El censo y la diversificación religiosa
Carlos Martínez García
Las cifras del censo 2010 confirman el crecimiento de confesiones religiosas distintas al catolicismo romano. La tendencia en la disminución porcentual de católicos se intensificó, con variantes regionales que, en algunos casos, revelan una descatolización que debe preocupar a la jerarquía de la Iglesia católica en México.
En los años que van de 2000 a 2010 el catolicismo mexicano declinó cuatro puntos porcentuales, pasó de 88 a 84. Fue la baja porcentual más pronunciada desde 1930. La media nacional tiene extremos muy dispares. Mientras en Guanajuato prácticamente 94 por ciento de los censados respondió ser católico; en Chiapas lo hizo 58 por ciento. La diferencia es abismal: 36 puntos porcentuales, que nos hablan de dos realidades sociorreligiosas muy dispares.
Distintos y primeros análisis de los números que en el aspecto religioso muestra el censo comienzan a comparar las cifras con prácticas que demuestran que mucha gente respondió que nominalmente es católica, pero en su vida cotidiana tiene una pronunciada desvinculación de las creencias católicas que supuestamente debieran normar su conducta ética.
En un sugerente artículo, ayer en estas mismas páginas, Javier Flores (“La Iglesia en las uniones conyugales”) correlacionó los números censales del rubro religioso con porcentajes de mexicanos y mexicanas que realizaron enlaces matrimoniales bajo el manto de la Iglesia católica: “la Iglesia apenas participa en la mitad de las uniones conyugales, lo cual resulta sorprendente tratándose de una población que es […] mayoritariamente católica. Una proporción importante de las personas que deciden casarse o unirse lo hacen al margen de una intervención religiosa, ya que 23 millones 377 mil 94 personas establecen relación de pareja por la modalidad de unión libre o se casan sólo por lo civil, lo que en conjunto representa 27.5 por ciento del total. Por su parte, los matrimonios en los que existe alguna participación de la Iglesia representaron 27.4 por ciento (el porcentaje restante agrupa a las personas solteras, separadas, divorciadas, viudas o con datos no especificados)”.
Al desagregar los datos por grupos de edad, anota Javier Flores, “la mayoría de las personas de más de 60 años encuestadas se casaron por la Iglesia (43.4 por ciento), mientras en las uniones de menores de 30 años la participación religiosa ¡sólo fue de 7.1 por ciento!, lo que muestra que los más jóvenes están optando por las uniones conyugales en las que esta institución no participa”. Por lo anterior es posible afirmar que la práctica de enlaces matrimoniales en los que está ausente la institución religiosa nos revela una mayor, y creciente, autonomía valorativa de la mayoría que se identifica como católica, pero que tiene vínculos muy débiles con las enseñanzas oficiales de su credo.
Otros números, analizados junto con los del censo 2010, evidencian que las minorías religiosas tienen en su favor diversos indicadores. En números redondos hay en México 21 mil sacerdotes católicos y 40 mil pastores y pastoras protestantes/evangélicos. Es decir, a cada sacerdote le corresponden 4 mil 425 feligreses; mientras que cada pastor(a) tiene a su cargo 210 personas. Si sumamos los protestantes/evangélicos con los adventistas del séptimo día, mormones y testigos de Jehová (que el censo llama denominaciones bíblicas diferentes de las evangélicas), entonces cada ministro religioso cuida de 273 personas.
A la enorme diferencia que en teoría cada sacerdote católico debe atender, es importante agregarle que la mayoría de ellos están ceca de una edad en la que es necesario jubilarse. Adicionalmente las vocaciones sacerdotales están en crisis, no ingresan en los seminarios católicos aspirantes suficientes como para disminuir el contundente déficit sacerdotal. Pero si el ingreso es insuficiente, todavía lo es más el egreso de quienes logran concluir su preparación y son ordenados al ministerio.
No hay vuelta atrás en la diversificación religiosa de México. Cuando por su parte la Iglesia católica decrece, las confesiones protestantes/evangélicas tuvieron su mayor crecimiento porcentual desde 1930, ya que en los años que van de 2000 a 2010 aumentaron su población en casi tres puntos porcentuales. La tendencia se robustece al tratar de diseccionar las cifras de aquellos grupos que siendo en sus creencias protestantes/evangélicos han decidido registrarse como asociaciones civiles.
Las identidades religiosas divergentes de la históricamente tradicional siguen ganando terreno en el panorama confesional mexicano. Un primer acercamiento al censo realizado el año pasado no deja dudas al respecto. Estudios más detallados por regiones, grupos de edad, condiciones socioeconómicas y otras variables nos indicarían matices importantes y tendencias sobre la diversificación religiosa y sus distintos ritmos.
Los números sobre la pluralización religiosa del país debieran servir para dejar de hacer generalizaciones que obnubilan la realidad del cambio confesional de millones de connacionales. La pluralidad es ahora más intensa que nunca antes y perfila una intensificación en ese sentido en las décadas por venir.