Volver a la oikonomia
Javier Sicilia
La Jornada Semanal
Jean Robert es uno de mis maestros. Suizo, naturalizado mexicano, arquitecto desprofesionalizado –que abandonó la construcción de bancos en Suiza para fabricar excusados secos y apoyar procesos de autoconstrucción–, amigo de Iván Illich y uno de los pensadores fundamentales de la revista Conspiratio, es lo que podría llamar una de las mentes más lúcidas del país. A su ya larga obra de filósofo historiador –más conocida, por desgracia, en el extranjero que en México– acaba de agregar un nuevo libro:
La crisis: el despojo impune. Cómo evitar que el remedio sea peor que la enfermedad (JUS, 2010).
Lo fascinante del libro no es tanto la manera en que Robert describe la crisis financiera que se desató en 2008 y cuyas consecuencias, a pesar de los pronósticos y de los discursos alentadores de economistas y políticos, se abren hacia horizontes funestos, sino la forma en que se adentra en los complejos mecanismos que la han hecho posible.
En su libro, Robert dice lo que ni siquiera los más lúcidos analistas de la izquierda, contaminados por la toxicidad del progreso, dicen: la crisis económica es hija de un universo que, aparentemente no ideológico, encubre, bajo el espejismo de la riqueza y del bienestar que promueve, una guerra contra la subsistencia. En otras palabras, la economía moderna –con la que todos están de acuerdo– es una guerra lanzada contra la oikonomia.
Aunque las palabras son semejantes, no se refieren a lo mismo. Mientras la primera se basa en el concepto de escasez, es decir, en la transformación de un bien gratuito –como, por ejemplo, el agua– en un bien cuyo valor aumenta en la medida en que se destruye y se vuele escaso; la segunda, que significa “el cuidado de la casa”, implica la conservación de esas gratuidades que Robert define como “cultura material”. Contra la realidad material que la economía vuelve abstracción manipulable, la oikonomia protege la materialidad misma que es la base de la subsistencia. Por ello, para Robert, las formas de la producción moderna –sean capitalistas, socialistas o comunistas– no son creaciones “de valores ex nihilo”; tampoco la acumulación del capital –en manos de empresas particulares o del Estado– “una simple relación entre el Capital y el Trabajo”.
Son, ante todo, relaciones que no podrían existir sin la existencia de “terceros inocentes” que pagan las consecuencias. La producción de valores de la economía moderna –es una de las aportaciones de Robert– “necesita un desvalor previo”: la destrucción de bienes naturales (ecológicos) y culturales (formas tradicionales de hacer y preservar) que generan dependencias y someten a todos a una lógica depredadora de consumo inalcanzable.
En este sentido, la economía moderna, inseparable de la historia del capitalismo, “es la invasión de los dominios de gratuidad por necesidades creadas de mercancías” muchas de ellas –es la lógica de las burbujas financieras– abstractas que han debido y deben pagar no sólo esos terceros inocentes, sino también los que perdieron sus empleos, sus ahorros y sus pensiones.
Frente a esa lógica cuyos resultados son desastrosos y que la soberbia de los economistas pretende rearticular, no hay para Robert otra salida que lo que ese otro pensador de las márgenes, Serge Latouche, llama el “decresimiento”, un decrecimiento razonado que vuelva a reencontrar el sentido de una “cultura material”. Dicho decresimiento, que implica prescindir de ciertas formas del confort, es decir, del consumo de mercancías fabricadas por la escasez, permitiría a esa parte de la población que está abajo y padece la lógica de lo que hoy llamamos economía, recobrar poderes de acción que se perdieron.
Lo que significa, “reinventar los ámbitos de comunidad”: formas de vida que, ajenas a la producción y circulación de recursos, están dedicadas a actividades autónomas de subsistencia, cuya primera regla es “asegurar los medios de sustento del más débil”. Fuera de ese mundo, inseparable de lo local, de lo particular de cada territorio y del límite; fuera de ese mundo ajeno “a la irracionalidad racional de la economía” moderna y financiera, no hay ya salvación.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.