Los Barrios
José Félix Zavala
Conventos, tiempo, una mano que se estira en forma de arcos y múltiples destellos en forma de torres, es Querétaro, todo un monasterio, donde juntos San Francisco y Santo Domingo oran y Santa Rosa y Santa Clara se casan a diario con el esposo divino. Es la leyenda que venera piedras, dicen, mientras en sus derredores circula la vida.
A San Francisquito, el barrio de indios, ya no bajan los canasteros, ni las lebrillas amarillas con camote enmielado en bola, ni el atole, ni las bateas con tamales. Ya no se escucha el grito “ Paletas heladas, «Las Catarinas», a dos por cinco”, los viejos son cada día menos.
En las tardes todavía se oye el ruido del teponaxtle, es el barrio refugio de Concheros, de adoratorios chichimecas, de curanderos, de fiestas adornadas con papel picado, en azul y blanco, de frontales con frutas, de flores de zempanzuchitl, del ritual de la Cucharilla, de las tortillas azules y verdes, del Carnaval, del Señor de Esquipulas, de la fiesta de la Divina Pastora.
De los callejones de San Juan, de Mata Carrillo y de todos los demás, poco a poco fueron desapareciendo los aguadores, los últimos fueron Don Arnulfo y Chente, también desaparecieron los arrieros, los mesones, las carbonerías, los telares de mano, con su ritual de remojar los hilos en la caja de agua, la pila de los Dolores, y la forma antigua de brotar de las cambayas.
El barrio de la Cruz comienza donde terminan los Arcos, en la Loma del Sangremal, donde nació Querétaro. Huele a rancio, a enchiladas, a Cruz de los Milagros, a danzantes, a mercado, a alfalfa, a misa de alba, a Convento Grande, productor de cruces salidas de un bastón, posada de Fray Antonio de Margil y Fray Junípero Serra, fortaleza, cárcel y recolector de agua venida de La Cañada, surtidora de fuentes y cajas de agua, baratas, neverías, casas viejas, corredores llenos de begonias y geranios, balcones adornados con moños, mujeres que salen de madrugada “ a dejar la Virgen”.
Chinchines, Apaches, Mojigangas, Flachicos. Noche del 13 de septiembre que congrega a todos los hijos de este pueblo. Ponches, guajolotes, gorditas de migajas, buñuelos, atole y tamales, oportunidad de vivir cada año la fiesta de la Santa Cruz.
Viernes Santo desfile de Nazarenos, Cristos, Dolorosas, Penitentes, procesión, duelo que baja hasta el Convento Grande de San Francisco, olor a manzanilla.
Por todas partes se llega a este barrio, por las calles de Independencia, Carranza, de Felipe Luna, La Calzada. Brota el recuerdo del tiempo, La Ametralladora, El Besubio, El Parlamento, La Japonesita, La selva, La Costumbre, las bodas de domingo a las doce.
Muchas cosas se pueden contar desde la fuente del beaterio tres veces centenario, del barrio de Santa Rosa de Viterbo, el oratorio, retablos, abanico dorado, coros, alto y bajo, puertas y confesionarios secretos, murmullo de rosas, el antiguo hospital, el viejo reloj del campanario morisco.
En la calle de Arteaga, todas las palomas, las buñueleras, las tamaleras, el camote cocido. Es el barrio de los jauleros, alfareros, polleros, cajetes y novias en balcones enrejados. Son las calles de Galván, De La Huerta Grande o del Reloj, son las obreras que salen de “La Mica” y de los niños del hospicio, es el pan de monja Capuchinas, mujeres escondidas, es Santa Rosa antiguo.
Fiestas de jolgorio grande en rosa y azul, repiques, cohetes, anuncio, gallo, carrizos adornados con papel de china, es el rumbo del Carrizal.
El barrio de las granadas, que las niñas viejas imitan con papel. Rellenándolas de confeti, mientras los artesanos pintan cambayas y curten cuero, mientras Luis Anabríz, diseña los Carros de la Cabalgata, se llama Santa Ana, el barrio de la abuelita, salido de entre los callejones de San Andrés, Ramos Arizpe y Jaime Nunó.
El 25 de julio es día de tamales dobles en Querétaro, los primeros en catedral y los segundos en Santa Ana, dicen los Canónigos, que con su presencia, dan lustre a las fiestas patronales del 26 de julio.
Tardes de ruecas que forman madejas, tardes de rosario y amores frente a la Pila, es el recuerdo de J. Guadalupe Ramírez Alvarez, el de la calle de Escobedo, dueño de tantos libros, el de la ofrenda de Día de muertos, el que guardaba la tradición de este pueblo, era licenciado, dicen. Barrio de olor a carnitas de los Mendoza y los García.
María Estrada, La Cieguita enamorada del inexistente Faustino, el Español que le escribiera desde Sevilla, María que pedía limosna a fuera de la Mariposa, también tiene su barrio, el que está junto al asilo, es San Sebastián. La Casa del Faldón.
Coheteros como Abundio el del Puente Revolución, pedreros de ópalos como Adolfo Mendoza, poetas con casa antigua como Salvador Alcocer, mujeres de vida consagrada como Sor Magdalena, curas como Felipe M. Sevilla, que en 1907 construyera el asilo de ancianos. La gente sencilla habita el barrio de la Otra Banda, al otro lado del río.
