¿Por qué no te casas?
Aumenta la convivencia en pareja mientras caen los matrimonios en España – Más de la mitad de las menores de 30 años han formado una unión de hecho
CHARO NOGUEIRA
Algunas parejas de hecho escuchan la pregunta con frecuencia: «¿Por qué no te casas?».
La respuesta suele ser un «porque no quiero». Una falta de voluntad que puede albergar la alergia al papeleo, la sensación de que aún no ha llegado el momento o el derecho a decidir la vida propia al margen de las instituciones. Y eso pese a los inconvenientes: las uniones de hecho, registradas o no, tienen ciertos derechos menguados, mayores dificultades para hacerlos valer y, en ciertos casos, notable inseguridad jurídica. En cambio, el matrimonio, la pauta tradicional y desde 2005 abierta a las personas del mismo sexo, reporta beneficios automáticos. Pero no todo es cuestión de derechos. También están las libertades.
«Hay gente que cree que la boda está pasada de moda», dice una experta
El deseo de libertad y la autonomía femenina impulsan las parejas ‘de facto’
A falta de ley estatal, cada autonomía han legislado de forma distinta
El matrimonio está asociado a la seguridad y la estabilidad
«Cuando se preguntan los motivos para casarse, la respuesta siempre es la misma: ‘porque nos queremos», señala Gerardo Meil, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Pero el amor también justifica convivir sin pisar el juzgado o el altar. Y ese es un paso cada vez más frecuente, aunque podrá medirse tras el censo de este otoño.
En el anterior, de 2001, las parejas de hecho eran más de medio millón, frente a casi nueve millones de matrimonios. Los expertos prevén ahora un guarismo muy superior. Sobran motivos: más de la mitad de las mujeres de menos de 30 años que conviven o lo han hecho formaron su primera unión sin casarse, uno de cada cinco jóvenes (21,6%) se inclina por la convivencia sin boda y uno de cada tres bebés nace fuera del matrimonio.
¿Por qué no casarse?
«Es la pregunta del millón. A falta de estudios, la respuesta solo puede ser tentativa», responde la socióloga Marta Domínguez Folgeras.
«Hay gente que cree que el matrimonio está pasado de moda, o que ya no tiene tantas ventajas gracias a las leyes que van igualando los derechos de convivientes y casados, o que es más fácil deshacer una pareja si no hay boda», enumera esta profesora de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona).
«Un sustrato ideológico de libertad y la mayor autonomía femenina también están detrás del fenómeno», añade.
Elementos que se suman en una fórmula en boga y «con perfiles menos marcados», concreta Domínguez, autora del estudio 1995-2006. Diez años de cambios en las parejas españolas (CIS, 2011). A tenor de su investigación, algo más de seis de cada 10 mujeres menores de 30 años que conviven o lo han hecho formaron la primera unión sin casarse (los datos proceden de encuestas de fecundidad, en las que solo se pregunta a féminas). En 1995 eran algo más del 20% y esa fórmula se ceñía sobre todo a las mujeres de nivel educativo alto y, en general, con trabajo remunerado. Esas dos características ya no pesan, pero sí otras: la convivencia sin boda es más frecuente en el mundo urbano, entre quienes han vivido algún tiempo fuera de la casa paterna y entre los hijos de divorciados. La edad también es relevante: a mayor juventud, mayor convivencia de hecho.
«Uno de los factores que empujan a los jóvenes a optar por la convivencia es que consideran que su forma de vida es un asunto privado que no compete a nadie», tercia Luis Ayuso, profesor de sociología en la Universidad de Málaga. Uno de cada cuatro que convive o piensa hacerlo considera que la boda «es pura apariencia social», añade este experto que ha trabajado en los informes Jóvenes Españoles de la Fundación Santa María.
La apuesta por la convivencia gana terreno pese a que la fórmula se topa con mayores inconvenientes que los matrimonios. Entre ellos, cierta inseguridad jurídica. A falta de una ley estatal que regule las uniones de hecho, las comunidades autónomas han legislado, pero no todas ni de la misma manera. De las 17, 13 han aprobado leyes distintas -alguna muy completa, como la catalana, pionera en 1998-. Cuatro carecen de norma, aunque tres de ellas, junto con Ceuta y Melilla, sí han creado registros de parejas. Se trata de Castilla-La Mancha, Castilla y León y La Rioja. La Comunidad Autónoma de Murcia es la única en la que, amén de no haber ley, tampoco hay registro autonómico. En normas estatales, como la que regula la pensión de viudedad, se recoge cierta equiparación de derechos entre casados y convivientes, pero por lo general a los últimos se les exigen más requisitos, aunque su unión conste oficialmente en un registro. Y eso ese paso no se da siempre.
«Hay muchas uniones que no quieren tener papeles, y asumen los inconvenientes de no registrarse», explica Ayuso. Prima el afán de libertad, la convivencia sin ataduras. «No lo veo tan raro. Dar el paso de registrarse tiene cierto componente ritual y entraña compromiso. Es como un matrimonio de segunda clase. Por eso, muchos prefieren casarse antes que registrarse», apunta Meil, autor de Las uniones de hecho en España (CIS, 2003).
