Fortunato Ramírez Camacho
Agustín Escobar Ledesma
En las apacibles tardes de la Sierra Gorda Queretana, miles de cigarras, como en la fábula, entonan alegremente con sus violines sones huastecos; en la lejanía, algunos perros ladran en umplimiento de su deber; mientras que en la casa de Fortunato Ramírez Camacho.
Violinista que el año pasado cumplió 50 abriles en el oficio y que en este 2005 fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005 en el campo de las artes y tradiciones populares, narra en 3 patadas las más de 6 décadas de su vida.
Antes de iniciar la charla advirtió: “Me voy a echar un trago de agua de raíz de cardón, con eso me controlo la diabetes que me dio hace 5 años cuando me accidente en una camioneta.”
El oficio que el destino le dio a Fortunato, su gran pasión, fue la música; después vinieron otras actividades, por ejemplo, el cultivo de la tierra en la que siembra maíz, fríjol, calabaza, chile y su huerta de árboles frutales (naranjos, mangos, guayabos). Pero, en primer lugar, cultiva la música porque con la siembra de los ancestrales productos ya no recupera la inversión y sólo son para autoconsumo. Su esposa comparte con él el trabajo, por lo menos en la búsqueda del pan nuestro de cada día, puesto que es una de las curanderas más respetadas de la región.
Cultivo una rosa blanca/ en junio como en enero…
Fortunato Ramírez Camacho, hijo natural del son huasteco, nació en 1935 en El Puerto Colorado, Pinal de Amoles, municipio serrano de Querétaro. Siendo todavía niño, su familia emigró a El Lindero, pequeña comunidad perteneciente a Jalpan, corazón de la Sierra Gorda de Querétaro. Fortunato apenas tuvo fuerzas, guiado por su padre empezó a cultivar la tierra, la música y la poesía, puesto que éste último tocaba el violín. Creció entre notas musicales y esbeltas cañas de maíz.
Mientras su papá uncía la yunta para barbechar, Fortunato confeccionaba sus propios instrumentos musicales con palos de mocoque. Hoy, el maestro Fortunato piensa que el destino de la música no está aquí sino que viene de arriba.
En la adolescencia acompañó a su progenitor con la quinta huapanguera durante algunos años, pero después fue iniciado por el músico Simón Castillo en el violín para formar, tiempo después, su propio trío de huapango.
El querreque
En cierta ocasión, Fortunato fue invitado a tocar en la boda de Guadalupe Morado, un señor de Ahuacatlán de Guadalupe, Pinal de Amoles, que tenía una molienda de caña de azúcar. En aquel acontecimiento social, Fortunato conoció al afamado violinista y compositor musical de “El Querreque”, el maestro Pedro Rosas, quien al ver la manera como Fortunato tocaba el violín dijo: “Este muchacho va a ser el número uno de la Sierra Gorda.”
Fortunato se fue a vivir a la casa de Pedro Rosas para perfeccionar su técnica musical, durando 3 meses en calidad de aprendiz en Ciudad Valles, San Luis Potosí (lugar de residencia del maestro). Ahí, supo que el violín es el que lleva toda la responsabilidad en los tríos, que si toca el violín, toca la jarana y la quinta huapanguera, que el violín es el director de todas las melodías.
Café de chinos
Fortunato recuerda que en Ciudad Valles había un café de chinos al que siempre acudía Pedro Rosas. El maestro se llevaba de manera muy pesada con el dueño del establecimiento, le decía “¡Chino, jijo de la chingada, traíme un café! y el asiático, muy humildito, le respondía “Sí Pedlito, como no, orita te lo tlaigo.” En cierta ocasión, a eso de las 3 de la madrugada, cuando don Pedro regresaba de tocar en una boda en Alpujal, llegó al café de chinos pero ese día el trato fue diferente: don Pedro llegó muy humano con el chino, le dijo: “Chinito ven pa’ darte un abrazo, yo te he rayado mucho la madre y tu nunca te has enojado conmigo, ¡eres un gran amigo!” El chino le contestó a Pedro Rosas: “Ay Pedlito, si usté ya no me va a layal la madle yo ya no echal galgajos al café.”
La despedida
Después de 3 meses de clases con Pedro Rosas, Fortunato menciona que su maestro, con la emoción contenida y con algunas lágrimas en los ojos, como si presintiera que algo malo le iba a ocurrir, le dijo que la enseñanza había terminado. Al mismo tiempo, le entregó el violín con el que había tocado toda su vida. Pedro Rosas se regresó a Xilitla, su tierra, mientras que Fortunato, cargado de conocimientos y con el preciado instrumento a cuestas, regresó a Jalpan.
