Atractivos del pentecostalismo
Carlos Martínez García
De las distintas expresiones del cristianismo el pentecostalismo es la que más crece. En las últimas décadas los pentecostales se han multiplicado por todo el mundo, hasta llegar a ser la mayoría dentro del abanico protestante/evangélico. En el espacio del catolicismo romano los carismáticos son su parte más dinámica, y tienen cierto paralelismo con los pentecostales.
Siempre hubo manifestaciones pentecostales en la historia de las iglesias cristianas. Estas expresiones extáticas acompañadas de hablar en lenguas desconocidas por el emisor(a), pero reconocidas por algunos de los oyentes como su idioma (caso narrado en el Nuevo Testamento, en Hechos, capítulo 2) tuvieron sus altibajos en el seno del cristianismo, pero nunca fueron extirpadas del todo, como lo intentaron distintos liderazgos eclesiásticos.
A lo largo del siglo XIX, sobre todo en Estados Unidos aunque no exclusivamente, las manifestaciones pentecostales (un creciente y desatado emocionalismo) tienen lugar en diversos lugares donde se reunían promotores y congregantes de los llamados avivamientos. No fueron pocas las ocasiones en las cuales los dirigentes eclesiásticos protestantes, y la gran mayoría de los teólogos del mainstream evangélico descalificaron ese emocionalismo y lo consideraron contrario a la sana doctrina y el decoro que debía guardarse en los templos.
La remergencia del pentecostalismo y su inicial globalización acontecen en los márgenes de la sociedad estadunidense. En 1906, en Los Ángeles, California, bajo el liderazgo de un pastor afroestadunidense (William J. Seymour), un grupo multirracial, en el que participaron mexicanos, llama la atención de la prensa por el desbordado entusiasmo de sus reuniones y hace del conocimiento de los lectores lo que estaba sucediendo en un desvencijado local de la calle Azusa número 312. Además el propio grupo difunde en su órgano informativo ( The Apostolic Faith) de manera muy eficaz sus creencias y visión misionera.
Actualmente, sostienen Allan Anderson y Michael Bergunder, de los mayores expertos mundiales en el pentecostalismo, hay unos 500 millones de pentecostales en el orbe. En el libro compilado por Anderson y Bergunder junto con otros dos autores ( Studying global pentecostalism: theories and methods, University of California Press, 2010), los investigadores sostienen que el «pentecostalismo ha reconfigurado el rostro del cristianismo, también ha desarrollado un rico y variado repertorio de doctrinas, rituales, estrategias y organizaciones que hace difícil la generalización del fenómeno».
El pentecostalismo es complejo y muy variado. No obstante, resalto tres notas del mismo que me parece lo hacen atractivo a millones de personas. En primer lugar ofrece una permanente experiencia emocional, que lo mismo se expresa en grandes reuniones, a las que asisten millares de personas, que dentro de reuniones en pequeños templos y hogares de los congregantes. En el pentecostalismo se canta y danza intensamente, así llena en sus integrantes un déficit de éxtasis. Dicho déficit es resultado de una vida de penurias emocionales. Mientras la existencia cotidiana deja un cúmulo de tristezas insoportables, en las comunidades pentecostales se transmite inmensa alegría. No elogio ni desapruebo que así suceda, solamente describo algo de lo observado en mis propias investigaciones.
El pentecostalismo también provee un sentido de bienvenida y comunidad a quienes han sido rechazados y/o marginados por los poderes político, económico, racial y cultural de la sociedad. El ser reconocido y valorado tiene fuerte impacto en los «desheredados de la tierra». El reconocimiento implica una redignificación de quienes mayormente han encontrado ninguneo por todas partes. El peruano Darío López, científico social y pastor pentecostal, lo ha expresado bien al escribir que en iglesias como la suya (situada en un barrio popular de Lima) los feligreses dejan de ser «cualquierita» y pasan a ser personas con nombre y cualidades reconocidas por la comunidad ( Pentecostalismo y transformación social, Kairós Ediciones, 2000).
El pentecostalismo ha sido una puerta de salida para infinidad de personas con adicciones a las drogas y/o las bebidas embriagantes. En las narraciones de conversiones resulta común encontrar relatos de quienes se libraron de las drogas o el alcohol mediante su incorporación a una iglesia de corte pentecostal. Esa liberación no es siempre lineal y ascendente. En ocasiones implica tropiezos y recaídas muy dolorosas. Entre los recuperados y recuperadas de adicciones como las mencionadas han salido líderes, hombres y mujeres, que son pastores y encabezan grupos orientados a comunicar su experiencia entre la población con problemas de drogodependencia.
Las tres notas distintivas que hemos descrito por supuesto que no son las únicas que hacen atractivo al pentecostalismo para los miles que diariamente se suman a sus filas globalmente. Hay otras características no referidas aquí porque requerirían mayor espacio del que disponemos, por ejemplo su adaptabilidad a muy distintos contextos culturales (hecho al que Allan Anderson y otros han dedicado documentadas investigaciones).
Nos guste o no, el pentecostalismo sigue cautivando a hombres y mujeres que hallan respuestas a sus necesidades en ese movimiento. Más que descalificar los elementos que le hacen atractivo por considerarlo peligroso para el statu quo religioso predominante, como desde distintas ópticas se afirma, me parece que es más necesario tratar de entender el fenómeno y las formas en que responden al mismo un creciente número de personas.