Reinventar la frontera
La Jornada Semanal
Adriana Cortés Koloffon
Luis Humberto Crosthwaite, nacido y radicado en Tijuana, es autor, entre otros libros, de Lo que estará en mi corazón, Estrella de la calle sexta, Aparta de mí este cáliz, Instrucciones para cruzar la frontera, Idos de la mente y Tijuana: crimen y olvido.
–¿Qué significado simbólico adquiere la frontera en su obra?
–La frontera es todo lo que soy, no podría imaginarme creciendo en otro lugar. El intercambio cultural de los dos países formó mi identidad y por lo tanto mi forma de pensar. Tiene un significado muy concreto en mi vida.
–En su narrativa fusiona distintos géneros: el policíaco, la crónica, el melodrama, el epistolar, ¿cómo logra tejerlos con un hilo tan sutil?
–Quizás de tanto mezclar géneros lo he ido perfeccionando. En ese sentido, este fue mi proyecto más ambicioso y como consecuencia el más difícil de lograr.
–Ha practicado el periodismo, además de la narrativa. ¿Cuál considera que sea el límite entre ambos géneros?
–Creo que la nota roja es un buen punto de partida para un cuento o una novela, brinda los elementos necesarios para la historia. Al escritor le toca explotarla, reinventarla. Mi intención es darle vida y motivos a las víctimas y victimarios que sólo son nombres en la nota roja. Por su naturaleza, la ficción permite especular, inventar, ir más allá de lo que dicta la realidad, que es donde se circunscribe el periodismo. El reportero avanza hasta donde la información lo permite; el escritor puede continuar esa historia guiado por su experiencia y su imaginación. No se cruzan sino que avanzan paralelamente. La buena ficción se alimenta del buen periodismo.
–¿Qué le debe a Borges en cuanto al tratamiento del género policíaco?
–A Borges le debo tanto que no sabría por dónde empezar. Su capacidad de invención y transformación son grandes y laberínticas. Todavía recuerdo haberlo descubierto después de la prepa, leí el Libro de arena, luego me perdí en El Aleph, en El informe de Brodie, Ficciones y tantos otros. Hammett y Chandler me dieron mis primeros encuentros con la novela negra. Para entonces ya había leído a Agatha Christie y Conan Doyle, pero los dos autores estadunidenses me mostraron por primera vez a un detective que puede tener las manos tan sucias como los criminales que persigue. Antes de la literatura, ya desde niño era fan de las películas de género negro.
–¿Qué efecto narrativo se propone lograr mediante el desdoblamiento de Mendívil, el personaje del escritor, en el de Flores, en Tijuana: crimen y olvido?
–Este desdoblamiento se puede relacionar con las palabras de Flores en el epílogo de la novela, “¿Cómo vas a escribir sobre ello si nunca los has vivido?” Es el reto de todo escritor, encarnar sus personamientos, hacerlos pensar y sentir en situaciones límite que tal vez él o ella nunca han experimentado. Un escritor hábil puede intuir lo que un personaje sentiría. Mendívil requería más que eso, necesitaba “sentir” lo que sucedió con los personajes de su investigación; si no se desdoblaba, si no se convertía en uno de ellos, nunca hubiera llegado a la verdad. Esa verdad que sólo te puede llevar a un abismo, como sucedió con el investigador Paul Auster en City of Glass.
–Literatura fronteriza y narcoliteratura: ¿fenómenos que responden a un éxito editorial o a una moda literaria?
–Yo digo que a ninguno de los dos. Ni son tan exitosas las novelas que tratan el narcotráfico ni son tantas como para ser una moda. Yo diría que es mucho más exitosa la novela histórica. Y si vas a una librería te darás cuenta de que las novelas históricas son hasta tres o cuatro veces más numerosas que las novelas sobre el narco. E igualmente hay algunas muy buenas, y otras pésimas.
–¿Está todo perdido, como afirma una reportera ficticia en una de sus novelas?
–Al menos la guerra de Calderón contra el narcotráfico sí está perdida; pero ésa estuvo perdida desde su inicio, cuando nadie a su alrededor logró especular sobre las consecuencias de militarizar al país. Entiendo que el presidente necesitaba una imagen de dureza para lograr la aprobación del gobierno estadunidense, pero el costo de vidas inocentes ha sido muy alto. Lamentablemente, Calderón será recordado por las muertes de su sexenio y no por los pocos capos que metió a la cárcel. No ha logrado una mella sustancial en las redes de corrupción en México. Si acaso ha hecho que los narcos se enojen y respondan con furia. Acabará el sexenio heredándole un paquete de muerte y fracasos a su sucesor. Habrá que ver qué puede hacer con ello el siguiente presidente.
–¿Cómo y dónde escribe?
–Élmer Mendoza me sorprendió recientemente porque recordó que yo había dicho alguna vez que no escribo hasta tener toda la historia en la cabeza. Si fuera cierto, pobre de mí, pasaría la vida elucubrando sin llegar a escribir una sola línea. Afortunadamente no soy tan exagerado, pero sí me gusta tener clara la dirección de la historia antes de empezar a escribirla. En el caso de Tijuana: crimen y olvido, desde un principio me quedaba claro que habría cabos sueltos que no podría cerrar, que dejaría varias puertas abiertas, como suele suceder en este país cuando los crímenes no se resuelven. A veces el no saber a dónde iba la historia me sirvió de mucho para estar constantemente especulando sobre nuevas vertientes. No tuve la historia completa hasta el final, ya para cuando se iba a imprimir.
–¿Ha pensado escribir alguna novela en spanglish?
–Qué horror, nunca lo haría. Sería como escribir una novela en esperanto. El spanglish es una lengua inventada por académicos y escritores. No existe en la calle, y te lo dice quien tiene numerosa familia en Estados Unidos. Lo que existe es un inglés salpicado de palabras en español. Y al paso de las generaciones esa salpicadura es cada vez menos evidente en Estados Unidos, el inglés lo está consumiendo todo. Eventualmente entra una que otra palabra en español al vocabulario colectivo, pero es así como también existen palabras náhuatl en nuestro idioma aunque predomina el castellano.