Un balde de agua fría
Fortunato apenas había retornado de su preparación con el maestro Pedro Rosas, cuando a su paso por Ahuacatlán, en cierta ocasión en que fue a tocar a Escanelilla, encontró a don Nicho Olvera, el hombre más pudiente de la región, quien le preguntó que cómo le había ido con su “alineadita” con el maestro Rosas. Ese día don Nicho estaba molesto porque Juventino, el camionero que había mandado a Ciudad Valles por la mercancía para su tienda de abarrotes, no llegaba y ya llevaba un día de retraso. Juventino fue presentándose hasta el medio día y, al preguntarle el por qué del retraso, contestó que se había quedado al velorio de Pedro Rosas. Fortunato dice que sintió como si le hubiesen echado una cubetada de agua fría. Al día siguiente fue a la tumba de su mentor para despedirse de él, eso fue como en 1965.
Los dragones de Fortunato
El origen de “Fortunato y sus cometas”, el huapanguero lo comenta con mucha jocosidad como es su estilo. Inicialmente Francisco Cabrera (q.e.p.d.) y Francisco Trejo Mejía, actual Secretario del Ayuntamiento de Jalpan y amigos de Fortunato, bautizaron, a petición del interesado, al trío que recién había formado. Sus amigos sugirieron que denominaran al grupo “Fortunato y sus dragones”, porque tanto el jaranero como el de la quinta eran muy jetones, decían que de tan jetones que estaban parecían dragones, por eso le pusieron ese nombre.
Por supuesto que los dragones se molestaron, no les gustó; en vista de ello, buscaron un segundo nombre para el trío y, como los 2 músicos también eran gorditos y siempre andaban alrededor de Fortunato, decidieron ponerle “Fortunato y sus cometas”. Fueron sus músicos originales.
Mucha gente ha pasado y se ha formado con Fortunato, el nombre del grupo tiene por lo menos 35 años, mientras que Fortunato cumplió 51 años de violinista en abril pasado.
La escuela de Fortunato
Fortunato es un elemento fundamental en el proceso cultural de la Sierra Gorda Queretana. Su influencia en la Huasteca es amplia, la gente lo conoce en Tamaulipas, Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí. Ha sido el impulsor del trío Los Jilgueros (Proceso Sánchez, Perfecto López y Abraham Hernández Tadeo), quienes han sido, de una o de otra manera, sus discípulos. Perfecto López comenta que cuando era niño, cuando cursaba la educación primaria en Valle Verde, más de una vez su maestro lo sacó del salón de clases porque lo encontraba dibujando músicos, músicos panzones con instrumentos huastecos y, en el recreo, junto con sus compañeritos de clase armaban sus propios instrumentos y se ponían a tocar; prendían velitas como si fuera una velación y se ponían dizque a tocar. También escuchaba un disco viejo de Fortunato que sus papás tenían en casa.
Otro caso similar fue el de Proceso Sánchez, oriundo de Las Joyas, Bucareli, comunidad perteneciente al municipio de Pinal de Amoles, cuya referencia inmediata fue la música de Fortunato Ramírez Camacho.
Fortunato tiene una alumna en San Juan del Río, una de las pocas mujeres queretanas que tocan el violín en el son huasteco (mención aparte merecen los tríos “Las flores de la huasteca” del municipio minero de San Joaquín y el de “Perlitas queretanas” de Landa de Matamoros; quienes, gracias al huapango, no han emigrado a Estados Unidos como lo hacen las jovencitas de su edad) en la brega de una manifestación que lucha incansablemente por sobrevivir y que tiene un semillero en el programa cultural “Los niños huapangueritos de la huasteca” impulsado por músicos de Querétaro, San Luis Potosí, Querétaro, Tamaulipas, Hidalgo, Guanajuato, Puebla y Veracruz.
Con tal de que el son huasteco se conserve y no desaparezca, Fortunato dice tener un violín que pone a la disposición de los jóvenes que quieran aprender a tocarlo. Sobran los comentarios sobre la admiración que Fortunato profesa a quienes se inician en esta manifestación popular: “En una ocasión en que fui a tocar a Tlapexco, en Huejutla, Hidalgo vi hartos tríos de niñas y niños que tocaban y trovaban ¡qué bonito! Allá sí está bien puesta la música de la huasteca. Aunque hay que decir que aquí en Valle Verde, Agua Zarca y Las Joyas están otros, viera usté que lindos. Yo hasta tengo un violín para regalar a los jóvenes que estén interesados en el huapango. Hace tiempo por aquí vino un maestro de Ahuacatlán con un chamaco, pero tocaba otras músicas y le dije que yo lo que quería era que tocara huapango.”