A Javier Sicilia
Enrique González Rojo Arthur
La Jornada
Hoy por hoy nuestra patria,
con todos sus colores desteñidos.
es tan campo minado por el infortunio,
tan infierno nuestro de todos los días,
que la poesía,
capaz no sólo de asaltar
a la belleza para robarle
sus secretos,
sino de cantar al dolor,
decir de la llaga,
ser cronista de la asfixiante y vieja forma
en que las flores saben marchitarse,
en fin, salir de su funda para soltar al delincuente
y sus cómplices de arriba,
su ráfaga de salvajes aullidos
de denuncia,
se ve forzada de pronto a callar,
a morderse la lengua,
a amurallar el grito,
a decirse ¿dónde diablos pongo
este escándalo que se instala en mi pecho,
este cementerio en llamas
que cargo a la espalda?
Un poeta, un verdadero poeta que enmudece
es en la patria de hoy una tragedia,
algo que amerita
poner las banderas a media asta.
¿Por qué, Javier, se han muerto entre tus labios
los gorriones? ¿Por qué le has roto
a todos tus lápices la punta?
No me respondas. Sé lo que te ocurre.
Si a un poeta
le dejan anegados los ojos
de lágrimas de sangre,
lo crucifican en la impotencia,
porque dejan a un hijo
convertido en memoria,
no puede sorprendernos
que arroje su lira al polvo,
esconda sus palabras debajo de su lengua
y ponga enloquecido a su silencio
a tocar a dos manos los timbales.