Texto de La Academia Mexicana de la Historia
FRANCISCO DE LA MAZA
1913-1972
Francisco de la Maza y de la Cuadra nació en la ciu
dad de San Luis
Potosí, en el seno de una familia que por generacio
nes había estado
asentada en Real de Catorce. Después de sus estudio
s infantiles en su
ciudad natal cursó brevemente en la ciudad de Puebl
a, antes de llegar a
México, que sería -con muy numerosos cambios de dom
icilio- su ciudad
adoptiva hasta su muerte.
Inició la carrera de derecho en la Universidad Naci
onal Autónoma de
México, que abandonaría pronto, y simultáneamente l
a de historia en la Fa-
cultad de Filosofía y Letras de la misma Universida
d. Su interés por el arte,
especialmente por el mexicano de la época novohispa
na, pero no sólo, hizo
que se relacionara
pronto con Justino Fernández -nueve años su mayor-
que
sería su amigo de toda la vida, y con Manuel Toussa
int, entonces profesor
en la Facultad en la cátedra de Arte Colonial que é
l había fundado, de quien
sería el discípulo más cercano y el más directo con
tinuador, si bien De la
Maza tuvo frente a don Manuel una manera personal y
propia de acercarse
a la historia del arte
Francisco De la Maza substituyó a Toussaint cuando
éste se retiró, y
sería titular
de la cátedra hasta que la salud se lo impidió, en
1967, cuando
lo siguió Jorge Alberto Manrique. Su tesis de maest
ría fue San
Miguel
Allende,
después libro que prologaría el propio Toussaint. F
ue él mismo
quien lo llevó al Instituto de Investigaciones Esté
ticas, que había fundado
en 1935, y que sería su lugar de estar académico ha
sta la muerte.
De Toussaint heredaría De la Maza las tres líneas f
undamentales de su
labor: la del estudioso, la del maestro, y la del d
efensor del patrimonio
artístico e histórico. En la cátedra y en la confer
encia fue excelente: con
una magnífica voz, una envidiable capacidad de expo
sición y un sentido
teatral de la exposición, pero sobre todo con una c
apacidad de comunicar
sentimentalmente su pensamiento, atraía multitudes;
fue así una especie de
caja de resonancia para transmitir el interés por e
l arte mexicano y, más
aún, formó una legión de discípulos que lo admiraro
n y se entregaron a
seguir su tarea. Cuando Toussaint prologó Las capil
las posas de Raúl
Flores Guerrero -discípulo dilecto de De la Maza- h
ablaba de su «discípulo
nieto»; ahora andaremos por la quinta generación de
spués de don
Francisco, que fue quien aseguró esa continuidad de
la disciplina.
Maestro lo fue don Francisco en la Universidad, en
la Escuela Nacional
de Antropología e Historia y en otras instituciones
; lo fue en las abundantes
conferencias que dictaba (decía él que la conferenc
ia era la mayor
obligación y el mayor gusto de un historiador) y en
la conversación con
discípulos y amigos, que propiciaba siempre y en do
nde siempre sus
interlocutores encontraban enseñanzas, maneras de a
cercarse a los
fenómenos artísticos y sentido humano.
De Toussaint aprendió que un historiador del arte d
ebe preocuparse por
la preservación de la materia que estudia y que si
la historia del arte tiene
un sentido, éste es su capacidad de hacer asequible
a muchos los valores
que otros hombres en otros tiempos construyeron, y
que nos constituyen. Si
Toussaint fue el primer gran defensor del patrimoni
o artístico, sin duda De
la Maza fue más lejos en la batalla por conservar e
se legado. Polemista
formidable, afiló su pluma en el esfuerzo de detene
r el deterioro de nuestro
patrimonio: batallas perdió y batallas ganó, y dejó
un expediente brillante
que -de alguna manera- ayuda a seguir dando batalla
s; formó muchos dis-
cípulos en la tarea del resguardo de los bienes que
nos definen, nos
constituyen y que tenemos obligación de transmitir
en el mejor estado
posible a las generaciones que nos sucedan.
Los libros y los estudios de De la Maza se sucedier
on con frecuencia
impresionante, referentes a los más variados temas.
Así, las
Piras funera-
rias, El palacio de la Inquisición, La ciudad de Ch
olula y sus Iglesias, San
Luis Potosí.
Y artículos en revistas especializadas, muchos de e
llos en los
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas
.
La mayoría se refieren al
arte de la Nueva España, y algunos son ahora clásic
os por la novedad de su
planteamiento, como “La decoración simbólica de la
capilla del Rosario en
Puebla” pero el interés de De la Maza desbordaba es
e ámbito. Se interesó
por temas como el relieve de la
Lucha de centauros y lapitas
,
de Miguel
Ángel, dedicó mucho tiempo y esfuerzos para escribi
r su ejemplar libro so-
bre
Antinoo
y su estela en el arte; fue el primero en tocar cie
rtos temas, co-
mo el del
art-nouveau
en México, o el de
Lo cursi.
Otros asuntos atrajeron su atención desbordada. Así
, se ocupó de
cuestiones históricas como
Catalina de San Juan, la china poblana, o
bien
literarias como su pequeño trabajo sobre Carlos de
Sigüenza y G6ngora y
Sor Juana. No es sorprendente, dado su abanico abie
rto de intereses, que se
ocupara en la novela amorosa alejandrina.
Entre todos sus diversos amores, Sor Juana Inés de
la Cruz tuvo un
sitio especial. Es una coincidencia significativa q
ue su último libro, entre-
gado por 61 para su publicación al Instituto de Inv
estigaciones Estéticas
pero aparecido varios años después de su muerte (co
n revisión y estudio de
Elías Trabulse) sea
Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia
,
que recoge,
comentados, los elogios, críticas, comentarios sobr
e la monja durante dos
siglos.
Francisco De la Maza fue profesor de la Facultad de
Filosofía y Letras,
en la Escuela de Cursos Temporales y en la Escuela
de Antropología e
Historia. Fue miembro de número de la Academia Mexi
cana de la Historia,
fue correspondiente de la Academia de Bellas Artes
de San Fernando de
Madrid, entre otras instituciones.
Su obra, donde la historia del arte se relaciona si
empre con el resto de
los fenómenos históricos y culturales, sigue siendo
una piedra de toque en
esa disciplina. El país que mal que bien conservamo
s se debe, en parte, a su
formidable tarea como defensor del patrimonio artís
tico que es de todos.
Jorge Alberto Manrique