Una pésima noticia sacudió hoy El Vaticano.
Nuevas revelaciones sobre la pederastia clerical en Irlanda salieron a la luz gracias a la presentación de un reporte gubernamental, publicado la mañana de este día.
El texto no sólo demostró que la curia de la diócesis de Cloyne se mofó cínicamente de las líneas guía contra los abusos sexuales a menores sino que comprobó la responsabilidad de su obispo, John Magee, en “actos inapropiados” con un seminarista.
La publicación cayó como un balde de agua fría en El Vaticano donde Magee prestó servicio como secretario personal de tres Papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II.
A decir verdad en Roma ya sabían de las movidas de este mentado pastor, quien se vio obligado a renunciar el año pasado, envuelto por el escándalo. El problema es que ahora el ex obispo no sólo fue acusado de negligencia, por haber encubierto supuestos casos de abuso sino que, además, habría reconocido haber abrazado, besado y hasta haberle declarado su amor al joven.
A esto se suma que la investigación consideró episodios supuestamente verificados entre el 1 de enero de 1996 al 1 de febrero de 2009. He aquí el problema: no se trata de situaciones del pasado de las cuales desembarazarse con un simple “mea culpa”.
La situación es doblemente grave si se considera que ya desde 1996 la Iglesia irlandesa había establecido algunas políticas de prevención a la pederastia clerical, líneas guía que en Cloyne nunca se pusieron en práctica convirtiendo de facto a la demarcación eclesiástica en una “zona franca” para los abusadores.
Esta situación provocó que el Buró Nacional para la Salvaguardia de los Niños en la Iglesia Católica ordenase la investigación independiente encabezada por la famosa jueza Yvonne Murphy.
Se debe aclarar que los comisionados responsables de las pesquisas no establecieron si los abusos sexuales infantiles ocurrieron o no, sólo se dedicaron a estudiar cómo las autoridades de Iglesia en la diócesis trataron las denuncias presentadas. Por eso antes escribí los abusos “supuestamente verificados”. Empero, al parecer, varios de los relatos resultan más que verosímiles.
Los investigadores concluyeron que ni el obispo ni sus colaboradores mostraron “algún interés activo” en escuchar a los denunciantes, pese a que algunos de los casos eran realmente verosímiles. El “Cloyne Reporte”, de 400 páginas de extensión y 26 capítulos, incluyó acusaciones contra un total de 19 sacerdotes, diocesanos y religiosos.
Se trata del cuarto reporte independiente sobre los abusos en la Iglesia católica después del informe en la diócesis de Ferns difundido en 2005, el Ryan Report sobre las residencias y orfanatos religiosos en 2009 y el reporte Murphy, de la arquidiócesis de Dublín en 2009.
Ante el escándalo el administrador apostólico de la diócesis de Cloyne, Dermot Cliford, arzobispo de Cashel y Emily, pidió “sinceras disculpas” por su comportamiento y el del clero a todos los que sufrieron y a sus familias. El cardenal Sean Brady, arzobispo primado de Irlanda, dijo que la publicación del documento ha constituido otro “día oscuro en la historia de la respuesta de líderes de Iglesia al grito de niños abusados por el personal católico”.
¿Hasta cuándo los católicos deberán seguir soportando “pastores” de este calibre? ¿Por qué debe venir una comisión independiente a descubrir aquello que la Iglesia debería aclarar por sí misma? ¿Puede haber más humillación que esa para el pueblo fiel irlandés?
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