La fiesta se celebra el 20 de enero, dos bandas de música, pólvora, entre las calles del tiempo, Otoño, Primavera, Invierno. El tren silva incesantemente día y noche, es el Aguila Azteca.
En la esquina en que convergen las calles de Invierno, Luis Moya y Juan Alvarez, empieza y se distribuye en pulquerías, el barrio del Tepetate, es El Cachete, El Maguey, La Atómica, aquí se sitúa la Estación del tren, barrio que contempla a diario el paso de La Burrita y El Nueve.
Hay música de viento, aquí se recuerda a los Guardacuarteles, el Gallo en la madrugada de vísperas del 15 de septiembre y las farolas que han dejado de existir, solo en el Jardín de los Platitos, donde bancas y piso son de tejo, lugar para contratar serenata. Bajo el puente, los rieleros, taco de papa, nopal y camarón en mano. El 3 de mayo y el primero de septiembre son días de fiesta.
Don Ramón el cambayero, Don Tomás, el brujo, Don Agapito, el yerbero, Don Benito López, el pedrero, los huaracheros, habitan el otro Querétaro, pasando el Puente Alto de madera. La gente que vive a orillas de la Avenida de las Canteras, donde Tomás fue el último Guardacuartel y los niños aún juegan a los “encantados”, llaman a su barrio, El Cerrito.
El primero de septiembre las danzas y el castillo saludan a la Virgen de los Remedios, el 3 de mayo los ponches y las enchiladas, celebran a la Santa Cruz. La Plazuela Juana de Arco se vuelve de papel de china y la Ola de Ascensión García, es la modernidad.
Esquilas y campanas llamando a misa, ofrendas, procesión, palo ensebado. El último domingo de julio día del Señor de las Maravillas le dan identidad al barrio de la Trinidad, por donde pasan las calles de Galeana, Rayón, Marte, atrás del Cerrito.
Ascensión García, bastón, barba rala y blanca, recuerda aún los telares y los hornos donde se cocía el camote en su jugo, lo mismo que Las Tres Caídas actuadas, que reunían a los trinitarios, lejanos habitantes de Querétaro.
Desde La Tenería hasta la calle de Felipe Angeles, entre obreros de oficio cambayero y hornos de cal, atrás de la vía nacional, lugar de paso de los peregrinos rumbo a Soriano y con Santiago Zúñiga, como Mayordomo, se encuentra el barrio de San Roque, cerca del callejón del Espinazo.
Lejos del centro, después de la vía, más allá de San Roque, esta el barrio de Santa Catarina, a donde se ocurre el 2 de febrero, para visitar a la Virgen Chiquita, que en medio de sus pobrezas nunca vistió cambaya.
Dos templos, con mas de trescientos cincuenta años, una piedra con inscripciones, escudo y pergamino de José María, Bartolo e Hipólito Juárez, le acreditan su antigüedad, es el barrio de San Gregorio.
Ignacio Pérez, La Candelaria y San Gregorio son los nombres de sus calles, de antiguos alfareros, de las doce familias que poblaron el lugar y que por mucho tiempo pagaron los toritos, las cascadas de luces y las danzas, que llegaron desde Zacatecas, celosos guardaron sus santos y sus tradiciones, desde aquí se domina el valle. No existen más los alfalfares y las huertas.
Muchos barrios o Calpullis rodearon a Querétaro y a sus conventos de monjas Capuchinas, Carmelitas, Teresas, Clarisas y Rosas; de frailes franciscanos, dominicos, agustinos, felipenses, mercedarios, dieguinos y jesuitas, todos dejaron su arte en ellos.
Las mujeres aún salen con sus Niños Dioses, vestidos de gala, entre canastas llenas de colación y más de alguna solterona tiene un letrero en su ventana que reza “Se visten Niños Dios”, Pueblito Ortega aún convierte el azúcar en alfeñique, en canastitas de flores, de frutas, de enchiladas, en borregos y gallinas.
De Querétaro y sus barrios es el culto a la imagen realizada por Sebastián Gallegos, La Virgen del Pueblito, colocada en el adoratorio de los indios en el Cerrito y que un 17 de octubre de hace mas de 40 años, con corona realizada por Luis Sosa García, cantos compuestos por el Obispo Vera y Zuria, Guadalupe Velázquez, Agustín González e interpretados al órgano por Zúñiga y el coro del Conservatorio de Música Sacra, dirigido por Cirilo Conejo, cuando fuera coronada pontificalmente.
Al finalizar junio, de todas las calles, callejones y rumbos de la ciudad, se emprende la Peregrinación al Tepeyac, allí se encuentra la Tonantzin, esperando su arribo centenario, se inicia el viaje una semana antes de la llegada, se hace a pié, por el camino antiguo de los dioses, al ritmo del canto: “ Desde el cielo una hermosa mañana…”.
Es diciembre, los calpullis o barrios en forma de niños, se suben a los caballitos y como novios a la Rueda de la Fortuna, mientras los merolicos ofrecen mercancías, los carros alegóricos sueños, los castillos luces y Querétaro fiesta.