¿A quién le importa el grano de cacao?
Alexander Naime S. Henkel
Al costado de las carreteras que entran y salen de Abiyán, donde ya no circulan salvo camiones con hombres armados, los marfileños caminan con el peso de una vida gastada. Bajo el sol africano, con mochilas montadas sobre las cabezas, niños y bebés en brazos y sobre el último par de zapatos que les pertenece, cientos de miles de personas han abandonado la ciudad más importante de Costa de Marfil.
Un millón de marfileños han sido desplazados de su hogar original y casi la mayoría de ellos han abandonado la ciudad costera de Abiyán, dice la Comisión de Refugiados de Naciones Unidas. Las razones principales son económicas; ya no hay trabajo y ni el mercado ni la pesca ni la agricultura ni el ingenio local subastan a los pobladores. El país ya no funciona. La violencia se debe a dos bandos políticos. En uno, los grupos rebeldes, que controlan el norte del país, han descendido a la ciudad costera y sus métodos son apoyados por el presidente reconocido Alassane Ouattara y los cascos azules de la ONU. En la otra esquina, el ejército de Costa de Marfil mantiene su alianza con el supuesto usurpador de las elecciones, Laurent Gbagbo, y soporta las matanzas de sus soldados. Durante este mes de marzo hombres armados han disparado a todo lo que se mueve. A principios de ese mes, tropas de Laurent Gbagbo dispararon contra una multitud de mujeres que protestaban pacíficamente en las calles. Seis murieron. Los rebeldes de Ouattara operan de igual manera pero sus actos escapan a los lentes internacionales. Entre los dos bandos, balas han tocado a la Cruz Roja, los cascos azules, helicópteros de reporteros y habitantes que huyen de sus hogares con las venas hinchadas de gritos. La semana pasada 15 mil jóvenes, dispuestos a intercambiar sangre por comida, se enlistaron al ejercito fiel a Laurent Gbagbo. Los rebeldes reclutan a mercenarios de Liberia y secuestran a niños de pueblitos norteños para ayudar su causa.
Durante estos tres meses de 2011, los medios de comunicación se han interesado en las revueltas que ocurren en África del norte. Vaticinaron la integración de un Medio Oriente, joven y democrático, a la escena política. Occidente se alegraba y veía como sus aliados de casi dos décadas caían a manos de la muchedumbre. Pero el coronel Kadafi, otro aliado que en 2002 fue líder de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, se encargó de detener el paso de las revoluciones por la región. Como verdaderos demagogos, los líderes de Occidente decidieron dar la espalda a su aliado y apoyar a los rebeldes que no tienen idea de cómo gobernar un país. Hoy, tropas de la OTAN marchan hacia Trípoli como libertadores de no-saben-qué para enfrentar a Kadafi.
De todas las potencias colonialistas, Francia ha sido sin duda la que más ha abierto el diálogo con sus colonias y la que más ha apoyado a África con en la comunidad internacional. Este año, en boca de Nicolas Sarkozy, Francia promovió la intervención militar en Libia mientras su antigua colonia de Costa de Marfil se ahoga en un caos que en muchos sentidos es peor que Libia. Costa de Marfil es un país con divisiones étnicas, religiosas y económicas muy profundas, y en este reducido espacio de tierra viven casi 21 millones de personas. Por el otro lado, Libia que no esta libre de conflictos internos, cuenta con un tercio de la población de Costa de Marfil pero es nueve veces más grande que el país marfileño.
Abiyán, días antes de las elecciones de noviembre, era una de las ciudades más vibrantes de África occidental. Al concluir éstas, la ONU y la Unión Africana determinaron que Ouattara era el vencedor. Laurent Gbagbo, conociendo bien su popularidad, dijo que esto era imposible. Que el único candidato que la gente amaba era él. Hoy Abiyán se divide en dos gobiernos cuyas políticas toman efecto inmediato en cada mitad de la ciudad. Ninguno se preocupa por la gente que muere.
El mundo occidental, declarado velador de la democracia y los oprimidos del mundo, sólo frunce el ceño, truena la boca y agita la cabeza en desacuerdo. En cambio, en Libia sí intervienen y sí reacciona. ¿Es acaso Libia más importante que Costa de Marfil? Para ellos, sí. Libia es un país que provee a Europa de petróleo. Costa de Marfil, lamentablemente, cuando abre su puño sólo ofrece granos de cacao. Allí se cultiva y se exporta un tercio del grano que solía ser la bebida de los dioses en nuestras tierras. ¿Pero cuántas fabricas marchan quemando cacao?