Ser viejo en México
Gonzalo Martínez Corbalá
Un juicio de 5 a 6 mil caracteres sobre la vida que lleva en México, escrita precisamenaae por uno de estos viejos, que ha vivido intensamente sus 85 años, hasta ayer domingo, que empezó a reflexionar sobre el tema, mientras se dirigía a su casa, no pudo anticipar que la hora de la comida no llegaría tan pronto, pues algún malestar estomacal no lo permitió, y después debió atender otros trabajos de índole periodística que lo obligaron a desechar la idea de dormir una siestecita para reponer fuerzas, y emplearlas la siguiente semana, que se acercaba ya amenazadoramente, para entonces.
Y decir o calificar de amenazadores a los siguientes días, por tener agendados ya algunos quehaceres, se dice pronto, pero hay que prepararse para cumplir con lo acordado semanas antes, en el Distrito Federal y fuera también, es algo que por una parte halaga y por la otra atemoriza. En estos días ni los jóvenes bien preparados y mejor dispuestos, ni tampoco todos los experimentados y llenos de ganas de continuar lo ya iniciado, con ganas de hacerlo y consciente de que el asunto no es tan sencillo, hay que coordinar unas, con otras de diferente índole, pero de igual valor. En suma, tenemos que asumir el estudio y la realización de todo ello simultáneamente, lo cual es bien difícil, ciertamente.
Los seres humanos que, por su edad y por lo mucho que, por lo menos ellos mismos, piensan que ya han hecho lo suficiente en calidad y cantidad, en favor de los intereses de la patria y de la familia, por lo menos, a veces piensan también que ya merecen una vida más descansada. Otros pensamos que no haremos lo suficiente si no seguimos la lucha por mejorar el hábitat.
Hasta que el pulso y la respiración hayan cesado de latir y de impulsar oxíigeno sin titubear. A cualquier edad, de principio o de final.
Continuar el estudio de la compleja problemática nacional, y luego también del planeta entero, es lo menos que uno a cualquier edad debe hacer. A veces faltan fuerzas, ¿o decisión y firmeza? Sea uno u otro, hay que hacerlo.
Por supuesto que, como de este embrollo ni se puede uno escapar ni tampoco decretar descansos sustantivos –porque los otros no tienen mayor importancia–, lo más sensato y atinado es hacerse el ánimo de seguir hacia adelante y sin retrocesos, pase lo que pase.
Los viejos tenemos que consentir más a los jóvenes y darles aliento para que no dejen de pedalear; hay que procurarles los elementos físicos y materiales en general, para que no dejen de hacerlo sin desánimo. Pero tampoco pretenciosamente. Los únicos lugares donde se puede descansar, es en las bibliotecas, en los talleres y en las universidades.
Los viejos ganarse todos los días y todos los instantes el cariño y el respeto de los demás. Por cierto que si los jóvenes, verdaderamente jóvenes, y los que ya van en tránsito para ser maduros y hasta viejones, supieran la gran satisfacción que produce en quien tiene ya que usar sin alternativa, el bastón o la silla de ruedas, el ofrecimiento espontáneo de ayuda para subir una escalera, o para abordar un avión, o un vehículo de trabajo, seguramente, lo harían con más frecuencia, y ellos estarían más satisfechos de su acción auxiliadora, no limosnera, sino de apoyo sincero sin duda, que sumado al personal de servicio que conoce lo que debe hacer, estaríamos todos, pero verdaderamente todos, haciendo valiosas aportaciones.
Lo que redundaría, indudablemente, en beneficio de la sociedad como un todo, que haría un mejor lugar para vivir, y un espacio más grande y más libre que a todos beneficiaría, puesto que nos permitiría una convivencia más productiva.
En una lucha como esta sería necesario reforzar los valores que de este modo nos conduciría, sin duda, a que no únicamente nos permitiera mayor confianza en nosotros mismos, y desterrar o por lo menos, dismminuir los peligros y las amenazas que hasta ahora están siempre presentes y generan tensiones, liberan los espacios de campo y urbanos, incomparablemente de tal manera que fuera posible dedicar más tiempo y más energía a transformar este planeta de tal modo que pudiéramos creer en nuestra capacidad creativa, al punto que fuera posible crear un planeta más hospitalario con sus habitantes y dar validez a las aspiraciones que ahora se están formando, en paz y en libertad.
Puede ser que haya mucha gente, constituida tanto por los niños como por los hombres maduros, que dedicara mayor esfuerzo a recrear un mundo en el que los viejos pudiéramos también, con mayor eficacia, aportar nuestra experiencia y nuestra capacidad para haber podido convivir hasta ahora, y puede ser también que los viejos pudiéramos también aportar esfuerzos de mayor valía para hacer más habitable un planeta que se anticipa poblado con 10 mil millones de seres humanos que pudieran convivir como tales.
Este planeta podría hacer de una mera utopía y podría también encontrar fórmulas para lograrlo en unas cuantas décadas, en la que niños, jóvenes y viejos, puedan convivir, en paz. Así únicamente llegaremos al final de este siglo, y empezaremos una convivencia realmente propia de seres humanos que sean capaces de ello, en un nuevo planeta que haga posible la vida a diez mil millones de habitantes.