Javier Sicilia y otras cuestiones
La Jornada Semanal
Marco Antonio Campos
Al saber de la muerte de Juan Francisco Sicilia y de seis personas que lo acompañaban, leí en los primeros días en internet las noticias de los diarios y revistas de circulación nacional, y en ocasiones con indignación, otras con horror, algunos comentarios a esas noticias escritos por el público en general. En buen número de comentarios ponían en duda de antemano la honestidad del joven Sicilia.
Lo que me llamaba más la atención eran frases como: “El que mal anda mal acaba”, “Algo ha de haber hecho”, “Si lo mataron es porque debió haber estado metido”… Me parecía estar oyendo o leyendo el lenguaje de suspicacia de alguna parte de la sociedad en la última dictadura argentina (1976-1983), como se comprueba al leer el Nunca más, el estremecedor informe de la Comisión Nacional de Desaparecidos. Si por ejemplo un Grupo de Tarea del ejército o de la armada argentinos llegaban a un edificio de departamentos y levantaban con lujo de violencia a quien o a quienes suponían que pertenecían a una organización subversiva, fueran o no culpables, algunos vecinos sentenciaban apriori a los aprehendidos con frases suspicaces como las que transcribí antes sobre Juan Francisco. Se ha hablado mucho pero poco se ha hecho: urge regular esta suerte de comentarios. Qué bueno que todo mundo pueda dar su opinión en las redes sociales, pero los propios medios de comunicación deben tener una forma de cuidar lenguaje, tratamiento de temas, tontería indiscriminada, el decir por decir.
Si no se hubiera tratado de un hombre intachable como Javier Sicilia, si Sicilia no hubiera asumido con valentía, dolor y rabia, la defensa de su hijo y de sus acompañantes, si intelectuales, artistas y periodistas no hubieran sentido como propio su dolor –sabiendo muchos de ellos y de ellas que sus hijos podrían ser los próximos–, la tortura y matanza de los muchachos habría pasado, como la inmensa mayoría de las veces, a las estadísticas, que es una forma definitiva de olvido, o peor, una nueva muerte en la muerte, y hubieran seguido apareciendo esa suerte de comentarios de suspicacia envilecida.
Se ha hablado de la tragedia de Javier Sicilia, pero se olvida que es también la tragedia de la madre del hijo, de la hermana, de la abuela y de parientes, quienes deben estar deshechos; lo mismo debe pasar con la familia de los jóvenes amigos de Juan Francisco. ¿Puede uno siquiera imaginar lo que para ellos es reconstruir mentalmente el martirio de aquellos a quienes, sin deberla ni temerla, se les secuestró, amarró, torturó, asfixió, y se les dio el tiro de gracia? ¿Qué sentirían y sienten las familias, amigos y conocidos de aquellos jóvenes, que antes de saberse que eran víctimas inocentes, se les criminalizó como a los de Villa Salvárcar (lo hizo el propio Felipe Calderón aun si después corrigió), como a los estudiantes del TEC de Monterrey (con el objetivo de “cuidar” la imagen del ejército), como con los morelianos pobres y honestos, que trabajaban en un pequeño taller mecánico, y a quienes asesinaron en Acapulco (de los que tonta e irresponsablemente la secretaria de Turismo, Gloria Guevara, dijo que no tenían el “perfil” de turistas)?¿Qué hacer en un país donde, como dice el ex secretario de seguridad pública, Alejandro Gertz, el 99 por ciento de los delitos permanecen impunes? ¿Dónde quedó, si lo hubo alguna vez, el sistema judicial? México es un país simulado de leyes, no de justicia.
Pese a que Cuernavaca está considerada la quinta ciudad más violenta de México, las autoridades de Morelos, encabezadas por el gobernador Marco Antonio Adame, declaran que es problema de percepción; sin embargo la ciudadanía morelense, que es mayoritariamente gente de bien, en vez de percepción está convencida de que Morelos, y en especial Cuernavaca, se ha acabado por volver un círculo del infierno. Adame pide unidad, pero como con ningún otro gobernador, la sociedad morelense la ha pasado tan mal. Los dos gobiernos panistas han resultado tan delictivos e inhábiles como los priístas. Es hora de que Adame tome sus cosas y se vaya.