Díaz Mirón, hombre montaña, amante de tempestades
Nada más triste que un titán que llora,
Hombre-montaña encadenado a un lirio,
Que gime fuerte, que pujante implora:
Víctima propia en su fatal martirio.
Ruben Dario, a un Poeta. Azul
A 85 años de la muerte física de Salvador Díaz Mirón, nos encontramos con que su obra sigue viva. Son pocos los osados que se atreven a escribir o difundir sobre él, lo que nos lleva a la conclusión de que el bardo veracruzano sigue imponiendo respeto, aún después de la muerte, los que nos aventuramos tememos despertar su ira.
Desde José Manuel Benitez, Ángel Escudero, José Emilio Pacheco y actualmente Manuel Sol, el respeto a la obra, a la vida, a la persona está presente.
De hecho, “El Lisiado Trágico”, obra de Benítez, ha permanecido en las manos de unos pocos, tengo entendido que existen menos de diez ejemplares de la edición de los años 30 del siglo pasado.
Hombre, genio, iracundo, acaso neurótico, Díaz Mirón se me presenta como ese Titán que gime, Hombre-montaña encadenado a un lirio, que bien describió Rubén Darío.
Díaz Mirón es ante todo un artista inmortal, en cuya mitad terrenal descansan todas las culpas y defectos, y en la otra se eleva el profeta, el místico.
El haberme desempeñado como Director de la Casa Museo, que lleva su nombre, bien pudo haber pasado como un cargo público más en mi carrera, es decir “sin pena ni gloria”, sin embargo, el que el inmueble fuera su hogar, donde falleciera hace 85 años, me permitió estar en constante permanencia son su esencia, no solo su obra fluyó, sino también su carácter, tocar las paredes y algunas pertenencias, te permite verlo, sentirlo y comprenderlo.
No soy experto en literatura, sólo he escrito tres novelas, sin tomar cursos, ni terapias, acepto que soy versador libre, dejo a los expertos que nos narren y expliquen sobre medidas y cantidades, yo me permito escribir este artículo para externar sentimientos, que no puedo justificar con una regla, me siento agradecido porque como él, no me limito el mundo físico, no hice cálculos ni llegue a conclusiones asombrosas, no descubrí nada nuevo, me limite a ser guardián de sus cosas, de su casa y a trasmitir a propios y extraños, lo que yo siento del hombre-montaña.
Quien quiera conocer a Díaz Mirón, no sólo deberá leer su obra, tendrá que visitar su casa, sentir la humedad tropical de sus paredes, asomarse al balcón y ver el pasado, entonces, si, y sólo así comprenderán porque él no ha muerto.
@miguel_salvador