Por Jerusalén de la mano de Michael Ohayon
Ana Lorite Gómez
Jerusalen
Se ha cometido un crimen en pleno “sabath” en Jerusalén. La asesinada es la prestigiosa psicoanalista Eva Neindorf. Entra en escena un hombre alto, de aspecto juvenil, en torno a los cuarenta, “con unos ojos oscuros y penetrantes, situados sobre unos pómulos marcados y bajo unas cejas largas y espesas”… Es el superintendente de la Policía de Jerusalén Michael Ohayon. Este es el planteamiento de El asesinato del sábado por la mañana (Siruela, 1998), primera novela de la serie del inteligente inspector, escrita por la autora israelí Batya Gur (1947-2005) y que hoy protagoniza la entrega de Los detectives de nuestra vida.
Consulta la serie completa de los detectives que nos han acompañado durante el verano.
Poco a poco vamos conociendo a nuestro detective: de origen marroquí (llegó a Jerusalén con tres años), de familia humilde, es un hombre culto, doctorado en Historia Medieval, cuya trayectoria profesional en el mundo académico se vio truncada por un matrimonio fallido y el nacimiento de su hijo Yuval; está dotado de una paciencia, sensibilidad y poder de seducción ( “la niña de los ojos de todas las mujeres del Control” ) que lo convierten en un hombre tremendamente atractivo. Apreciado por sus compañeros Eli y Tzilla, Balilty, por su jefe Shorer, con los que les une un profundo afecto… Y Jerusalén como telón de fondo.
A través de las seis novelas de la serie –la prematura muerte de su autora, doctora en Literatura Hebrea por la Universidad de Jerusalén donde ejerció la docencia durante más de 20 años, nos privó de seguir disfrutando del detective y sus andanzas- vamos descubriendo Jesusalén, las paradojas y los conflictos de la sociedad israelí, las divisiones étnicas, sociales y religiosas, el racismo, las crisis ideológicas, los campos de refugiados palestinos … todo ello aderezado con grandes dosis de erudición, porque Batya Gur convierte a Ohayon en una especie de alter ego y a través de él, de sus ojos y sus oídos, y de su amplia cultura vamos descubriendo en cada caso el funcionamiento de mundos cerrados, con sus propias reglas, de sociedades aisladas, a veces inexpugnables.
Batya Gur, laica (como Ohayon), fumadora empedernida (como Ohayon), fue una mujer progresista y partidaria de la paz con los palestinos. En El asesinato del sábado por la mañana uno de los implicados es Alí, un palestino que vive en Dehaisha: “Ohayon se estremeció al pensar en las degradantes condiciones de aquel campo de refugiados, que estaba solo a media hora de Jerusalén”. Ohayon es un hombre moderno que no aspira a cambiar el mundo que le rodea pero sí a que sea más igualitario, más justo, más comprensible.
En su segunda novela, Un asesinato literario (Siruela, 1999), nuestro detective se sumerge en el mundo de las letras. El escenario en este caso son los ambientes literarios de Jerusalén- escenario que la autora conocía perfectamente. Hay quien dice incluso que los lectores intentaban adivinar en qué personajes de la sociedad israelí se inspiraba- donde el arte bien justifica el crimen.
En Asesinato en el kibbutz (Siruela, 2000), tercera de la serie, Ohayon nos introduce en un kibbutz, esa organización tan cerrada, tan tupida. Lentamente vamos descubriendo sus secretos, las contradicciones de su estilo de vida espartano y complejo, el modelo asambleario en declive, las complicadas estructuras familiares.
Un asesinato musical (Siruela, 2001), nos lleva al mundo de la música clásica donde la clave está en el descubrimiento de un antiguo réquiem barroco. Asesinato en el corazón de Jerusalén (Siruela, 2003) transcurre en un barrio de la ciudad, donde muere asesinado un ciudadano yemení. El microcosmos que describe en ese barrio bien podría condensar la realidad israelí.
Su última nóvela, Asesinato en directo (Siruela, 2007) tiene como escenario la televisión estatal israelí, con sus tensiones políticas, la corrupción, las divisiones étnicas, con un asesinato impune de prisioneros durante la guerra del Yom Kipur como telón de fondo y la “omertá”, el pacto de silencio que, protagonista en casi todos los casos, aquí es aún más evidente: “-No sé si podré callármelo -dijo Michael finalmente-. No sé cómo va a ser posible vivir con un secreto como éste. -¡Ya lo creo que va a ser posible! -le dijo Shorer, ahora con pena-. ¡Y de qué manera! No vas a decir una palabra -afirmó cada vez más apenado. Y tras un breve silencio añadió-: ¿No ves que estamos evolucionando? Cada vez somos capaces de callarnos más cosas.”
Mundos complejos, mundos cerrados, lejos de los bajos fondos, generalmente respetables, que se enfrentan al crimen, en muchos casos cometido por “uno de los nuestros”, donde los recelos, las susceptibilidades, las suspicacias llevan a los protagonistas a mirar a su alrededor en busca de un octavo pasajero, de ese Alien que se ha introducido subrepticiamente para desmoronarlo todo y echarlo a perder. (La metáfora no es mía, Batya Gur nos la pone en bandeja en la primera novela de la serie cuando Ohayon y su hijo van al cine a ver la película de Ridley Scott). Sin embargo, el superintendente consigue romper esos pactos de silencio con un profundo conocimiento del alma humana y su peculiar forma de saber escuchar y observar al que tiene y lo que tiene enfrente.
La destreza literaria de Batya Gur y sus interesantes tramas trascienden más allá del género y, de la mano de Ohayon, descubrimos un crisol de culturas, lenguas y etnias y una sociedad en conflicto, profundamente viva. Y sobre todo, y como una protagonista más, la maravillosa ciudad de Jerusalén.
Y, a medida que avanza, vamos queriendo más al detective. Con Ohayon evolucionamos, con Ohayon sufrimos, con Ohayon maduramos: sus crisis profesionales (sus dudas por haber aceptado un trabajo tan sórdido en lugar de haberse trasladado a Cambridge a continuar sus estudios históricos); su profunda relación con su hijo Yuval, desde que es un adolescente y recrimina a su padre sus constantes ausencias hasta que es un joven reservista del Ejército que se enfrenta a terribles conflictos; sus amores; su deseo de paternidad tardía… Y con Ohayon aprendemos (de literatura, de música, de arte, de historia, de psiquiatría, de las diferencias, tantas y tan contenidas en una sociedad como la israelí).