El inhumyc
Javier Sicilia
La Jornada Semanal
La crisis que vive la Iglesia mexicana a partir de los abusos y encubrimientos pederastas de Marcial Maciel y una buena parte de los Legionarios de Cristo, ha golpeado injustificadamente a las escuelas de inspiración cristiana. Sin embargo, gran parte de esas escuelas, pese a la trasnochada pugna que viven los católicos “de Pedro el Ermitaño” y los “jacobinos de la era terciaria”, continúa siendo un sitio de luz en medio de la oscuridad del país. Fruto de las Escuelas Apostólicas, creadas en 1919 por Félix de Jesús Rougier –el fundador de los Misioneros del Espíritu Santo y el hombre providencial de esa gran mística mexicana que es Concepción Cabrera de Armida–, ELINHUMYC, incorporado a la UNAM en 1958, abrió sus puertas para los estudios de secundaria y preparatoria a los laicos. Allí fui a parar en la década de los setenta; allí también me encontré no sólo con una profunda enseñanza de la fe y un riguroso aprendizaje de las materias que privilegia la enseñanza laica, sino también un espíritu de libertad, de crítica y de diálogo. Allí encontré también a maestros lúcidos y compañeros que dieron sentido a mi vida. Con ellos –dos de los cuales son espléndidos poetas que no profesan la fe católica, Tomás Clavillo y Fabio Morábito–, aprendí a escribir poesía. Con ellos también leímos a Paulo Freire, A A. S. Neill y a los pedagogos de vanguardia; leímos a los teólogos de la liberación, nos entusiasmamos con Iván illich y Méndez Arceo, sacamos varias revistas, discutimos con las autoridades directivas, que en ese entonces eran todavía sacerdotes, y con ellos, siempre atentos y trabajados por el Evangelio y el espíritu de su congregación, logramos que el colegio se volviera mixto y que tuviéramos algunas experiencias pedagógicas más horizontales y participativas. Mucho de lo que soy como poeta, como novelista y crítico, nació en ese lugar. Por ello, cuando me preguntan si me formaron los jesuitas, a quienes debo también grandes enseñanzas –al salir de la preparatoria viví con ellos un año en los cinturones de miseria de Ciudad de México–, digo bromeando que no, que a mí no me formó ni san Ignacio, ni Juan Bautista de La Salle, ni Marcelino Champagnat; mucho menos José María Escrivá y menos aún Marcial Maciel; a mí, les digo, me formó “ai pinchemente” el Espíritu Santo en un pequeño colegio de Tlapan llamado el INHUMYC. Desde entonces no he dejado de estar unido a él y a la familia de la Cruz de la que nació. Mi director espiritual es uno de los misioneros del Espíritu Santo y jamás, desde entonces, he dejado de conversar y dialogar con esa inmensa familia.
No quiero decir, al hablar de mi itinerario personal en el INHUMYC, que su línea de pensamiento sea la que vulgarmente se denomina de “izquierda” –en el Instituto de Humanidades y Ciencias hay, como en el corazón del cristianismo en el que se inspira, infinidad de tendencias–, digo que su inspiración, enclavada en el Evangelio, es plural, libre, abierta y ceñida a la gran tradición crítica que llegó con el laicismo.
Si hoy se me preguntara qué es lo que caracteriza al INHUMYC, utilizaría el término con el que Jünger Habermas califica al mundo contemporáneo: la “post-secularidad”. Un universo en donde lo mejor de la tradición cristiana y del laicismo dialogan y encuentran puntos de convergencia sustanciales para formar hombres y mujeres con un sólido sentido de la ética, que es inseparable de la crítica, o –para usar ese término de moda que siempre me ha molestado por sus resonancias utilitarias– de los valores.
El mismo nombre de la escuela, Instituto de Humanidades y Ciencias, que antepone a la ciencia el espíritu del humanismo, habla de ello. En un mundo en donde el darwinismo económico mira con sospecha todo lo que tenga que ver con actividades relacionadas con las humanidades y en donde gran parte de las instituciones educativas fomentan la competencia, una escuela cuyo punto de articulación es lo humano, surge como un oasis en medio de un desierto donde los grandes logros de la ciencia van olvidando la vida del espíritu, sin la cual el mundo se vuelve una pura y terrible instrumentalidad.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.