Cuidemos a Raúl Vera
Bernardo Barranco V.
Las advertencias a Raúl Vera no hay que dejarlas pasar.
No darles la trascendencia que se merecen es exponer la integridad física del obispo más comprometido con los sectores sociales más vulnerables que tiene México.
Aunque sea chocante para muchos, de lejos, el mejor obispo que tiene este país.
El mensaje de las mantas colocadas el jueves pasado en los barandales de la catedral de Saltillo es una señal de intimidación e insinuación de represalias contra el obispo Vera.
Fuentes de la diócesis han indicado que no han sido los primeros intentos de amenaza, ya que en ocasiones anteriores se han recibido llamadas telefónicas anónimas.
Amnistía Internacional advierte a las autoridades para proteger al obispo a fin de garantizar que continúe su trabajo en defensa de los derechos humanos de los migrantes, viudas, mineros, homosexuales y de personas vulnerables.
El estilo pastoral de Vera es de compromiso decidido por los pobres y por las causas de aquellos sectores excluidos por la sociedad. A lo largo de su trayectoria como obispo, Raúl Vera ha demostrado una voluntad inquebrantable en la acción concreta para mejorar la calidad de vida de la población oprimida de México. Desde su consagración, el 6 de enero de 1988, como obispo de Ciudad Altamirano, Guerrero, y posteriormente como obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el 14 de agosto de 1995, mostró una particular sensibilidad por los campesinos e indígenas. Y, al contrario de lo que se pensaba, confirmó y fortaleció el trabajo de Samuel Ruiz. Con poco más de diez años al frente de la diócesis de Saltillo, Vera ha estado muy comprometido frente a la grave situación que viven los derechos humanos en México. Poniendo en peligro su propia seguridad, el obispo Vera López habla en voz alta, sin tapujos y sin miedo contra las violaciones de derechos humanos, la corrupción, los abusos del poder, la ausencia legalidad y de justicia.
La palabra obispo procede del latín episcopo, que se traduce como “vigilar”. Un obispo es ante todo un pastor: vigilante, cercano y pendiente de su pueblo; ése es su ministerio de servicio. Siguiendo el símbolo del rebaño, comunidad de creyentes, es un maestro de la verdad, como solía subrayar frecuentemente Juan Pablo II. En la tradición de la Iglesia, el obispo es sucesor de los apóstoles y guía de la Iglesia en nombre de Jesucristo. Siguiendo las recomendaciones de San Pablo en una carta a Timoteo, el Código de Derecho Canónico recoge en su canon 378 que, para la idoneidad de los candidatos al episcopado, se requiere que el interesado goce de buena reputación (fama) y que esté impregnado por la firmeza de su fe, buenas costumbres, piedad, celo por las almas, sabiduría, prudencia y virtudes humanas, y dotado de las demás cualidades que lo hacen apto para ejercer el oficio de que se trata.
El episcopado mexicano no ha tardado en respaldar al obispo. Manuel Corral Martín, secretario ejecutivo de relaciones institucionales de la CEM, declaró de inmediato: “No admitimos que se le ataque o amedrente. Más allá de las ideologías o el pensamiento que podamos tener, es una persona, un sacerdote y, como tal, hay que respetarlo y apoyarlo”. Las advertencias contra Raúl Vera son sutiles y malintencionadas. “Queremos un obispo católico.” Como si su labor pastoral estuviera al margen o violentando el rol de los obispos. Y es que los obispos mexicanos, en general tan timoratos como pasivos, no son el modelo ideal del quehacer de un obispo, siguiendo las renovaciones de la Iglesia en el Concilio Vaticano II. Al contrario, deberíamos exigirles a la mayoría de los obispos que sean verdaderamente católicos y comprometidos con su grey, que sean más valientes y osados; que abandonen la zona de confort en la que desde hace lustros se han instalado. Que sean más pastores y menos burócratas de la fe. Raúl Vera, con todas sus controversias, resulta ser el obispo más católico y fiel a su ministerio. En este compromiso, la sociedad lo ha sabido reconocer, porque ve en él la congruencia evangélica de un pastor comprometido.
En su infatigable apostolado de denuncias Raúl Vera ha abierto demasiados frentes. Por ello tenemos que proteger a Vera. En América Latina hemos sido testigos de atentados a ministros de culto, católicos y cristianos, que han enarbolado las causas de los derechos humanos y enfrentado el abuso de los poderes. Recordemos a monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, Argentina, quien fue asesinado el 4 de agosto de 1976, volviendo de la parroquia de Chamical, después de acompañar a esta comunidad dolorida por la muerte de los padres Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, cruelmente asesinados. Angelelli encuentra la muerte en la localidad de Punta de los Llanos. Recordemos a monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, comprometido con los derechos y libertades civiles de los salvadoreños; el 24 de marzo, Romero es asesinado por un francotirador mientras oficia misa en la capilla de un hospital. Recordemos al colombiano Isaías Duarte Cansino, arzobispo de Cali, quien denunció abusos y privilegios de narcotraficantes; fue victimado el 17 de marzo de 2002 en el Valle del Cauca, Cali. No podemos pasar por alto el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, con distintos móviles, el 24 de mayo de 1993 en el aeropuerto de la ciudad de Guadalajara. Su trágica muerte convulsionó al país entero y la propia Iglesia tardó años en reponerse.
Sería un error gravísimo, como sociedad, pasar por alto o banalizar las advertencias a un obispo solidario y humanamente generoso, que ha sabido ser católico, pastor de los derechos humanos. ¡Cuidémoslo!