Un emergente movimiento estudiantil
Axel Didriksson
(Proceso).-
Quienes están a cargo de los grandes asuntos que definen el resquebrajado modelo de desarrollo que tenemos afirman de forma contundente que en México están bajo control los nubarrones financieros y especulativos que cimbran a los otrora países de alto desarrollo, los desastres políticos que se padecen y los nunca antes vistos niveles de violencia y barbarie que se resienten hasta en territorios de gran cohesión social como Noruega, Suecia, Islandia o Suiza.
Así dicen, pero sin duda no están preparados para enfrentar un eventual estallido social de jóvenes como los que se han venido sucediendo en Túnez, Yemen, Azerbaiyán, Tailandia, Grecia, Japón e Indonesia, o en otros países más cercanos en circunstancias, como Puerto Rico, España, Chile y Reino Unido. El trasfondo de estas manifestaciones juveniles es el impacto del modelo neoliberal que ha determinado un aumento de las colegiaturas, adquisición de deudas estudiantiles por el simple ejercicio del derecho a aprender, y un futuro laboral incierto.
Se trata de un movimiento estudiantil distinto y a la vez muy parecido al de 1968, pues éste comenzó con demandas educativas y sociales a las que se fueron agregando exigencias de transformaciones políticas y económicas inéditas, aunque no supiera (como ocurre ahora) hacia dónde iba, o la magnitud de las repercusiones que alcanzaría en el mediano plazo.
Para la irrupción de un nuevo movimiento estudiantil, el gobierno de México no está preparado. Y al parecer hasta lo fomenta porque sigue los mismos patrones causales que se están presentando en otras latitudes. Los ejemplos de Chile y Puerto Rico son emblemáticos, ya que después de las reformas en el sistema de créditos (www.sct.chile.cl) que se generó desde la Constitución de la República durante la dictadura de Pinochet, y luego de una elevación estratosférica de las matrículas estudiantiles en ambos casos, los costos de la educación media y superior han diluido en la práctica el beneficio de un derecho social y público fundamental, y han mercantilizado a las instituciones públicas de forma salvaje. No se ha podido demostrar que estas medidas hayan incidido en la calidad de los estudios (simplemente porque la calidad de lo que se aprende no depende de lo que se paga), pero sí han elevado los niveles de iniquidad y desigualdad de la oferta y la demanda educativas.
Lo mismo está pasando en México. El gobierno del PAN ha hecho hasta lo imposible por corporativizar los asuntos educativos y hacerlos un prominente negocio para sus burócratas y líderes sindicales; ha eliminado segmentos de la currícula que son fundamentales para adquirir conciencia y capacidad crítica (como la filosofía), tratando de imponer un modelo de estándares y competencias para formar a los estudiantes como buenos operadores de cosas y productos; y ha procurado elevar los costos de las matrículas, favorecer la educación privada “patito” y mercantil, y seguir los lineamientos que hoy están seriamente cuestionados por los estudiantes de distintas partes del mundo. Se ha esmerado en todo ello. La divisa educativa del gobierno del PAN es la misma que la del presidente de Chile: nada es gratis, y la educación menos.
La respuesta del emergente movimiento estudiantil es en defensa del carácter público, gratuito y laico de la educación, y está presente en todas las demostraciones que se suceden día a día a nivel global. Los estudiantes piden, como antaño, lo imposible, pero están escalando en sus demandas, y van desde el derecho a la educación hasta la conformación de un nuevo tipo de Estado, y desde la defensa de sus calles y plazas para manifestarse libremente hasta la organización de un nuevo mundo en el que se pueda vivir sin tener que dar la vida para que unos cuantos se beneficien de su esfuerzo.
El gobierno mexicano no está preparado para este tipo de acontecimientos que se viven en otras partes. Si llegara a irrumpir un movimiento estudiantil de estas características, que comenzara demandando el respeto y la vigencia del derecho a la educación y que siguiera (en el curso de unos meses) con la exigencia de una sociedad en donde se pueda vivir sin miedo y sin que el Estado se vuelva parte del terror cotidiano, a menudo por encima de cualquier maleante, diríamos adiós al viejo régimen, que no se quiere ir…