El otro despojo; cielo abierto, infierno cerrado
Armando Bartra
Arriba la minería a cielo abierto amenaza espacios que son vitales para las comunidades y violenta a la naturaleza. Pero también hay minería subterránea y lo de abajo es la muerte en vida.
Bien por la denuncia de la “desposesión” y del pernicioso “extractivismo”. Pero no estaría de más recuperar las aproximaciones canónicas al drama minero, aquellas que denuncian la explotación y el genocidio laboral. Porque si en la superficie hay despojo y ecocidio, los socavones son el infierno bajo la tierra.
Jesús trabajaba como “ganchero” en una mina vertical de carbón, el Pocito 3 de BIMSA, que el 13 de mayo de 2011 explotó matando a 14 trabajadores. Él salvó la vida pero tuvieron que amputarle un brazo. Jesús tenía 14 años y es uno de los muchos niños carboneros de Coahuila, pues se estima que una de cada cinco minas contrata menores de edad. Y es que los niños son bajitos y se mueven con más facilidad en los “desarrollos” horizontales, donde la altura es de sólo metro y medio. Además son baratos.
La región carbonífera de Coahuila abarca 22 mil kilómetros cuadrados donde viven más de medio millón de habitantes, de los que 50 mil trabajan en la minería. De ahí proviene toda la producción nacional de carbón, unos 11.5 millones de toneladas anuales con valor de casi seis mil millones de pesos. El total de los salarios pagados es de alrededor de 600 mil pesos, y en la rústica minería carbonera el trabajo es con mucho la mayor inversión, El negocio del carbón deja así utilidades anuales de unos cinco mil millones con una tasa de ganancia del orden de mil por ciento, donde se suman la renta y la sobreexplotación laboral. ¡Eso es acumulación por despojo y no chingaderas!
Arriba los pueblos son despojados de sus tierras, abajo los carboneros son despojados de sus vidas. Si lo de arriba es ecocidio, lo de abajo es genocidio. Los pocitos donde trabaja la mayoría son tiros verticales de hasta cien metros de profundidad y 1.50 de diámetro. Las instalaciones se reducen a un tambo de 90 centímetros de diámetro y un malacate que se mueve accionado por un motor de coche. Por ahí entran los mineros y por ahí sale el carbón. En el fondo hay túneles horizontales en los que hay que moverse agachado porque sólo tienen un metro y medio de altura. La jornada laboral es de ocho o diez horas y para subsistir no se puede trabajar menos pues el salario es a destaajo y se paga entre 55 y 70 pesos la tonelada.
Los pocitos no tienen salida de escape y los de abajo sólo pueden regresar a la superficie si el que está afuera acciona el malacate, el motor funciona y el cable no se rompe; no hay medidores de gas metano ni análisis de incombustibilidad, de modo que seguido se producen explosiones; no trabajan con planos, y si encuentran una mina abandonada llena de agua, el pocito se inunda y los carboneros se ahogan. Las empresas no hacen análisis médicos, no tienen baños ni comedores, no pagan aguinaldos ni vacaciones, no permiten la existencia de sindicatos y en algunos casos hay personas armadas que impiden a los extraños acercarse…
En Coahuila hay unos 300 pocitos en operación, la mayoría ilegales y que nunca son inspeccionados ni por la Secretaría del Trabajo, ni por la de Economía, ni por la de Medio Ambiente, ni por el Seguro Social. En los socavones y minas mueren, en promedio, dos mineros cada mes, aparte de los que resultan heridos y los que caen enfermos. Desde 2006, en que 65 trabajadores quedaron enterrados en Pasta de Conchos, han muerto 132 carboneros: 14 por explosión en el Pocito 3 de BIMSA, 13 ahogados en el Pocito la Espuelita, cuatro en dos desprendimientos de carbón ocurridos en la Mina Lulú, y así.
Desde la Segunda Guerra Mundial este tipo de minería se abandonó por peligrosa. En México se sigue practicando con la complicidad de gobierno, pues de los pocitos obtiene la Comisión Federal de Electricidad la mayor parte del carbón que emplea en las termoeléctricas. Cuando enciendas la luz piensa en la destrucción que ocasionan presas hidroeléctricas y gasoductos, pero no te olvides de los niños carboneros.