La Escuelita zapatista
Miguel Concha
La Escuelita zapatista estuvo llena de experiencias, saberes y esperanzas confirmadas. Fueron momentos para generar nuevos bríos en una época que parece perder referentes de resistencia y transformación. La vida en comunidad y el trabajo colectivo hicieron que mil 700 personas, venidas de diversas partes de la República y el mundo, se reconocieran en el fuerte deseo de colaborar en la construcción de un mundo «donde quepan todos los mundos».
La invitación que se hizo al Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria OP AC, y la vivencia de dos compañeros jóvenes de esta organización, invitan a difundir algunas reflexiones al respecto. Primeramente se agradece a las y los zapatistas la invitación a tan importante ejercicio reflexivo y formativo. Y se agradece a las miles de familias zapatistas que recibieron a los alumnos. Se reconoce también que esta convocatoria llegó en un momento en que los movimientos, colectivos y organizaciones sociales tienen necesidad de seguir entretejiendo sus saberes con los de pueblos que resisten ante un sistema de muerte que explota y excluye. El zapatismo es muestra de que «otro mundo es posible» y, contrariamente a lo que el mal gobierno diga, es un referente que inspira para continuar en las luchas por un mundo más digno y justo. Desde que los pueblos zapatistas reaparecieron el 21 de diciembre pasado, se percibió que había un mensaje profundo para el país y para el mundo. En los primeros meses del año, convocaron luego a encontrarse con ellos. Y así se pudo compartir lo que durante estos casi 20 años han construido, y cómo lo han hecho. Una semana de encuentro sirvió para que las personas que asistieron se dieran cuenta de que la lucha zapatista jamás ha sido endogámica, sino que es participada con todos los pueblos del mundo, pues como bien dicen, «para todos todo, para nosotros nada».
La pedagogía que emplearon fue la del acompañamiento, el cuidado y la humildad. A cada asistente lo acompañó siempre una persona que lo guió en la comunidad y le comunicó sus saberes sobre el zapatismo: el o la «votán». Los pueblos zapatistas los acogieron con amor, esperanza y sin distinción alguna. Desde el recibimiento se sentía alegría y júbilo no sólo en los que llegaban, sino también en todas las personas que habitan el territorio autónomo. Por las mañanas se compartía el café, el maíz y el frijol que las mismas comunidades producen para su alimentación. Después se caminaba juntos para realizar actividades cotidianas en la comunidad: limpiar el cafetal, hacer tortillas, poner los frijoles a cocer, cosechar maíz tierno para los tamales, buscar leña o hacer pan. Todo en colectivo. Y era durante estas actividades donde se aprendía lo que las comunidades zapatistas querían enseñar. En los recorridos a la milpa, o mientras se molía el maíz para las tortillas, quedaban muy bien explicados los siete principios del zapatismo y las formas de organización de los caracoles. Los alumnos comprendieron lo que implica el mandar obedeciendo, y caminando en comunidad, con base en preguntas recurrentes, al paso de los días conocieron la libertad según los zapatistas. Poco a poco se iban sintiendo parte de ese proceso de autonomía y liberación. Los zapatistas les contaron cómo el mal gobierno los ataca reiteradamente, y escucharon las experiencias de los alumnos, lo que el mal gobierno hace en los lugares de donde llegaron. Fueron momentos propicios para entender que las experiencias de abajo se hermanan, pues tienen un mismo enemigo que vencer: el poder opresor, capitalista, colonial y patriarcal. Por las tardes todos acudían a una reunión para resolver dudas.
Las preguntas se hacían en «castilla»; las respuestas se elaboraban en tzeltal o tzotzil. Toda la comunidad participaba, y luego de un consenso los «votanes» les explicaban a los alumnos la resolución y respuesta del pueblo. El «votán» era individual, pero también colectivo; es decir, todo el pueblo enseñó y acompañó de manera conjunta. Nunca se dieron discursos «sesudos» o discusiones ideológicas. Lo que predominó fue la conversación amistosa: un intercambio de perspectivas y experiencias.
Eso fue lo que hizo de la Escuelita zapatista una vivencia tan especial para quienes asistieron. Hacia el final de la semana todo fue celebrar. Las comunidades despidieron a los alumnos con música y comida, con bailes y sonrisas. Después de aprender, quedaba agradecer por la vida y la esperanza de los pueblos zapatistas. Treinta años desde la clandestinidad y 20 desde el levantamiento son suficientes para conocer las fuertes raíces que hay ya en el territorio autónomo. Pero, a decir de ellos, faltan muchos más, hasta que todas y todos seamos libres. De los pueblos, los alumnos regresaron a los caracoles. Ahí nuevamente celebraron lo aprendido. Las conversaciones entre las y los alumnos a su regreso fueron emotivas: estaban embelesados con lo que el corazón del pueblo les dio. Las autoridades zapatistas explicaron pormenores de su organización política y económica. Detallaron qué y cómo está organizada la estructura de la juntas de buen gobierno y de los municipios autónomos, y cómo es que hacen realidad que el pueblo mande y el gobierno obedezca. Se invitó a regresar a los lugares de origen y compartir lo aprendido, pero también a que desde lo que se hace se hilvanen la libertad y la autonomía. Y cambiar al mal gobierno. Después de los caracoles, todos los alumnos regresaron al Cideci, Las Casas. Ahí se desarrollaba la cátedra Tata Juan Chávez Alonso. Más de 200 delegados de pueblos indígenas se reunieron para compartir sus luchas. Al unísono denunciaron el despojo de sus territorios y las formas en que el gobierno y las empresas trasnacionales les arrebatan su vida, historia y cultura. Y reconocieron y animaron las luchas por la autonomía y libre determinación de los pueblos indígenas que conforman el Congreso Nacional Indígena.