Se acerca el fín de la cultura popular

“Pronto no se hablará de cultura popular.

Todo está a nuestro alcance.

Todo es cultura popular”

 

El País

 

Cuando el escritor Douglas Coupland se topó con el anuncio de un coche bautizado Generación X tuvo la certeza de que alguien había malinterpretado su ópera prima. Veinte años después publica Generación A.

 

Cuando, a finales de los noventa, Douglas Coupland se topó en París con una valla publicitaria que anunciaba un modelo de Citroën bautizado como Generación X, el escritor tuvo la certeza de que la industria del automóvil —entre otras parcelas de la realidad— había malinterpretado su ópera prima. Veinte años después de la aparición de su fundacional Generación X, se publica en nuestro país Generación A, la ambiciosa y heterodoxa novela que no es tanto secuela como reflejo, en las turbulentas aguas del futuro inmediato, del libro que convirtió a su autor en portavoz, a su pesar, de una nueva sensibilidad que aún está despejando su incógnita: «Ninguno de los dos libros habla, en realidad, de la idea de generación. Más bien son epitafios al concepto de generación. Este nuevo libro recuerda a Generación X en cuestiones de estructura: hay un grupo de personajes desplazados que van contando su historia y su manera de ver el mundo en primera persona. Han pasado 20 años y la percepción del mundo y, sobre todo, nuestros instrumentos para percibirlo han cambiado».

 

A Coupland, de 49 años, no le gustan demasiado las entrevistas. Al descolgar el teléfono, subraya que solo tiene 25 minutos para el periodista. Su gestión del tiempo será implacable, pero la manera en que se entrega en cada respuesta disipa la sospecha de que el escritor está lidiando con un fastidioso trámite promocional. Generación A transcurre en un futuro en el que las abejas parecen haberse extinguido: cinco individuos de diferentes puntos del planeta reciben, no obstante, una inesperada picadura de abeja que les convertirá en celebridades mediáticas y sufridas cobayas de laboratorio, mientras los efectos de una nueva droga van dejando un rastro de aislamiento y desconexión a su alrededor. «Quise jugar con la idea del alfa y el omega», señala Coupland, «ahora hay un millón más de opciones en la vida de las que ofrecía 1991. Como predijo Marshall MacLuhan, los avances tecnológicos han vuelto a tribalizar a la gente. Hoy la gente se define por grupos, por nuevas tribus. Todos tenemos la sensación de estar conectados, ya sea a través de e-mails o de nuestros perfiles en Facebook. Hemos conquistado nuevos niveles de conexión. Han sido 20 años de progreso evolutivo. Por eso, en esta novela tiene más importancia la idea de comunidad que la de aislamiento. La idea de aislamiento ha cambiado: la desconexión es ahora una elección».

 

Generación A no tiene reparos en asumir su condición de hija bastarda de El decamerón para la era del caos medioambiental. Los cinco elegidos que articulan la trama acaban desgranando una serie de cuentos alrededor de la hoguera que les permitirán conjurar el horror y entender el verdadero sentido de su experiencia compartida: «Contar historias es una de las actividades más primarias del comportamiento humano. Para no enloquecer, necesitamos pensar que nuestra vida tiene que ser una historia coherente. A partir de la revolución industrial se difunde la idea de que la vida es como una novela. En el siglo XX, eso se convierte en una asunción colectiva esencial», subraya el escritor.

 

Algunas páginas de su novela pueden recordar a las visiones apocalípticas de J. G. Ballard, y el tono general, en su alquimia de ironía y vuelo imaginativo, le debe mucho a Kurt Vonnegut, una de cuyas citas inspiró el título: «Vaya, los medios os han hecho un estupendo favor llamándoos la generación X, ¿verdad? Os habéis puesto a dos pasos del final del alfabeto. Pues en el presente acto os bautizo generación A, el comienzo de una asombrosa serie de triunfos y fracasos como fueron, en su momento, Adán y Eva». No obstante, por encima de otros ecos, hay una pieza clave en el juego referencial de Generación A: la fiesta del lenguaje, críptica pero dionisiaca, del Finnegans Wake, de James Joyce. Según Coupland, «el lenguaje quiere evolucionar, crecer. En los últimos 10 años se han incorporado varios miles de neologismos a nuestra lengua. Tenemos que reevaluar la manera en que aplicamos el lenguaje a la vida; que, en definitiva, es la manera en que nosotros somos nosotros. Es lo que intentó hacer Joyce con una obra tan extrema. Estamos rodeados de herramientas que transforman nuestra relación con el lenguaje, empezando por los servicios de citas online y todo lo que nos inocula nuevas palabras. En mi novela invito al lector a que reflexione sobre la voz que tenemos en el interior de nuestras cabezas, que casi nunca coincide con nuestra propia voz: se trata de una voz genérica, de locutor de programa de noticias. ¿De dónde viene esa voz? Es una invención, algo parecido a un microchip o a una aplicación informática, pero que todos aceptamos automáticamente».

 

Si en su novela J-Pod los personajes se retaban a escribir proposiciones matrimoniales a Ronald McDonald, el inquietante personaje-icono de la cadena global de hamburgueserías, en Generación A se incluye una irresistible digresión sobre la identidad sexual del canario (¿macho?, ¿hembra?) Piolín. Alta y baja cultura se revuelcan en fértil promiscuidad en la obra de Coupland, que considera que «pronto ya no tendrá mucho sentido hablar de cultura popular, porque si las jerarquías de lo cultural se miden por sus grados de accesibilidad, hoy todo está a nuestro alcance. Todo es cultura popular. Y esa cultura popular cumple la función de los viejos mitos: nos proporciona una respuesta para todo lo humano de una manera instantánea. En 1991, cuando en mi obra literaria introducía el nombre de un producto comercial, la crítica me crucificaba, era chocante y extraño. Ahora está completamente asumido».

 

 

Generación A está editado por El Aleph Editores.

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