La pobreza detrás de la canasta de un pequeño vendedor de dulces
La historia de un niño indígena humillado en México por un funcionario público exhibe la situación de tres millones de infantes que trabajan en el país
Sonia Corona
Un niño indígena que llora inconsolablemente mientras un funcionario público le obliga a tirar de una canasta los dulces que vendía, es la imagen que ha indignado a miles de personas en México por el trato que recibió el menor por parte de las autoridades. Sin embargo, no ha sido igual el repudio a las condiciones de pobreza que mantienen al pequeño y a tres millones de niños en México trabajando en las calles del país.
Feliciano Díaz, de 10 años de edad, vendía dulces y cigarros en el centro de Villahermosa (Estado mexicano de Tabasco, al sureste del país) para pagar los útiles escolares del ciclo escolar que comienza en septiembre. Llegó a la ciudad a principios de julio procedente de Juan Chamula, en el vecino Estado de Chiapas, una comunidad perteneciente a la etnia tzotzil y donde las condiciones de alta pobreza obligan a sus habitantes a emigrar para trabajar. El niño salió por primera vez del pueblo acompañado de su abuela para visitar a su tía Gloria, una vendedora ambulante, que le ayudó a montar la canasta para llevar los dulces para vender.
El martes, Feliciano caminaba por las calles de Villhermosa con su canasta cuando Juan Diego López Jiménez, un funcionario del Ayuntamiento encargado de supervisar el comercio, lo detuvo y le pidió que tirara todos los dulces al suelo y le entregara tres cajetillas de cigarros que también ofrecía a la venta. El niño lloraba y se deshacía de la mercancía a regañadientes del funcionario mientras un transeúnte grababa con su teléfono móvil la escena que después circularía sin control por las redes sociales.
Los 36 segundos que dura el vídeo han sido suficientes para desatar durante varios días la indignación de miles de personas e iniciar un seguimiento mediático en la prensa nacional que poco habla sobre las condiciones del trabajo infantil en el país. Como el pequeño de diez años, en México unos tres millones de infantes, de entre 5 y 17 años, tienen que trabajar para cubrir algún gasto básico o para apoyar económicamente a sus familias, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (INEGI). También como él, una cuarta parte de estos menores trabajadores lo hacen para pagar gastos relacionados con la escuela y un 20,7% logra trabajar en el comercio, principalmente informal.
Las estadísticas en México señalan que el trabajo infantil ocurre, como en el caso de Feliciano, con mayor frecuencia en los estados del sur y centro del país. El INEGI reconoce que la niñez indígena en América Latina es dos o hasta tres veces más vulnerable al trabajo infantil que el resto de los menores en la región. “La tasa de participación de los indígenas de 10 a 14 años alcanza el 90% y la mayor parte son trabajadores no remunerados, dada la tradición sociocultural que obliga a la realización de trabajo comunitario y familiar”, señala el módulo de trabajo infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2011.
Como ha ocurrido en otros casos polémicos difundidos por Internet, donde han estado involucrados funcionarios públicos, la respuesta de las autoridades mexicanas ha sido consecuencia de las críticas ciudadanas. Juan Diego López Jiménez, el supervisor que humilló al chico ha sido cesado de su cargo y la Fiscalía de Tabasco ha abierto una investigación en la que lo acusa de abuso de autoridad y robo con violencia moral. Y Carmen Torres Díaz, una funcionaria municipal que acompañaba a López y observaba la escena sin objetar, ha sido acusada de omisión.
La miseria en la que Feliciano vive no la oculta esta historia, ni su madre Andrea Díaz, quien a través de conocidos se ha enterado del periplo de su hijo mayor. A pesar de que el vídeo ha aparecido en televisión, ella no lo ha visto porque no tienen un aparato en casa, donde cuida a sus otros tres hijos. Tampoco tiene recursos para ir por él a Villahermosa, y menos para comunicarse con el chico. Como casi la mitad de México -alrededor de unos 52 millones de personas- la familia del menor vive en la pobreza, además de que el padre emigró a Estados Unidos.
La historia de Feliciano, como los culebrones mexicanos, engaña con un desenlace feliz. El Gobernador de Tabasco, Arturo Núñez, ha anunciado que le dará una beca escolar para que no se preocupe por otra cosa que los estudios aunque el funcionario no ha explicado más detalles sobre esta ayuda. El niño ha sido asistido por las autoridades locales y ha declarado sobre el caso. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ha mostrado interés en analizar las condiciones en que fue tratado por el supervisor del Ayunatmiento. Pero poco más se sabe sobre su futuro, ya que inevitablemente tendrá que volver a Juan Chamula, su pueblo, o tal vez de nueva cuenta a las calles a vender dulces.