El México en llamas de Elena Garro
El levantamiento, mural de Diego Rivera.
Por PATRICIA DE SOUZA*
Es fácil imaginar la escena: Elena Garro escribiendo en una pieza iluminada, Octavio Paz no muy lejos, presintiendo el movimiento agitado, la respiración intensa de ella, la esposa. Pero, más allá de la relación tortuosa con él, del amor secreto por Bioy Casares, visitado en sus Testimonios sobre Mariana, sus quejas, el mito de la histérica y loca (el estereotipo se hizo fácil, era impetuosa, brillante, impaciente), es extraño que novelas como Los recuerdos del porvenir (1963) no tengan la misma importancia quePedro Páramo o La muerte de Artemio Cruz, de Fuentes. Esta novela sucede durante la guerra de los Cristeros en México, entre 1926-1928, con una Isabel Moncada, Julia Andrade, Gregoria Juárez, y el General Francisco Rosas, héroe caído, todos personajes en el centro de la épica novelesca que la autora recrea con precisión, de un tempo limpio, impecable, casi un reloj. Muchas veces se ha pensado que el Ixtepec de Garro es como el Comala de Rulfo o el Macondo de García Márquez, que su obsesión por representar la epopeya azteca, por ejemplo, en el relatoLa culpa es de los Tlaxcaltecas, en el que México es el indio, el marido ideal, la borraron del mapa por atreverse a dar su propia versión de los hechos. Demasiado silencio sobre ella, infame, muchas opiniones encontradas, pocas veces escuché hablar de la autora antes de vivir en México y sentir, mientras la leía, que recorría con sus novelas ese latido terrible y desesperado de la historia de México, la caída de Tenochtitlan y los problemas para instalarse definitivamente en la modernidad. Todavía queda definir qué es la Modernidad. Al margen de esa búsqueda y del deber de memoria de algunas autoras mexicanas, volvería a decir que entre este libro sobre México y la vida de Elena Garro hubo simetría perfecta: ella es de alguna forma esta historia sorda, a veces fatalista y dramática de la historia de México, es su yo. En esa historia de humillaciones y traiciones (que ella encarna también como mujer), ella encuentra una justificación política (y una salida) a su proyecto como escritora para inscribirlo en la historia de su país. Aunque las mujeres de sus novelas están marcadas por “un color local”, lo que Garro busca es crear nuevos arquetipos, rescatar los rasgos menos consensuales de sus personajes, la carne hablante de la epopeya azteca, sobre todo, son lenguaje, el lenguaje de Garro que está cargado de intensidad, de pathos en el mejor sentido, mitos y referencias históricas. En el trazo general de la historia de una etapa de México, lo que Enrique Florescano llamaba “representar el alma nacional”, ella, impone personajes de experiencias límites y abismales, entre la noche y el día, de significados míticos y extraños rituales, danzas con atuendos típicos, dramas y desgarros de la guerra. Es testigo y es protesta. Así la mariposa que quiso gozar de algún placer, se lanza al fuego porque lo ve brillar y se da cuenta, tarde, que también puede quemar.
* Patricia de Souza es autora de la novela, El último cuerpo de Úrsula (reeditada por Excodra, 2013)