Contemporáneos: los poetas con revista
La Jornada Semanal
La revista Contemporáneos (1929-1931) fue resultado de una serie de conversaciones y reuniones amistosas a bordo de un barco en que regresaban a Veracruz, después de un viaje a La Habana, Jaime Torres Bodet, Enrique González Rojo, Xavier Villaurrutia y Bernardo Ortiz de Montellano. El nombre, según Ermilio Abreu, “lo inventó [José] Gorostiza. Sutil invento, pues ni supone compromiso social, ni político, ni estético de los socios”. Su principal objetivo, después de la Revolución, fue que se advirtiera lo sucedido en el mundo hasta 1910.
La generación fundadora de la modernidad intelectual mexicana que trabajó en la búsqueda de nuevos modos de escribir literatura fue, al igual que la revista, la de los Contemporáneos (1929-1932), un grupo de pensamiento complejo y sólido. Son los poetas que impiden el deterioro de la literatura mexicana; por ello y con toda razón Octavio Paz afirmó que “casi todo lo que se está haciendo ahora en México les debe algo a los Contemporáneos, a su ejemplo, a su rigor, a su afán de perfección”. Se trata, en palabras de Guillermo Sheridan, de un “lugar imaginario en el que coincidieron diversos discursos y maneras de ejercer el quehacer literario”, al que Jorge Cuesta señaló como una “coincidencia del destino”. Convergían con la idea de T. S.
Eliot sobre la importancia de ostentar una conciencia del pasado, de la tradición; era importante conocer lo que iban a modificar. No tuvieron ningún manifiesto –como los Estridentistas– he ahí el mole de guajolote más que el de su obra. Tal como Xavier Villaurrutia lo describió, era un “grupo sin grupo”; “un archipiélago de soledades”, en palabras de Jaime Torres Bodet. Ellos son, según las antologías y testimonios recabados por Luis Mario Schneider: Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Elías Nandino, Jorge Cuesta, Celestino Gorostiza, Gilberto Owen, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Rubén Salazar Mallén.
Durante la Revolución la idea de la ortodoxia defendió los valores viriles, a saber: el nopal, el sombrero y la pistola fueron los paradigmas a seguir. En este sentido, los Contemporáneos vivieron en una sociedad machista que no toleró a sus escritores: vieron a un México con forma chata, un país en el que más de un setenta por ciento de sus habitantes eran analfabetas (y hoy debemos preguntarnos sobre la efectividad del actual fomento de la lectura). Ello nos dice que prácticamente fueron incomprendidos. Buscaron temáticas que regresaran al nacionalismo, pero que también lo rebasaran, trataron de incorporar imágenes distintas al rostro de la patria.
Es cierto lo que asegura Vicente Quirarte en sus cátedras de la UNAM: en los Contemporáneos se advierte una profunda enseñanza moral y educativa (tan evidente como el esfuerzo que abanderó José Vasconcelos con la memorable campaña de alfabetización en 1920).
A la distancia, sabemos que la de Contemporáneos es una generación que “no morirá del todo”