La caja de agua
Ángeles González Gamio
Uno de los sitios históricos de la ciudad de México más interesante y que guarda gran belleza arquitectónica y artística es Tlaltelolco.
Urbe gemela de Tenochtitlán a la que quedó sujeta tras un enfrentamiento bélico, que se llevó a cabo en 1475.
Al arribo de los españoles, estaba gobernada por Cuauhtémoc, quien pasaría a ser el gran tlatoani de ambas ciudades a la muerte de Moctezuma y de su sucesor, Cuitláhuac.
Muy parecida en su trazo a Tenochtitlán, las excavaciones han sacado a la luz vestigios de su templo mayor y diversas construcciones, que nos hablan de la grandeza que tuvo. Aquí se encontraba el mercado más importante de la región, que tanto impresionó a los españoles.
En este lugar, los franciscanos construyeron el Colegio Imperial de la Cruz, donde se educó a talentosos jóvenes indígenas que aprendieron a la perfección latín y español. Muchos de ellos colaboraron con el insigne fray Bernardino de Sahagún en la elaboración de la Historia de las cosas de la Nueva España y del Códice Badiano. A lo largo del siglo XIX y parte del XX funcionó como prisión.
En los años 60 del siglo XX se emprendió un ambicioso proyecto para revitalizar la zona, lo que incluyó excavar los restos de la antigua ciudad indígena, se restauró el soberbio templo-fortaleza de Santiago, se levantó un magno conjunto habitacional y se construyó la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El conjunto se bautizó muy acertadamente como la Plaza de las Tres Culturas. Cada una de ellas: prehispánica, virreinal y del México moderno, están representadas en la gran plaza con extraordinarias construcciones que conviven con gran armonía.
Los arqueólogos, bajo la dirección de Salvador Guilliem, aún trabajan la zona y continúan los hallazgos. Hace unos años, durante una obra de urbanización, el arqueólogo Guilliem descubrió vestigios que anunciaban algo significativo. Consiguió autorización para ampliar las excavaciones y descubrió la caja de agua del Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlaltelolco. Nos muestra en su interior evidencias arqueológicas que manifiestan la fusión de las culturas mexica y europea durante los albores novohispanos.
Fue construida para que la población de la república de indios, instituida en México-Tlatelolco bajo el mandato de Cuauhtémoc, tuviera agua potable. Resulta muy interesante conocer que los constructores, además de proveer el líquido vital, buscaron expresar el nuevo orden religioso impuesto por los conquistadores, mediante el bello mensaje pintado en sus muros. Son pinturas únicas en su género que tienen gran parentesco con las ilustraciones del Códice Florentino de fray Bernardino de Sahagún, el Mapa de Upsala y otros códices como el Azcatitlan y el Cozcatzin.
Guilliem llevó a cabo una minuciosa investigación y descubrió que de acuerdo con el Mapa de Upsala, la caja de agua de Tlaltelolco fue construida entre el Convento de Santiago y el Colegio de la Santa Cruz; el agua ingresaba en ella y posteriormente continuaba su recorrido hacia el oriente, hasta el tecpan (palacio), donde abastecía a sus ocupantes y regaba las huertas reales.
La caja de agua se encontraba bajo el pesado muro oeste y, en su mayor parte, en la habitación suroeste del Convento de Santiago. Y ahí está, muy bien cuidada, como evidencia del encuentro de dos culturas que gestaron nuestra identidad.
Y vámonos a comer. En la esquina de Lerdo y Mercado está la cantina La Tormenta, que se fundó en 1942 con el nombre de la Giralda. Muy bien puesta, luce un amplio salón con mesas de manteles verdes, sillas de madera, gabinetes de piel negra y una gran barra. La música ambiental deja disfrutar la plática, que sólo se interrumpe por el choque de las fichas de domino o los dados del cubilete. Hay sabrosa botana que cambia todos los días, platos a la carta y muy buenas tortas.
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