«Tras hacer encuestas y trabajos cualitativos con jóvenes sobre los motivos para casarse», explica este experto, «he llegado a la conclusión de que la gente, además de valorar las ventajas legales que ofrece el matrimonio, que normalmente desconoce, tiene la percepción de que el rito matrimonial da seguridad». La boda es «un acto formal sacralizado, aunque sea ante un juez», prosigue Meil. «Es algo que hay que organizar, que se realiza ante una persona que representa a la autoridad y ante testigos. Los invitados son el círculo de personas relevantes para los contrayentes y cuya opinión les importa».
La boda equivale a mayor seguridad y compromiso aunque ya pueda disolverse tres, meses después de contraerla. «La idea asentada es que el matrimonio dura para toda la vida, salvo que se rompa. En cambio, la pareja de hecho dura mientras dura», recapitula Meil. Es decir, la convivencia sin papeles tiene un matiz transitorio, mientras el matrimonio carece de «connotación temporal».
Con todo, los matrimonios caen -su número desciende desde 2005 y los civiles superan ya a los religiosos-. La aprobación de las bodas entre personas homosexuales ha contribuido ligeramente a aumentar la cuenta de los civiles. Se han celebrado 18.634 hasta 2010.
Entre otros, el de Toni Poveda, presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB).
«Para nosotros, el matrimonio no solo supone derechos, sino también dignidad, igualdad legal. Tiene mucho de militancia». Pero también hay parejas homosexuales que optan por la convivencia sin papeles. «Quieren tener menos deberes, aunque eso les genere menos derechos. Está el afán de libertad y el hecho de que el matrimonio se ha considerado durante mucho tiempo una institución arcaica», afirma Poveda.
No hay datos para saber si el descenso de los matrimonios guarda relación con un incremento de las parejas o si es otra consecuencia más de la crisis económica y que retrasaría la creación de nuevos hogares al margen del estado civil de sus protagonistas, sostiene Meil. «Lanzarse a convivir está condicionado por la seguridad en el empleo, por tener dinero para un piso…».
De lo que sí está convencido este catedrático es de que la pareja de hecho se plantea con frecuencia como un «matrimonio a prueba», un paso previo para acabar en el juzgado o la iglesia, señala el catedrático de la Autónoma. La procreación sigue empujando a los españoles casarse, aunque sea cuando los hijos ya han nacido, añade. Pero esa pauta general de casarse para tener hijos o al tenerlos también se quiebra, según el investigador Daniel Devolder, del Instituto de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona.
En la encuesta de demografía de Cataluña de 2007, ha observado un cambio que considera extrapolable a toda España: antes las parejas tendían a casarse cuando se decidían a ser padres, ahora se lanzan en mayor medida a tener hijos sin pasar por el templo o el altar. La Constitución y el Código Civil establecen la igualdad entre los hijos, nazcan dentro o fuera del matrimonio. Estos últimos han ido en aumento: ya son el 34,5% de los recién nacidos.
Con hijos o sin ellos, ¿qué inclina la balanza para decidir el tipo de boda? Las creencias religiosas, en primer lugar, según la investigación de Ayuso. La fe empuja a la Iglesia, y su ausencia, al Ayuntamiento o el juzgado. La tradición familiar influye ante los enlaces religiosos. La tolerancia social y la secularización también pesan en los platillos.
Pese al auge de la convivencia, la mayoría de los jóvenes piensa en casarse, según los datos de este profesor de la Universidad de Málaga. El matrimonio es la expectativa mayoritaria para las personas de 15 a 24 años: «El 39,5% preferiría casarse por la Iglesia, el 16,8% por lo civil; el 12,7% haría una pareja sin papeles, el 8,9%, con papeles». El 3,1% apuesta por no convivir de ninguna forma y el 19% no sabe o no contesta. Si se cumplen esos propósitos, el matrimonio seguirá gozando de una salud relativamente buena.
«Antes la pareja estaba formada por un hombre y una mujer con un proyecto común, que se casaban para tener hijos y ayudarse mutuamente. Ahora la pareja no tiene por qué estar formada por hombre y mujer, ni tiene por qué casarse ni tener hijos. Ni siquiera tienen que vivir juntos», reflexiona Luis Ayuso.
«El matrimonio ya no es una unidad, sino dos personas», prosigue. Y la pareja de hecho, también.
Derechos y trabas
– Aunque las leyes han avanzado en la equiparación de derechos con los matrimonios, a las parejas de hecho se les suelen exigir unos tiempos de convivencia mínimos que no rigen para los casados.
– La Seguridad Social dispone de la regulación más concreta sobre parejas de hecho a nivel estatal. Es la que afecta a la pensión de viudedad. Para percibirla, la pareja superviviente debe demostrar al menos cinco años de convivencia ininterrumpida en el lustro anterior al fallecimiento. Para quien se hubiera casado basta un año de matrimonio.
– Para que un miembro de una pareja tenga derecho a la asistencia sanitaria derivada de la cartilla del otro es preciso acreditar un año de convivencia continuada. Para los casados es un derecho automático.
– El derecho civil general reconoce menores derechos a las parejas que a los matrimonios ante las herencias. De no haber testamento, el viudo de hecho carece de derecho a herencia. En los matrimonios, el miembro superviviente siempre tiene derechos.
– La Ley de Arrendamientos Urbanos establece que, en caso de fallecimiento, el cónyuge del inquilino tiene derecho a la prórroga del contrato de la vivienda. En cambio, la pareja debe debe llevar al menos dos años de convivencia. Sin embargo, este requisito no rige si existen hijos en común.