privilegio de ser el único escritor mexicano que ha visto quemada su efigie en una plaza pública. No me quejo: también tengo amigos, críticos generosos y, sobre todo, lectores fieles. Temo, sí, que algunas de mis respuestas susciten otra vez comentarios airados y que los de siempre me llamen vendido al poder y otras lindezas. Ante esto, sólo puedo decir: mis opiniones son pareceres y acepto de antemano que puedo equivocarme. Pero mis equivocaciones y mis errores son de buena fe. No busco nada con ellos, salvo ser fiel a mi conciencia. (1993).
Octavio en “El diálogo y el ruido”, su discurso de Francfort:
–Comencé a escribir, operación silenciosa entre todas, frente y contra el ruido de las disputas y peleas de nuestro siglo. Escribí y escribo porque concibo a la literatura como un diálogo con el mundo, con el lector y conmigo mismo –y el diálogo es lo contrario del ruido que nos niega y del silencio que nos ignora. Siempre he pensado que el poeta no sólo es el que habla sino el que oye. (1984).
Octavio en Salamandra (1961):
“Inocencia y no ciencia:
para hablar aprende a callar”.
Qro. Qro.
Martes 11-I-2011.
–En el cumpleaños de Jenny Bonita.
juliofime@hotmail.com