Un niño enamorado
El País
Nadal se empapó de la magia de la competición londinense desde que tenía 10 años a través de su tío y entrenador, Toni, y rompió la fría relación de los españoles con la hierba
J. J. MATEO –
Londres
El hombre camina por donde soñó el niño. Como en los mejores estrenos de Hollywood, Wimbledon extiende hoy su alfombra verde para el debut de su campeón: a las 14.00 (Canal+), Rafael Nadal, que se enfrentará al estadounidense Russell, será el primer tenista que pise el césped de la pista central en 2011, un honor reservado al defensor del título.
Primero estarán los versos de If, el poema de Kipling, que miran a los tenistas desde las paredes del club. Luego, los dorados de los trofeos, los picaportes y los pasamanos de las escaleras que acompañan a los jugadores hasta la pista. Finalmente, la central, un uniforme militar en cada esquina, el recuerdo de los bombardeos nazis, quizá su techo cerrado contra la lluvia y la culminación del camino que conecta sentimentalmente a Nadal con su cita favorita.
Rafael Nadal
Nacimiento: 03-06-1986 Lugar: Manacor
«Mi tío siempre fue un gran seguidor de Wimbledon y es un poco gracias a él que tengo predilección por el torneo», explica Nadal, quien, lesionado, no pudo abrir la primera jornada de 2009, lo que le correspondía por ser el ganador de 2008. «Jugué el torneo júnior con 15 años y me encantó», recuerda el español, que suma dos finales y dos títulos en sus cuatro últimas participaciones en la competición londinense.
«Es una de las mejores experiencias que he tenido. Me enamoré del torneo, del lugar, y jugar en hierba me encantó: fui semifinalista con dos años menos que el resto.
Me sentí cómodo desde el primer día. Era la ilusión de mi vida ganar ahí o llegar a la final», prosigue; «mi tío, la gente que tengo alrededor, me han sabido hacer ver lo que tenía que hacer para adaptar mi juego a las diferentes superficies».
Todo arranca en Manacor.
El Nadal niño es un chico al que visitan Begiristain o Miguel Ángel Nadal, su tío, dos pilares del dream team barcelonista de Johan Cruyff y que, aun así, prefiere jugar al fútbol en el equipo de Toni, convencido de que es mejor futbolista.
El Nadal niño es un chaval que escucha a su técnico hablar de las andanzas en Wimbledon del estadounidense Connors, el guerrero del revés a dos manos; del sueco Borg, el gigante de hielo, y del rumano Nastase, bufón, histrión y artista de filigranas imposibles. Esos mimbres van dando forma al imaginario y las ambiciones del tenista.
Aún en formación, su entorno no canta en sus oídos las hazañas del sueco Edberg o del alemán Becker, maestros del saque-volea, porque están en las antípodas del modelo de juego ambicionado.
Cada frase, cada recuerdo compartido del tío con el sobrino, es una semilla. Nada se hace por casualidad y menos el calendario. Ese adolescente solo disputará un grande como júnior: Wimbledon 2002.
«Rafael fue a ese torneo porque nos interesaba que lo probara, porque yo le repetía que era el título que más tenía que desear ganar», argumenta Toni Nadal; «yo crecí creyendo que este torneo era especial y sigo pensándolo.
Cuando Rafael tenía 10, 11, 12 o 13 años, lo íbamos hablando.
Le hablaba de lo espectaculares, lo especiales, que eran los partidos de Borg o Connors en Wimbledon, que era de quienes yo tenía recuerdos.
Le decía que era un torneo importante por la tradición, que tenía más valor ganarlo y que le diferenciaba, ya que Roland Garros ya lo habían ganado muchos españoles.
Luego, tenía que ver también con que era un reto mayor con respecto a la tierra: ni tenía un gran saque ni era un gran voleador… Además, por mi edad y mi forma de ser, me gusta la tradición: Wimbledon. Montecarlo…».
Durante años, los tenistas españoles evitaron el grande de la hierba. Manuel Santana, campeón en 1966, tuvo que esperar cuatro décadas hasta ver a un compatriota en la final del torneo.
Fue Nadal. Un chico sobre el que no pesaban las viejas maldiciones («la hierba es para las vacas»), los corsés mentales ni los complejos heredados.
En Wimbledon, el número uno alquila una casa «a 15 metros del club», sale a hacer la compra en el supermercado, cocina y abandona la rutina de los hoteles y las cenas en restaurantes de lujo.
En Londres, Nadal ve cómo hay seguidores que le entregan a sus familiares cuadros y postales con su figura, igual que si fuera un santo.
En el templo de la hierba, Nadal es un hombre cumpliendo el sueño de un niño.
Hoy, el tenista pisa la pista como el campeón y el número uno. Ayer, el adolescente conoció la hierba y se marchó «enamorado».