El Papa clama en Lampedusa contra “la globalización de la indiferencia”
Francisco: «¿Quién de nosotros ha llorado por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos sobre las barcas? Estamos anestesiados ante el dolor de los demás».
Miles de inmigrantes africanos y asiáticos irregulares llegan a la isla italiana todos los años
La muerte desembarca en Lampedusa
Pablo Ordaz
Una corona de flores arrojada el mar de los naufragios. Una misa de penitencia sobre los restos de una patera. Unas palabras de perdón frente a algunos de los inmigrantes africanos -en su mayoría menores de edad- que desde hace años llegan o se ahogan frente a la pequeña isla de Lampedusa, situada a 205 kilómetros de Sicilia y a solo 113 de las costas de África. El papa Francisco ha querido que su primer viaje oficial fuera del Vaticano sea coherente con sus palabras y ha viajado a «la periferia», a la intersección dramática entre quienes tienen de todo -los turistas que llegan a la preciosa isla del Mediterráneo para pasar sus vacaciones- y quienes se echan al mar apostando lo único que tienen, su vida: «La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia».
En una breve pero contundente homilía, el papa Francisco se ha preguntado hasta qué punto los dramas de la inmigración le afectan a «una sociedad anestesiada», acostumbrada al sufrimiento de los demás: «¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto». Y, por eso, ha terminado el sermón pidiendo perdón a Dios: «Te pedimos por tanta indiferencia hacia los demás, por quien se ha acomodado, por quien se ha encerrado en el propio bienestar. Te pedimos ayuda para llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en todos aquellos que desde el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren la vía a dramas como estos».
Desde hace años, las autoridades civiles y religiosas de Lampedusa reclaman atención sobre un drama que, de tan repetido, ya apenas merece unas líneas en los periódicos o unos minutos en la televisión. Solo cuando la situación es explosiva -aquellas noches de julio de 2011 donde miles de africanos desembarcaron en la isla- retorna la mirada hacia las cifras de espanto. Se calcula que desde 1990 han perdido la vida 8.000 personas en el Canal de Sicilia. De ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo con el conflicto de Libia. Ante la falta de reacción de las autoridades italianas y europeas, la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, envió el pasado mes de febrero una carta a la Unión Europea (UE) en la que se preguntaba: «¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?»
Desde el pasado mes de mayo, contaba la alcaldesa, «ya me han entregado 21 cadáveres de personas que se ahogaron intentando llegar a Lampedusa. Es algo insoportable para mí y un enorme peso de dolor para la isla. El ayuntamiento no tiene más espacio para enterrarles. No logro entender cómo esta tragedia puede seguir siendo considerada algo normal». En parecidos términos se dirigió el párroco de Lampedusa, Stefano Nastasi, a Jorge Mario Bergoglio en cuanto fue elegido Papa, invitándolo a viajar a la isla, de apenas 5.000 habitantes, para que conociera de cerca el drama.
Francisco, que solo permanecerá tres horas en la isla, ha querido que su viaje sea lo más austero posible, sin caravanas de autoridades ni despliegues de seguridad. La llegada de Francisco ha coincidido con la de una barcaza con otros 166 inmigrantes.